DÍA INTERNACIONAL DE ARCHIVOS

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Enrique Vega Ayala
Cronista oficial de Mazatlán

El 9 de junio está declarado como Día Internacional de los Archivos por la ONU
a partir de 2007. Los archivos son importantes por su valor único como una de
las principales fuentes de información del pasado y del presente. Por las
evidencias que conservan sobre el desarrollo económico, político, social y
cultural de la humanidad, los archivos están considerados como patrimonio
cultural de los pueblos. En esta conmemoración se incluyen tanto los archivos
públicos, como los privados.

Aprovechando la fecha les presento un documento, conservado en un archivo
privado, interesante por dos razones: ilustra el tipo de mercancías que se
exportaban a los EE. UU. desde Mazatlán justo a la mitad del siglo XIX; pero
además, resulta significativo por quien realiza el envío: un personaje polémico
de nuestra historia, cuya leyenda pueden leer más abajo.

El documento en la imagen es una factura correspondiente a un embarque de
mercancías con destino a San Francisco, realizado por Juan Pasador,
comerciante mazatleco del siglo XIX. Lo transcribo para mejor ilustración.

“Factura de los efectos siguientes que embarco a bordo de la barca peruana
‘Sonora’ que al mando de su capitán don Antonio [Obenti] hace viaje para San
Francisco de la Alta California.

60 Tercios Panocha con 60 qtls*. a 2 ½ $ $150.—
10 Tercios Cebolla con 10 qtls. a 4 $ $ 40.—
6 Tercios Lazos con 30 qtls. a 1 ¢ $ 30.—
1 Zurrón de higos con 1 qtl. $ 4.—
1 Tercio Sopladores $ 3.—
6 Cacastles Limones 1 $ $ 6.—
5 Barriles Vino mezcal 10 $ $ 50.—
1 Saco Cebolla con 1 qtl. $ 4.—
90 Bultos $287.—

Mazatlán agosto 23 de 1850.
Juan Pasador”
*Quintales

¿COMERCIANTE O TRAIDOR?
Durante la primera mitad del siglo XIX, en Mazatlán vivió un empresario, de
origen genovés, llamado Juan Pasador. Era uno de los más ricos e influyentes
residentes del puerto en aquellos años. Comercializaba “el palo de brasil” que se
cortaba en la región. Algunas versiones sobre su existencia cuentan que tenía
prácticamente monopolizado el tráfico de ese producto por Mazatlán. La calle
que pasaba frente a su casa llegó a conocerse como la “De Pasador” (hoy es un
tramo de la calle Constitución, del cruce con la calle Benito Juárez hacia el
oriente).

Su leyenda cuenta que Juan Pasador en realidad era un filibustero de origen
genovés, cuyo nombre verdadero era Francisco Picaluga. Según esa narración,
Picaluga llegó a Mazatlán huyendo de su pasado, cuando se había ganado ya
un rincón oscuro en la historia nacional.

En enero de 1831 cometió una deshonrosa traición: entregó al héroe de la guerra
de independencia Don Vicente Guerrero, quien fue fusilado casi inmediatamente
por sus enemigos. Los pormenores del asunto señalan que, durante los últimos
años de la lucha insurgente, Picaluga había realizado servicios a Guerrero para
asegurar armas y pertrechos a la guerrilla que el insurrecto mantenía en la Sierra
del Sur. Con eso se había ganado su amistad.

Años después, tras el triunfo frente a los españoles, luego de los fracasos del
Imperio de Iturbide y de varios gobiernos republicanos, Guerrero fue nombrado
Presidente de México; pero, duró poco en el cargo. A los meses de tomar
posesión fue defenestrado. Un golpe militar perpetrado por Anastasio
Bustamante, el Vicepresidente, lo derrocó y lo declaró oficialmente incompetente
para ejercer el puesto.

Para tratar de regresar al poder, Guerrero buscó iniciar un movimiento armado.
Se refugió en el antiguo sitio de sus hazañas. Desde ahí inició negociaciones
con Picaluga. Quería que le proveyera lo necesario para armar un pequeño
ejército.

El traficante genovés se mostró interesado en el asunto y, con la supuesta
finalidad de cerrar el trato, invitó a comer al caudillo del sur. Guerrero debía
acudir al barco del mercader, de nombre Colombo, así se evitarían riesgos, le
aseguró el traficante.

Entre tanto, el gobierno declaró a Guerrero en rebeldía y José Antonio Facio,
Ministro de Guerra del gobierno golpista de Bustamante, entró en contacto con
Picaluga, a quien le ofreció 50 mil pesos oro por la cabeza del autor de la célebre
frase “La Patria es primero”.

El desenlace es conocido: Guerrero fue secuestrado en la bahía de Acapulco y
la traición concluyó en las bahías de Huatulco. Ese lugar hasta la fecha lleva el
nombre de Playa de la Entrega, en conmemoración de tal vileza. Fue tanto el
repudio nacional a tan terrible felonía que, por muchos años, entre la población
se difundió el término “picalugada” como sinónimo de las peores bajezas.

El caso tuvo repercusiones internacionales, el Almirantazgo de Génova,
(entonces territorio autónomo, hoy provincia italiana) enterado del delito
cometido por un ciudadano originario de esas tierras, juzgó a Picaluga en
ausencia y lo sentenció a la pena de muerte. Corrieron varias versiones acerca
de la suerte del traidor. Hay quienes aseguran que efectivamente Picaluga murió
en la horca cuando regresó a su nación. También hay rumores que señalan que
nunca volvió a su terruño y lo ubican, por un tiempo, convertido al Islam, al
servicio de un sultán musulmán.

A despecho de esas suposiciones y de otras verdaderamente descabelladas, en
nuestro puerto se aseguraba “sotto voce” que el filibustero se refugió en el puerto
de Mazatlán con la fachada de comerciante. Juan Pasador murió aquí en 1859,
según datos ofrecidos por el cronista Oses Cole.

Sus restos fueron enterrados en el panteón que estuvo en donde hoy es la
Plazuela Ángel Flores, también conocida como Plazuela del Burro. La justicia
popular alcanzó a Picaluga después de muerto. Según esto, en la lápida de su
tumba manos anónimas, para que no cayera en el olvido, renovaban un epitafio
«justiciero». Tallado con carbón, contundentemente estaba escrito: «traidor a la
patria».

Hace algunos años, a partir de la divulgación del programa «Historias ocultas de
Mazatlán» en el History Channel, donde se recuperó esa leyenda, otro cronista
porteño, Gustavo Gama, a través de sus correos electrónicos y en su página
web, divulgó la remembranza según la cual, después de destruido el panteón, la
lápida de la tumba de Pasador estuvo exhibida por años en el expendio de una
panadería del barrio que creció en los alrededores.