ESTO FUE LOS QUE LE DIJE EL PINCHE PSICONALISTA (2 DE 10)

0
203

ESTA ES UNA SERIE SOBRE EL LUISÓN. ES UN CULEBRÓN COLOMBIANO PARA TV.

Requiebros aparte, en realidad te escribo para pedirte un favor kilométrico, cabrón. Resulta que hace por lo menos seis años me envolví en sendas sesiones de psicoanálisis, y, para acabarla de chingar, de un psicoanálisis que databa de los tiempos del primer Freud. No sé a ciencia a cierta por qué hice esta pendejada, y digo pendejada porque tú sabes muy bien que yo no creo en los chamanes, así sean freudianos. Pero en ese tiempo estaba poseído por la dolorosa sensación de haberme despeñado en el laberinto de los sinsentidos.

No sé cómo explicártelo, cabrón, pero mi vida se había vuelto un infierno: era como si de pronto hubieran estallado mil máscaras que recubrían mi restro, y anduvieran correteándome para matarme por mis crímenes de lesa convivencia. Me reclamaban en todos los tonos que yo hubiera sucumbido a la intoxicación izquierdista. Esta jauría de voces no me dejaba ni a sol ni a sombre, ni despierto ni dormido.

Mi circunstancia era dantesca, era literalmente un infierno a punto de devorarme… Pero junto a esta pesadilla, uno de esos personajes enmascarados, seguramente el más libidinoso, se apropió de mi voz en los momentos más inoportunos, Y aprovechándose de mi desconcierto les lanzaba lascivias y roqueseñales a las morritas que estaban en excelente edad de merecer. Ya puedes imaginarte las vergüenzas que me hizo pasar este pinche pervertido. Un día del cual no quiero acordarme, este pinche lurio le sorrajó un encendido piropo a una morena que estaba de rechupete: ¡Ay tutulicachianchaneca lástima que caita tomi!.

Se le dijo a boca de jarro. Y hubieras visto, cabrón, la madriza que me puso el marido… Pero la golpiza fue un daño menor, a pesar de que en la refriega perdí dos dientes; lo que realmente estuvo a punto de matarme, fue la vergüenza que pasé ese día y los días que siguieron, pues esa mujer era la esposa del hijo del presidente municipal de Cajeme… La prensa me hizo jiras; y para acabarla de chingar, el diario de mayor circulación me motejó como el pinche viejillo rabo verde. A raíz de ese penoso incidente, me tiré a perder para Vícam, Pueblo. Me fui a ese pueblo sagrado porque ahí no existen justicia ni leyes ni nada, y eso gracias a que un día mi jefe Tetabatie les dijo a mis tatarabuelos: “Volo ergo Sum, cabrones y colorín colorado”. Y así se hizo per secula seculorum…

Esta hidra de mil máscaras e igual número de voces empezó a desmadrarme la vida, y desapareció como por arte de magia hace dos, tal vez porque no quiso vivir conmigo los horrores que ahora siento ante la inminencia de la muerte. Precisamente por este horror polifónico necesitaba urgentemente ayuda psicológica, y cuanto antes mejor; porque no es bueno que un hombre ande por el mundo como un paria que el destino de empeñó en destruir. Y menos aún un hombre como yo, que nunca tuvo un femenil desmayo por más fuertes que soplaran los vientos, y mira que los hubo y de qué tamaño… Por antes de ir al psicoanálisis anduve buscando ayuda en lo oscurito; pero justo cuando iba a pedir información a los centros de terapia, me ponía rojo de vergüenza; sobre todo cuando era recibido por uno de esos cueros que ponen de gancho en las recepciones; pues con esa ingenuidad que les da la guapura, solían preguntarme a rajatabla: “En qué podemos ayudarle, señor…” Imagínate nomás qué pena, cabrón; a poco iba a soltarle un rollo melindroso a un forro de esa magnitud; cómo crees que iba a decirle a ese bombón que andaba con la mollera vuelta pa’tras. ¡Qué sopor y qué bochorno, cabrón, qué sopor…! Tiro por viaje salía reculando, con un discúlpeme, señorita, le juro que me equivoqué de lugar…

Pero tanto va el cántaro al agua…, pudieron más mis tormentos del alma que mi dignidad revolucionaria, porque cuando aprietan los dolores se te aflojan los pudores. Y te digo esto porque al final recurrí a diferentes técnicas y métodos de ayuda y auto/ayuda, de cuya rareza no quisiera acordarme; pero me acuerdo de ellas como si fuera ayer: Gestatl, Bioenergía de Malasia, masajes Zen, Jogging, Tait Chi, Feng Shui, aromaterapia indú, acupuntura Mogol, terapia reichiana, prácticas Zen y… Y nada cabrón, nada; todas le hicieron lo que el viento a Juárez a mi síndrome. No te miento, cabrón, hice el intento de ir hasta Catemaco pa’ver si un pinche brujo me hacía una limpia. Qué no hice, cabrón; qué no hice, hijo de su puta madre… (El texto tiene manchas que lo hacen ilegible, como si le hubieran caído cien lágrimas encima).

Pero una tarde andando errando, un tipo se me echó encima y sin decir hay te voy, me propinó un fuerte abrazo… Enseguida, mirándome con unos ojos de amigo que ya no hay, me gritó con una voz que revelaba alegría: ¡Qui´hubo, mi amigo José Luis Rodríguez Valenzuela, el famoso luisón! ¡¿Cómo está el amigo de mis correrías revolucionarias?! De inmediato sentí que el corazón empezó a salírseme del pecho.No me acordaba quién demonios era el tipo que me estaba saludando de esa manera. Al borde del temblor revise la lista de mis amigos y enemigos… y nada. A ese cabrón no lo tenía en el registro de mi almanaque revolucionario, aunque para ese tiempo el olvido se había convertido en un voraz comején de aquélla que fue una lúcida memoria. Al ver mi turbación, como si gozara de mi desconcierto, me dijo, viéndome ahora directamente a los ojos:

-Yo soy aquél que expulsaste de la “orga” hace por los menos 40 años” ¿Y sabes por qué me expulsaste, porque según tú, yo tenía posiciones pequeño/burguesas sobre las leyes de hierro del materialismo histórico.

En ese instante mi perplejidad iba in crescendo. No te miento estuve a punto de echarme a correr, cabrón, pero con esta pinche pata de palo a dónde jodidos hubiera llegado. Quería decirle cualquier cosa para disculparme por ese lamentable olvido, pero tenía la lengua engarrotada… Para no hacerte largo el cuento, una vez que disfrutó de la humillación que nos produce el olvido a todos los pobres viejitos, me dijo quién era… Pero como seguramente no lo conociste, para qué seguirle con eso.

Pero déjame que te cuente lo más relevante, porque está íntimamente relacionado con el favor que te voy a pedir…. Resulta que este cabrón se había convertido en un psicólogo académico de esos que escriben en revistas internacionales, tenía libros publicados, salía dar conferencias a diversas universidades; en fin, era ya una vaca sagrada. Fue un revisionista de Freud y estudio a fondo las teoría de los seguidores y después sus enemigos: Jung, Adler, Reich y Horney. Me presumió que había hecho una maestría con Frida Saal en la ciudad de México. Y que por recomendación expresa de ella, llegó hasta el mismo París para hacer su doctorado como discípulo predilecto de Lacan. Me contó, además, que estuvo en el sepelio de su prócer, y que en la tarde de su entierro lloró desconsoladamente, tal vez más que cuando lloró por la muerte de su madre en un hospital de Huatabampo. Todo esto me lo dijo en un santiamén, como si yo fuera un especialista en psicología. Pero como estaba tan necesitado de ayuda y, entre plática y plática, fuimos a dar a su lujoso penhouse, que no a su diván todavía.

En su casa aprovechó para quitarse ropa sudorosa que mojó en el camino, se puso cómodo, por supueto sin dejar de comentarme que había vuelto al primer Freud, que había dejado atrás las loqueras de Lacan; que él era ahora un freudiano de primera generación, del tiempo en que el creador del Psicoanálisis utilizaba la hipnosis como terapia. Y luego afirmó con énfasis de sabio:

¡Es que a Freud le temblaba el puño de ligas cuando miraba a alguien a los ojos; en cambio yo -me dijo mirándome fijamente- puedo ver de frente a cualquiera y provocarle un estado lúbrico que sitúa a mis paciente entre la vigilia y el sueño…” (CONTINUARÁ)