Ismael Estrella Guerrero
Ya suma más de medio siglo de existencia… Y allí sigue.
En sus añejas paredes guarda innumerables anécdotas; recuerdos que los socios más viejos añoran con nostalgia y avidez por los tiempos idos.
“Que veinte años no es nada, que febril la mirada”…
Sin embargo, la frescura y lozanía de su concepto principal, la amistad, aún perdura entre los contertulios que asisten al club 30-60-90- En Mazatlán-, que el jueves anterior (15 de mayo), cumplió un año más pata continuar como el de mayor prosapia en su género de la bohemia pura.
Apenas son cincuenta y tres años. Ni el andar del padre Cronos impide que continúe como si festejara su nacimiento.
Caray, apenas me doy cuenta que vamos agarrados de la mano, casi, casi somos de la misma edad. Ahora me explico el porqué de mi peregrinar constante a ese espléndido sitio, égida de mi naturaleza bohemia. Pretexto puro, me dirán otros, los menos, desde luego.
Dicen que su nombre se debe en referencia a los días de plazo que daban los bancos para pagar las “letras” (préstamos); otros aseguran que más bien se originó con la idea de las edades, es decir, sí ya existía uno que se llamaba 20-30 (sus socios eran de tales años), había que pensar entonces en uno en el que se atribuyeran los mismos conceptos y se ideó el de 30-60. Pero más de uno pensó: “¿Qué pasaría cuando superaran los 60”? ¿A dónde irían a parar? Pues al asilo, si bien les iba, le respondían.
Se optó finalmente por dejarlo como 30-60-90. Así, todos contentos.
Como haya sido, el caso es que este ateneo de la bohemia, la cultura y la amistad hoy en día mantiene y pregona su inspiración original: Rendir culto a los lazos de unión y afecto entre quienes ahí departen… Sean socios, amigos o invitados.
SUS INICIOS COMO
JUDIOS ERRANTES
Aún estaban frescas las heridas que provocó el peor movimiento armado que sufrieron todos ellos, la Segunda Guerra Mundial, originada por los afanes de conquista del loquito Adolf Hitler, que llevó a la hecatombe al mundo entero. Aquí, jóvenes y viejos aún guardaban los recuerdos como cicatrices muy difíciles de borrar. Si bien es cierto a ninguno de ellos le tocó estar en el frente armado, si fueron parte de todos los desaguisados que trajo consigo.
Era la época de los grandes cambios; los jóvenes comenzaron a dejarse crecer la melena y las mujeres a usar minifaldas; por la radio se escuchaban las grandes orquestas como Ray Coniff, Glenn Miler, el mambo de Pérez Prado; Tin-Tan y Cantinflas hacían época en el cine nacional, además de los lacrimosos melodramas de Libertad Lamarque, y aquí, en este aún pequeño pedazo de tierra salobre, cerros y calles bañadas por las aguas del Pacífico – Y La Pacífico, desde luego-, la juventud empezaba a distraerse en otras cosas.
Fue así como un grupo de chavalos, con el pretexto de reunirse a “botanear” y echarse sus ambarinas heladas, tuvieron la ocurrencia de iniciar un espacio en el que pudieran hablar de sus ocurrencias.
Empezaron a juntarse en un lugar que le llamaban Balneario Sur, por la avenida Alemán, propiedad de un suizo-alemán de nombre Fernando Lew, que echó raíces y también aquí falleció. Fue enterrado en el panteón número 3.
Eran tiempos diferentes.
La violencia y la inseguridad aún no permeaban Mazatlán.
Poco a poco germinó la idea de crear algo que fuera de ellos; un sitio del que pudieran decirse dueños, amos y protectores de la costa, pero sobre todo, darle rienda suelta a sus gustos por la bohemia. Algunos cantando, otros declamando, unos más por escuchar y los menos, para “pitorreársela”, pero eso sí, con el debido respeto. Aunque nadie se los creería, desde luego.
Fueron varios sitios en los que centraban su punto de reunión.
Del balneario, a la muerte de Lew, se fueron al negocio de alguien a quien le decían “Chino billetero”, por la avenida Roosvelt; incluso llegaron a estar en una carpintería por la Belisario Domínguez; también en el punto donde se construyó el Banco de México, hoy la Judicatura Federal, en pleno corazón de Olas Altas, y luego por la Carranza 70 sur.
Este fue el penúltimo sitio, hasta que finalmente arribaron a la casa donde actualmente se localiza y que ya es propiedad de los socios, por la avenida Constitución, entre Juárez y Teniente Azueta. Puro Centro Histórico. Siempre tuvieron buen ojo para establecerse.
Entre la bola de jóvenes y otros más que con el correr de los años se fueron acercando, se encontraban: José Ponzo, Fernando Vidales, Carlos Rodríguez, Alberto Medina, Ernesto Zenteno, Cruz Quintero, Máximo Flores, Francisco de Diego, Arnulfo y Ramón Arias, Román Pérez, Manolo Sánchez, Agustín Lerma, Juan de Dios Dávalos (“El mago maravilla”); Ernesto Rosete, Rafael Reyes Nájera “Kid Alto”; Pedro Hernández, Francisco Palacios, Oscar Torreblanca, Eduardo Watson, Alejandro Utrilla, Alejandro Gonzales del
Del Toro (actual presidente); El profe Alberto Guzmán (presidió la directiva que compró la casa donde ahora están) Leopoldo Torres, Jesús Campaña, Dr. Gómez Campaña, Ricardo Benítez, “Chapo” Huerta, Los “Guarro” Gonzales, entre otros.
LOS ACORDES DEL PIANO
Desde luego que no se puede pasar por alto el nombre de Luis Escutia, el pianista que por años deleitó a propios y extraños, lo mismo acompañando a Miguel Ángel García Granados, con su espléndida voz, a su servidor, (inchi presumido egocentrista de pacotilla), así como a otros, que aunque desafinaban, Luisito los metía al carril, dándoles el tono que requería, o también interpretando música de Chopan, Bethoven, Liszt, o dejándonos escuchar la ópera Carmen y muchas más. Luego cedió el turno a Vinicio, quien por hace cinco años mantuvo la batuta de las bohemias los viernes y sábados, para ceder el paso a los hermanos Rojas que los jueves hace más amena la estadía en el lugar, para que viernes y sábado sea Alfredo quien se encargue de los barítonos, los tenores, los bajos y los otros.
El primero al piano fue Alberto Andrade.
Alrededor del 180 (sumando los dígitos) hay un símbolo de madurez y camaradería entre quienes gustan de visitarlo, ya sean amigos o invitados de los socios.
Ahí no se le hace gestos ni miradas furtivas a nadie, porque como escribió don Narciso “Chicho” Orona, en su canción al club, su lema sigue manteniéndose inmovible: Amistad, Amistad, Amistad.
Igual recordar las canciones de Juan Luis Díaz, o de Severo Meraz, sin olvidarnos desde luego de Cristóbal Alvarez, pilares fundamentales del club, al igual que Carlos Islas o como otros que se adelantaron en el viaje sin retorno, pero que seguramente en cada bohemia ahí siguen presentes, pero como escuchas, porque si llegaran a cantar, de seguro que la casona de la Constitución quedaría vacía.
Célebre personaje fue Jimmy el viejo, padre del Jimmy, administrador de la barra, que junto al Leyva, el Oscar y el “Pajarito” ya son parte del inventario. Son los Intocables.
PERSONALIDADES
El nombre del club ya trascendió allende las fronteras.
Ha tenido a grandes glorias nacionales de reconocimiento internacional, como don José Angel Espinoza “Ferrusquilla”, a quien el 2001 lo declararon socio honorario.
Por sus puertas entraron el compositor jaliciense, autor de memorables canciones a Mazatlán, Gabriel Ruiz (Oye, el canto de las olas del mar); el entonces campeón mundial Salvador Sánchez, quien falleciera una semana después de estar allí; el ex campeón mundial welter, José Ángel “Mantequilla” Nápoles, y que decir de Rafael Reyes Nájera “Kid Alto”, o de otro extraordinario compositor mazatleco, don Fernando Valadéz; del escritor del “Guilo Mentiras” el escuinapense, Dámaso Murúa, y muchos más, sin dejar de mencionar que acreditados son los lunes de carnaval “el día del marido oprimido” que se engalana con la visitas de la reinas de las máximas fiestas del puerto. Desde que llegaron al edificio que actualmente los alberga, a comienzos de los 80 del siglo anterior, la visita de las reinas del carnaval no se ha interrumpido. En fin, una pléyade de grandes figuras de la constelación universal. Ha pisado sus añosos mosaicos.
Popular es su frondoso mango en el patio del que aseguran tiene más de 120 años, fuente inagotable de inspiración para quienes gustan de asar carnes; o aprovecharlo en tiempos de calor para realizar bajo su gran cobijo sombreado la tertulia de la tarde. También hay quienes aseguran que es el refugio de los fantasmas del 30-60, pues más de uno dice que ha visto “algo correr” por su cancha de baloncesto.
La mayoría de sus fundadores ya no están presentes.
Esos jóvenes de ayer dejaron su simiente para que hoy sean otros quienes gocen lo que sembraron.
Sin embargo, su memoria siempre estará presente.
Allí nadie es despreciado; a reyes y vasallos se reciben y atienden por igual.
El club 30 60 90 es una vida bohemia innegable que no se acaba con la velada nocturna aunque cierren a temprana hora.
Allí se da rienda suelta a los sentimientos, aunque mañana… Mañana será otro día
Es y seguirá siendo la casa de las grandes ocasiones.
Hoy son otros tiempos, sus forjadores la iniciaron con ilusiones que la convirtieron una institución.