La memoria de Napoleón Bonaparte cabalga sobre San Miguel de Allende

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Neto Coppel recreó las intensas vivencias de uno de los personajes más influyentes de la historia

FRANCISCO CHIQUETE

Nadie podría imaginar en pleno siglo XXI a las tropas de Napoleón Bonaparte bregando por las angostas calles de San Miguel de Allende, mientras dentro del elegante Hotel Matilda se reviven las principales batallas del Gran Corzo.

Tres uniformados a la usanza del naciente siglo XIX francés circulan sobre la ladera contigua al centro histórico e irrumpen ante decenas de personas, mayormente empresarios, que los miran con curiosidad. Los sombreros, las casacas, son inconfundibles. Ninguno pretende ser el eje del relato, ni tampoco buscan revivir al fallido imperio de Maximiliano. Van a la raíz de esta parte de la historia, a la recreación de una era, la Era Napoleónica que Ernesto Coppel Kelly va desmenuzando a base de datos y hechos enhebrados sin grandilocuencia, pero con pasión.

Se trata de una conferencia dictada a beneficio de la Cruz Roja de ese lugar, programada inicialmente para setenta personas y que finalmente se realizó con una asistencia de ciento veinte, que desbordaron el área asignada.

Apoyado en un video y con la participación del periodista Armando Figaredo, el Neto Coppel, como también se le conoce por la ciudad colonial, va trayendo a la vida cada etapa de esa historia apasionante que arranca en Córcega con simpatías a la independencia respecto de Francia, y termina con la creación de un imperio francés que enfrentó a siete alianzas del mundo conocido para detenerlo.

Napoleón, ilustra Coppel, inició en la Escuela Militar. Apenas egresó se fue abriendo paso a base de méritos, de valentía. Hay paisajes alucinantes en que ante una derrota inminente, Napoleón va y rescata una bandera caída durante la batalla y se lanza a la cabeza de los suyos cruzando un puente irisado con reflejos de armas enemigas. Sus oficiales y su tropa se lanzan entonces desesperados a cubrirlo y en esa acción conquistan un territorio que parecía imposible.

Los éxitos se van sucediendo y los ascensos también, lo que trae no solo prestigio, también envidias. En una sociedad tan refinada, las perversidades no son frontales: lo mandan a Egipto, con la certeza de que será derrotado y aunque en efecto, pierde alguna batalla importante, en cambio alcanza victorias resonantes como la derrota a un ejército turco que le triplicaba el número de efectivos.

Pero sobre todo en esa etapa Napoleón hace una de sus grandes aportaciones a la humanidad: se acompaña de especialistas y rescata la cultura egipcia, que estaba ya en vías de extinción debido a que habían muerto ya todos los que podían leer los documentos en su idioma original. Es Napoleón quien con ese rescate crea la egiptología.

Prácticamente nada hay que lo detenga. El gran genio musical de la época, Lwduig Van Beethoven le dedica su tercera sinfonía, a la que titula Eroica, en homenaje al heroísmo de Bonaparte. Después sin embargo, le retira la dedicatoria al enterarse de que éste no sólo se proclama emperador, sino que sucumbe a la soberbia y se corona a sí mismo. Por supuesto, con todo y eso, el héroe es Napoleón, ya Beethoven no puede retirarle lo que quedó registrado para la historia.

Dieciséis años gobernó a Francia y a grandes extensiones de Europa, hasta que una alianza internacional terminó por deponerlo y exiliarlo a la isla de Elba. La campaña de Rusia lo debilitó. Perdió más de cuatrocientos mil hombres, dañado especialmente por el clima y por el engaño del Zar Alejandro Primero.

Pero una fuerza de 450 mil personas como la que manejaba, requería de una mente genial para organizar todo con la precisión que lo hacía Napoleón, quien sabía en dónde estaba cada caballo, cada hombre, cada rifle o cañón, las balas, cada paca de alimento, hasta cada botella o cada libro que iban en la impedimenta.

A Napoleón se deben muchas cosas, como el ordenamiento de la justicia francesa, compendiada en los Códigos Napoleónicos, la igualdad de los hombres en asuntos tan elementales como el voto. Incluso en el exilio, fue un gobernante creativo (le crearon un principado en su encierro) que lo mismo pavimentó calles que impulsó actividades económicas para mejorar las condiciones de vida en la isla de Elba. Por supuesto, tenía a la mano toda la información. En una de sus dos casas (visitada por Coppel) todavía se conserva la colección de Le Moniteur, el periódico francés que se hacía llegar.

Por eso no podía quedarse así, encerrado en su isla. Once meses después de perder el poder detectó cambios que le eran favorables en la sociedad francesa y regresó, aunque sólo fuera para enfrentar una nueva alianza internacional que terminó por derrotarlo en Waterloo.

Aún ahí, Coppel encuentra un dato importante: aunque los ingleses consideran un gran héroe al duque de Wellington (Arthur Wellesley) por sus meritorias victorias sobre las tropas de Napoleón, no es él quien lo derrota en Waterloo. Ya atardecía y los franceses lo tienen vapuleado, y dicen que suplicaba: “giveme the night or giveme Blücher. Gebhard Von Blücher era un general prusiano que tres días antes había sido derrotado, pero que se rehízo y regresó a tiempo para incorporarse al ejército aliado que encabezaba Inglaterra. El duque de Wellington pedía que le dieran la noche para que se suspendiera la batalla, o que le dieran a Blücher para que lo rescatara. Llegó Blücher y con él llegó la victoria.

Al final Coppel atiende las inquietudes del público, que van desde las condiciones personales de Napoleón hasta las motivaciones del empresario para involucrarse tan a fondo en ese tema.

La explicación es casi inverosímil: un día, esperando turno en la peluquería toma un ejemplar de Selecciones del Reader’s Digest y ve las hazañas del ejército napoleónico, la valentía del mariscal Michel Ney, que encabezó cuatro cargas de caballería en Waterloo, perdiendo los caballos que sucesivamente montó e insistía en volver. Si existían tales muestras de valentía esa historia valía la pena, estableció Coppel. Y ahí empezó un interés que lo ha llevado a conocer todo lo que es posible saber de Napoleón y su obra, y a coleccionar uniformes de la época, documentos firmados por el Gran Corzo, incluso tres cabellos del general (¿y cómo se sabe que son de él? Le preguntó alguien del público. Están certificados por Sotheby’s, la casa subastadora, lo mismo que otros elementos suyos). Se le pregunta si no hay por ahí un sombrero de esos tan característicos de Napoleón. Lo hay, y también un abrigo, pero cuestan muchísimo dinero, son inversiones excesivas.

Coppel es propietario de una rica y variada colección de objetos históricos que van de la conquista de México a la Segunda Guerra Mundial, con documentos firmados por el propio Napoleón, Miguel Hidalgo y otros personajes, incluyendo un escritorio de Porfirio Díaz. Todo será donado para un museo a instalarse en Los Cabos, como una forma de corresponder la generosidad de ese lugar donde ha consolidado su cadena hotelera.

Por cierto el público recibió con agrado la noticia de que durante el mes de noviembre entrará en operaciones el Hotel Pueblo Bonito Vantage, de San Miguel de Allende, el nuevo eslabón del grupo que Coppel preside.

¿Y qué dicen los franceses de Napoleón? -¡Ni lo pelan! Por supuesto es el gran héroe, pero ya está en la historia, no es un tema de actualidad. Es más: la última vez que estuve allá haciendo averiguaciones, me dijeron que me olvidara de eso, que él estaba muerto desde hace más de doscientos años, que busque algo más actual, “pero no, la grandeza de este hombre va a perdurar porque son muy pocos los talentos de su tamaño”.

Napoleón cabalgó aquella noche por los rumbos de este bello punto turístico. Napoleón y su memoria siguen vigentes, reitera Coppel.