Un festival cultural de 30 años, y un teatro que va por los 150

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De octubre a diciembre, la fiesta mazatleca de las artes

FRANCISCO CHIQUETE

Mazatlán es de las pocas ciudades del país que por cuenta propia mantiene un prestigiado festival, que durante el último trimestre de cada año realiza una intensa tarea de promoción y animación cultural.

El sábado pasado inició la edición treinta de esta fiesta de las artes, con un espectáculo denominado Misa Azteca, armado con el sincretismo de nuestra sociedad, con las manifestaciones religiosas de los pueblos originarios, y los ritos católicos traídos por los españoles durante la conquista.

Entre olores de copal e incienso, el público fue parte durante su acceso al teatro, de los rituales del mundo nahuatl, y luego se entregó al disfrute de un concierto basado precisamente en los ritos católicos.

El Instituto de Cultura sintetiza: se presentarán éxitos del teatro musical de Broadway, música de Disney”, ópera italiana y alemana, danza contemporánea, ballet clásico, artes plásticas, literatura y teatro, con la participación de mil ciento trece artistas y el impacto directo sobre ochenta mil asistentes a los eventos, además de la transmisión y divulgación a través de las redes sociales y demás medios digitales”, todo ello del siete de octubre al 17 de diciembre.

El festival llega a niños de escuelas ubicadas en zonas marginadas, a habitantes de colonias y sindicaturas, a población vulnerable como los niños y adultos especiales, sembrando inquietudes que ya han fructificado con el lanzamiento de artistas locales que se han podido colocar en el ámbito nacional y aún en el internacional.

El director del Instituto de Cultura de Mazatlán, Raúl Rico González, destacó en la sencilla ceremonia inaugural que esta permanencia es producto de esfuerzos conjuntos de artistas y autoridades que han avalado estas tareas, pero sobre todo de un público que con sus naturales renovaciones, ha sido fiel a lo largo de estas tres décadas. Recordó en especial al ingeniero Ricardo Urquijo Beltrán, quien logró mantener viva la semilla sembrada durante el Festival Cultural de Sinaloa, realizado de 1987 a 1992, en su primera etapa, y suspendido de 1993 a 1998, para renacer luego en diferentes modalidades. En este lapso Mazatlán mantuvo su propio festival, incluso durante periodos tormentosos de autoridades municipales que no estuvieron a la altura de sus encomiendas.

UNA CASA PARA EL

FESTIVAL MAZATLÁN

Aunque las actividades se desarrollan en diversos sitios, incluyendo plazuelas, edificios emblemáticos como la catedral o las ruinas de la Fábrica de Hilados en Villa Unión, la casa de esta fiesta es el Teatro Ángela Peralta, cuyo rescate iniciado en 1987, fue un gran incentivo para normalizar la divulgación de las artes.

El año próximo, recordó Rico González, el viejo Teatro Rubio cumplirá 150 años. Historias y Leyendas han cruzado por sus pórticos, desde la infaltable Ángela Peralta, que no se alcanzó a presentar ahí, per murió en el edificio contiguo víctima de la fiebre amarilla que llegó en su embarcación, hasta la acción devastadora del Ciclón Olivia, uno de los que mayor impacto dejó en nuestra población por su capacidad destructora. Al propio coso, que por entonces había pasado de Teatro Rubio a Cine Ángela Peralta, lo dejó sin techo y sin uso posible, de modo que le ganó la exuberancia de una vegetación que no sólo le hizo crecer una alta cobertura de zacates, sino enormes árboles en prendidos a las paredes más altas en equilibrios increíbles, y uno más. Frondoso y disperso, que por azares del destino se plantó precisamente en lo que fue el escenario.

Bajo sus ramas se realizaron las primeras ediciones del Festival Cultural de Sinaloa. Personalidades como Gilda Cruz Romo se acomodaron bajo su bóveda vegetal para dar el concierto. El gran guitarrista español Narciso Yépez suspendió momentáneamente su concierto de guitarra clásica porque sobre el teatro pasaba un ruidoso avión, Victoria de los Ángeles padeció el coro de los chinacates que a la hora de la función salían a volar sobre el público instalado en sillas plegables, sin olvidar que a Fernando de la Mora un compadre de este cronista le hizo dueto desde la barda frontal, en la parte más alta del “júrameeeee”.

En algún momento, El Sol del Pacífico descubrió que las accesorias del teatro eran utilizadas como taller y garage de las pulmonías, hasta que en 1987, Cuauhtémoc Ramos convenció al entonces alcalde José Ángel Pescador de que expropiara y rescatara el teatro.

La tarea fue asumida también por el gobernador Francisco Labastida Ochoa, quien financió y gestionó apoyos para las obras, primero con la idea de sólo consolidar las ruinas. Mientras los artistas seguían desfilando: Celia Cruz armó un merequetengue con aquello de Songo le dio a Borondongo, con unos tres mil mazatlecos bailando bajo el influjo de su ritmo y su voz.

En 1992 se inauguró el techo. Ya estaba todo rescatado, incluidos la butaquería, la tramoya y el aire acondicionado. Se le reconoció al teatro el valor artístico e histórico al ritmo de la ópera Carmen, con la internacional soprano Adria Firestone en el papel principal.

Desde entonces y hasta la fecha, es el punto de orgullo de Mazatlán y un gran entorno para mantener este festival cultural por treinta años y los que siguen.