RETRATO HABLADO

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ELLA SE LLAMABA…

Elio Edgardo Millán Valdez

Su pelo plomizo parece un remedo de ciertos abrigos que llaman de mink, de esos que poseen algunas señoras, las grandes señoras de aparador. Y digo parece y digo remedo, porque en realidad son de inmunda piel, sólo que lavada y con sendo anuncio de sofisticada casa de París.

Su instinto es tan fino que no ha perdido percepción y encanto por más que cohabita, cual luna de miel, con fétidas sobras de insufrible hedor. Su cuerpo es viscoso, babeante su piel, de charca sus ojos, sus patas de hez, que sólo al tocarla te produce espasmos y luego una basca que puede ahogarte en su propia hiel.

Su hocico acuoso de excremento y babas ya muerde, ya araña los turbios hollejos allí donde estén. Le importa muy poco que esos mendrugos se encuentren hirviendo en sucios gusanos que sólo al mirarlos erizan la piel. Y después de hartarse, su pelambre infecta retiene migajas chorreando de pus, que luego se engulle en sucio festín las infectas moscas que suelen posarse en su turbia piel.

Se esconde en el caño y luego pasea por la habitación. Y es la cocina su espacio vital, y cuando sacude su infecta pelambre a tiempo que muerde la alimentación, hace que comamos lo que a ella sobra después de comer. Y por ese hecho furtiva nos besa, nos da caricia, nos cuelga al cuello, cual torzal de fango, su viscoso aliento, su hez, su excremento y…

Llevamos por eso su mueca en el rostro, su baba de sangre, su peste en las manos, su beso en la piel, dejando en nosotros su huella indeleble, por más que tallemos, raspemos limpiemos y usemos jabones de extraños aromas o simple creolina o gel de carey

Dantesca criatura que ha sido labrada con cieno y estiércol, para recordarnos que nuestro pasado también fue bestial. Pero ese pasado que ahora es presente y será futuro porque muladar todavía vive tan dentro del ser, ser que creemos de origen divino, porque al sin de cuentas somos y seremos creación animal.

Y si no crees mirarte al espejo, mírate despacio, y comprobaras con risas y llantos que en nada difieres de esas criatura que hoy te producen un asco brutal. Por eso en el fondo todos los humanos sentimos desprecio por nosotros mismos, y jamás supimos o quizá olvidamos, que el desdén se explica por aquel pecado que ha cometido Dios, nuestro creador.