Anécdotas de este reportero por Fernando Zepeda

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La Rana, la pistola y mi hijo

Corrían los años ochentas. En su primera mitad, este reportero cubría las fuentes policiacas. A diario acudía a las instalaciones de la Policía Municipal, en aquellos tiempos ubicada por la calle Belisario Domínguez, metros antes de la escuela primaria “Agustina Ramírez”, en el centro de Mazatlán. También acudía a las instalaciones de la Policía Judicial del Estado ubicadas en aquel entonces a unas cuadras del Parque Martiniano Carvajal por la calle Miramar en plena loma. Acudía también a las oficinas de los ministerios públicos, a los juzgados instalados en el Palacio Federal, a la Delegación de Tránsito y transportes ubicada por la Avenida Miguel Alemán.

En varias ocasiones, sobre todo cuando no había clases, me acompañaba de mi hijo Alejandro, en aquellos tiempos apenas frisaba los cinco o seis años. Era un domingo de muchos. Había que salir de casa para realizar el trabajo. Terminamos de desayunar en casa y me hice acompañar de mi hijo. Nos subimos al carro y nos dirigimos a las oficinas de la Policía Judicial del Estado. Quien se desempeñaba como Comandante era ni más ni menos que Humberto Rodríguez Bañuelos, más conocido como “La Rana” que años después brincaría de ser un jefe policiaco a un sicario de los considerados más sanguinarios del Cartel de los Arellano Félix.

Conocí a “La Rana” cuando intentaba ser un policía honesto. Cuando rendía frutos como investigador. Aún a mi parecer, no desviaba el rumbo. Llegamos a la loma donde se encontraba la Policía Judicial en una casona situada en lo alto de un risco desde donde se dominaba prácticamente toda la Playa Norte. Me anuncie con un agente que se encontraba de guardia. Y me permitieron entrar a la oficina del Comandante. Cuando mi hijo y yo entramos, el sillón del jefe policiaco estaba vacío. En el escritorio destacaba su pistola, papeles y carpetas, pero desde el fondo se escuchó su voz invitándonos a tomar asiento, porque se encontraba en el baño.

Frente al escritorio había dos sillas, ahí nos sentamos mi hijo y yo. Humberto Rodríguez Bañuelos salió del baño nos saludó y se acomodó en el sillón del otro lado del escritorio, frente a nosotros. Y comencé a preguntar sobre los casos que se estaban investigando. Recientemente habían atrapado a un sujeto acusado de violar a una menor. “La Rana” fue quien dirigió la investigación. La aprehendieron. Lo tuvieron en unos separos ubicados ahí mismo en las oficinas de la Policía Judicial. Y cuando lo trasladaban al Cereso, a la altura de la colonia Urías, dizque intentó escapar. Que saltó de la camioneta. Y pues se mató. Quien se tragaría eso, me decía en mi interior.

El sujeto lo llevaban esposado. Nadie le daba crédito a esa versión. Más cuando en menos un mes, otro sujeto había sido detenido y acusado como presunto violador de una menor. A ese lo mataron a balazos afuera de la Policía Judicial.

El informe oficial fue que intentó huir y los agentes abrieron fuego. También estaba esposado. Pero no había reclamos populares. Pues se trataba de presuntos violadores. La conversación era fluida entre el Comandante y yo. Al tiempo que yo revisaba los partes de novedades del día y noche anterior. Repentinamente mi pequeño hijo Alex me habla y me dice: “Mira Papá…Bang, bang, bang”. Alex había tomado la pistola del Comandante y me la había puesto en mi cabeza simulando disparar. Humberto Rodríguez saltó de su sillón y rápidamente le quitó la pistola a mi hijo. “Hay mi niño. Le llegas a jalar aquí, (apuntando el gatillo) y le disparas a su papá, ¿Quién iba a creer que fuiste tú?”. Ni mi hijo midió el riesgo y yo hasta después lo comencé a asimilar. Efectivamente si accidentalmente mi hijo hubiera accionado el arma y me hubiera herido, no habría nadie que creyera esa versión.

El tiempo pasó. Humberto Rodríguez Bañuelos y yo tuvimos diferencias. Todas relacionadas a denuncias que publique en su contra. Y cuando llegó el momento de alejarse de la policía para brincar al crimen organizado, “La Rana” alcanzó tal notoriedad e importancia que nunca nos perdonó de haber sido parte de quienes lo criticamos para evitar que se convirtiera en Director de la Policía Municipal de Mazatlán. Porque ya para esos momentos gozaba de una mala fama de “gatillero” con credencial de policía al servicio del entonces Manuel Salcido Uzeta “El Cochi loco”. Se fue de Sinaloa a Tijuana. Allá operó para el Cartel de los Arellano-Félix. Formó un grupo de exterminio que periódicamente aparecía en el sur de Sinaloa para “ajustar” cuentas contra los que se oponían a los Arellano.

En muchas de esas visitas a Mazatlán, nos hacía llegar un mensaje: “Díganle a Zepeda que no vengo por él…Pero si se me atraviesa le voy a dar piso”. Para ese entonces, el odio que me tenía “La Rana” se había incrementado cuando publicamos algunos compañeros periodistas y yo, que atrás del asesinato del compañero periodista Manuel Burgueño Orduño había estado precisamente él. El Ejercito había señalado a “La Rana” como el autor intelectual del asesinato de Burgueño. En más de una ocasión el mensaje de que me cuidara porque andaba por aquí, llegó acompañado con un recuerdo: “Díganle que como me pesa que en aquella ocasión cuando su hijo pequeño tomó mi pistola del escritorio, no le haya dado un tiro a Zepeda…Me hubiera ahorrado muchos dolores de cabeza”.

Hay muchas historias que se narran de “La Rana”. Murió en febrero del 2018, victima de un infarto. Se encontraba preso en el penal de Puente Grande, Jalisco. Hasta el final negó haber participado en la emboscada del Aeropuerto de Guadalajara en donde fue asesinado el Cardenal Posadas Ocampo. Tampoco aceptó su participación en el asesinato del periodista Manuel Burgueño Orduño. Su secreto lo acompañó hasta la tumba.