SE DIVERSIFICAN DENUNCIAS CONTRA EL ACOSO SEXUAL

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*Una vieja historia con la otra cara de la moneda

FRANCISCO CHIQUETE

La lucha de la mujer por mantener su dignidad y su integridad física ha encontrado diversos canales de expresión que antes eran impensables. Destaca el llamado tendedero, en que se exponen públicamente los hechos bochornosos e indignantes de que han sido víctimas, sobre todo en las escuelas de educación media superior y superior.

Es enojoso saber de chantajes con que se habrían obtenido favores sexuales a cambio de calificaciones, o acosos en los que se impone la autoridad del maestro y a veces la experiencia de un hombre ya formado, sobre una muchacha que empieza a despertar a la vida.

Mi paso como trabajador de la Universidad Autónoma de Sinaloa me permitió conocer a maestros de formación académica, política y social irreprochable, que caían en la tentación de relacionarse con sus alumnas. Siendo personas jóvenes, a veces con muy poca diferencia de edades, se veía como algo normal, resultado del trato cotidiano entre dos personas. Sin embargo, a la luz de las nuevas ópticas, aparece la aberración explicativa de Plácido Domingo (“siempre sentí que eran relaciones consensuadas”), que hacen visible la trampa de la naturalidad.

Desde luego, hubo emparejamientos genuinos, que terminaron en matrimonios o ayuntamientos largos y hasta permanentes, como los hubo que duraron la víspera, pero por rezones diferentes a las del acoso o el abuso.

Todo esto sale hoy a la luz pública y recibe la condena de una sociedad que está mucho más alerta y ya no parece dispuesta a tolerar lo que antes avalaba “la costumbre”.

Claro que esto tiene también sus riesgos. El anonimato de las denuncias se presta para venganzas personales, para nuevas injusticias ahora a la inversa.

Uno de los señalamientos, duro como los otros, dice de un maestro que advertía a las estudiantes sobre no volver a clase vistiendo escotes pronunciados porque lo desconcentraban. La mujer por supuesto, tiene la más absoluta libertad de vestirse como le plazca y el hombre está obligado a respetarla, bajo cualquier circunstancia.

Esa denuncia en particular me recordó un acontecimiento de la Secundaria Federal Guillermo Prieto, ya muy avanzado el segundo semestre del ciclo 1970-1971. En hora desusada y en día no acostumbrado, la escuela toda fue convocada al patio de honores, donde el director José Santos Partida Medina lanzó un enérgico discurso en que se nos informaba que a partir de ese día terminaban lo que llamábamos “los jueves de civil”.

La educación con altos niveles de disciplina y el uniforme verde olivo hacían que se nos llamara “los guachos”. Había que ir todos los días, de lunes a sábado, con el uniforme reglamentario (cuartelera sólo los lunes y corbatín verde en invierno), pero los jueves nos permitían ir con ropa de calle para que los alumnos más pobres, que sólo disponíamos de un uniforme, pudiésemos dejarlo a lavar, a remendar o a atender cualquiera otra necesidad. Lo mismo para las alumnas, que iban con el vestido rosa, las de primero, azul las de segundo y guinda las de tercero.

Pero ese jueves, dos compañeras cambiaron sus uniformes azul y guinda, respectivamente, para llevar la minifalda más atrevida que se hubiese visto no digamos en la escuela, sino incluso en las calles; la otra, un vestido largo de colores tropicales y una abertura casi al centro, que partía desde la altura de la ingle. Ambas eran muy guapas y muy aventadas y en cada descanso entre clases atrajeron a una gran nube de compañeros admiradores. Tenían 15 y 14 años. Algunos de los maestros que presenciaron en sus clases los desenfadados cruces de piernas prefirieron cortar por lo sano y poner los hechos en conocimiento del director.

-No voy a permitir que la escuela se convierta en un circo, estableció Santos Partida Medina, aunque en el fondo subyacía el verdadero tema: el escándalo sexual que podría derivarse después-

Todos los padres de familia entendieron la medida, aunque a nosotros no nos pareció tan padre perder ese día “de descanso”.

¿Cómo sería tomada hoy una decisión de esa naturaleza? ¿se reclamaría al director de cualquier plantel que vulnere los derechos de las alumnas a mostrar sus cuerpos y a poner en apuro a los maestros? Las cosas han cambiado, pero me parece que un director e incluso una directora con formación equivalente a la de don Santos Partida volvería a decidir igual. ¿Reaccionarían también igual los padres de familia y la opinión pública?