EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE ES EL MIEDO.

0
138

Nunca sabe uno el porqué unos hacen ciertas cosas que otros no se atreven cuando menos a pensarlas; vaya, ni siquiera por simple fantasía. Las buenas conciencias afirman que eso es producto de que los bien educados poseen valores que los apartan del mal; otros afirman que simplemente son los débiles de espíritu que carecen de fuerza para remontar las morales que impiden su autoafirmación.

Con el curso del tiempo he llegado a pensar que el miedo, sí, el miedo, ese miedo que nos parte en dos ante el peligro, ha sido mal repartido entre los seres humanos. ¡Y qué bueno! Porque he visto seres temerarios que no les tiemblan las corvas a la hora de bailar en el abismo; en cambió he calibrado en otros que el miedo a la muerte los paraliza hasta convertírseles el yoyo en un puño de ligas, que luego “vulgarcitos” que nunca falta han asegurado que son “puros culichís” que no van a la guerra porque se quedan a limpiar fusiles.

Pero he columbrado que, más allá de esas ligeras clasificaciones, sólo los temerosos hemos vivido para contarla; en cambio los Juan sin miedo sólo han vivido en la historia como santos, héroes o sabios, o simplemente como hombres valerosos que matan o se dejan matar para que les compongan un corrido. Ellos suelen vivir en nuestra memoria, pero dos tres metros bajo tierra.

Antonio Plaza nos dejó un poema para que nunca se nos olvidara: “Y con perdón de la historia/ yo más bien exigiría/ vivir el mundo un día/ que cien años en la historía”. Ya Hobbes sentenció que los poderosos también dormían y los débiles, que no los enfrentaban cara a cara, podían acabar con ellos con alguna estocada cuando estuvieran soñando sus hermosas pesadilla, porque el hombre es lobo del hombre. No lo dijo a sí, aunque se parece a lo que dijo…

A veces en mis noches de ocioso desvelo he creído que el ego que arropa a los “valientes” es mucho más fuerte que el miedo que nos recubre a los buenos ciudadanos. De ser verdad esta afirmación, la familia y la escuela deberían tener un test que descubriera de manera temprana esta psicopatología, quizá podría revertirse a tiempo esta deformación mental, y poner al miedo en primerísimo lugar y todo lo demás en donde corresponde.

Después de los múltiples descalabros que he sufrido porque me han tundido hasta romperme el alma por andarla haciendo de mamey, he llegado a la conclusión que el mejor amigo del hombre no es el perro, que el mejor amigo del hombre es el miedo.