La Silla de Ruedas No es Impedimento Para Trabajar: Luis Gustavo

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*Fui adicto, pero ahora estoy limpio

*Tiene dos hijas, una 13 y otra de 17 años

 

Luis Gustavo Macías Fernández, sufrió un accidente de automóvil a los 11 años; se lesionó de por vida de sus piernas y hoy se mueve en silla de ruedas, pero nunca ha sido impedimento para no trabajar de manera honesta y honrada y “ese es uno de mis orgullos, porque así me lo enseñó mi madre”, afirma.

Capitalino de nacimiento, ya rebasó los 50 años de edad, y en estos días difíciles de contingencia sanitaria se mantiene y apoya dos hijas, de 13 y 17 años, que viven en ciudad Juárez, con la venta de cubrebocas.

Dice que habla un poco el inglés para darse a entender con estadunidenses y canadienses porque otro de sus puntos de venta es la Plaza Machado; a veces les informa sobre los atractivos de Mazatlán y ahí sí acepta que le den unos dólares.

Tiene de compañero inseparable a un perrito de nombre “Blanco”, que lo sigue a todas partes. Apunta que cuando se lo regalaron traía pulgas y garrapatas y ahora hasta cartilla de vacunación tiene el animal.

“Soy de familia pobre, hijo de madre soltera, de mucho trabajo y desde pequeño me enseñaron a tener dignidad, orgullo y no a estirar la mano en busca de la dádiva”, enfatizó.

Afirma que los productos que vende son de indígenas de León, Guanajuato, y de Aguascalientes, y que hay un apoyo mutuo con la venta de los tapabocas que, trae, de varios estilos y figuras, incluso uno de ellos con la figura del coronavirus.

Reconoce la nobleza de las autoridades municipales que lo dejan trabajar sin cobrarle permisos o impuestos; que su lugar fijo es a un lado de la alberca Olivera, pero por la situación misma de que no hay turismo se ha tenido que mover por las calles en la venta de sus productos.

Indicó que sus productos son de novedades, de moda, como juguetes, zapatos y ahora por la contingencia “cubrebocas”.

Luis Gustavo dice que su única adicción es el cigarro, pero no la mariguana, el alcohol u otras sustancias tóxicas.

Reconoció que la vida es hermosa, aunque afirma que fue injusta con él; “he disfrutado la vida y he sido adicto, no soy un santo y ahora estoy limpio. Lo mejor fue llegar a Mazatlán, un pueblo noble, que me ha dado mucho”.