Luis Antonio Martínez Peña.
Son las siete horas de una mañana radiante y calurosa de junio, el termómetro a ésta hora ronda en los 29 grados a la sombra y la humedad es intensa. El desembarcadero de Playa Norte luce con una buena cantidad de pangas amarradas la mayoría de ellas tiene nombre de mujer y sólo algunas tienen nombres sujetos a interpretación o que no conviene ni preguntar como el “Aminowana” o “La Cabezona”. Estoy sobre el malecón en la rampa donde se instalan dos puestos de venta de pescado. Las mesas improvisadas exhiben un poco de pescado, acaso una docena de pequeños peces de los llamados cochitos y unos cuantos caracoles que todavía tienen movimiento.
–Aquí todo lo vendemos fresco.
Es la respuesta a la curiosidad de algunos compradores y turistas mañaneros, gente no acostumbrada a ver estas cosas y sorprenderse de las patas de un cangrejo que salen engarruñadas y velludas por el cuenco del caracol.
Una panga es botada al agua y un grupo de personas suben a ella con ayuda de los pescadores. No encienden motor, simplemente se apoyan en una pértiga e impulsan la panga hacia el mar, el oleaje es suave y más en este sitio de embarque y van en dirección a una boya que se encuentra a unos cincuenta metros de la playa. Observando al grupo de personas, un grupo familiar. Me informo que esas personas no van de paseo. Ellos pidieron el favor de usar una lancha y la ayuda de los pescadores para arrojar al mar las cenizas de una persona. Por el momento nadie sabe explicar quién y porqué de ese último deseo; pero momentos más tarde, cuando han cumplido con el ritual y desembarcan en la playa, me dirigí hacia allá y me presenté con ellos. Era una mujer, dos hombres jóvenes y un niño que sostenía una urna funeraria de madera, ya vacía. Las cenizas fueron de una mujer que nació y murió en la ciudad de México: suegra, madre y abuela del grupo de personas en la playa. Ellos me cuentan una historia que tiene una nota romántica y de la cual he sido testigo en su desenlace. Me aseguraron que esta mujer vino en una ocasión a Mazatlán y al visitar esta Playa Norte se enamoró del mar, de su color azul y atardeceres rojizos. Antes de morir, no indagamos causa, les pidió a sus hijos que arrojaran sus cenizas en el mar de Mazatlán; y ellos estaban aquí por vez primera, cumpliendo el deseo de su madre y sintiéndose satisfechos por haber cumplido. Les di las gracias por la explicación y les di mi deseo de feliz estancia en Mazatlán.
Unos cuantos minutos después empieza el arribo de las pangas de los pescadores, una a una van llegando. El arribo es celebrado con cierta algarabía y amistosas llevaderas entre los pescadores. Me acabo de enterar que la pesca no ha sido buena y que el gran número de pangas sobre la arena y amarradas con cuerdas y cadenas a los troncos de palmeras o a los pilotes de concreto del malecón obedece a esta carestía de producto.
–Se saca poco, patrón, la pesca no es negocio, uno nomas anda aquí de aferrado, nomas sacando 10 o 15 kilos de sierra cuando bien te va. A veces penas unos dos o tres kilos, no es negocio. No sacas para la gasolina del motor. Ahorita esta cubeta se la llevan a la bodega de la cooperativa y esperamos hasta el viernes o el sábado y cobrar completo lo de la semana.
El arribo continua el pescador o patrón de la panga a desmontado primero en timón de madera y con el impulso de la hélice toca la arena mojada, luego un grupo de dos o tres pescadores apoyan poniendo debajo de la proa un rodillo de madera, sobre el cual impulsaran la panga hasta la parte alta de la playa. Al llegar descubre la tapa de su vivero o pequeña bodega y nos muestra el fruto de su trabajo. Para mi entender no es mucho, apenas seis sierras grandes que van a dar al interior de una cubeta y luego son pesadas y trasladadas a una camioneta en cuya caja hay una gran hielera.
Los pescadores de Playa Norte según me cuentan están organizados en dos cooperativas de nombre Punta Tiburón y la otra José María Canizales. Punta Tiburón es la espuela rocosa de la bahía y donde actualmente se encuentran construidas las instalaciones de la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Las cooperativas pesqueras que operan en éste lugar, lo han hecho bajo esa denominación o sin ella, desde hace muchos años. Hay en éste sitio personas que ya son la tercera o hasta cuarta generación de pescadores que han crecido entre las pangas y la arena de la Playa Norte. Algunos comentan historias de bonanzas pasadas, pero todos coinciden que siempre han sido pobres y han estado esperanzados a lo que el mar celosamente les concede.
–Ya no hay abundancia, éste año ni pajaritos hubo.
Les preguntamos sobre la ausencia y como respuesta encoge los hombros y señalando hacia la escuela me dice.
–Es un misterio, ni los biólogos saben porqué y eso que les pagan para saberlo.
Su respuesta me da risa. Conozco a los biólogos pesqueros, mi esposa es bióloga, y si, la presencia o ausencia anual del pajarito en la bahía de Playa Norte es todo un misterio de la madre naturaleza.
–Pero, y la langosta?
-Esa si la cuidamos en su veda, son cuatro meses y si alcanza buen tamaño, pues con ella nos reponemos.
–Oiga, está muy bonita su playa.
-Muchas gracias, la cuidamos, pero ya ve usted, así como se agregan esos pájaros, apunta hacia los pelicanos y gaviotas que permanecen en la arena, con ansiedad y en espera de obtener algo de alimento que le den los pescadores, así también se agrega gente que viene por aquí en plan de vagancia, otros con necesidad, y apunta en dirección a una anciana indigente que pide limosna sentada en el malecón. Pero gracias a Dios para todos hay, oiga y a propósito ¿usted a que se dedica?
– ¿yo? Pues a contar historias.
-y le pagan por eso?
-Gracias a Dios hay para todos.
– ¡Ah qué güero!, me la retachaste.
Son las nueve de la mañana y sólo quedan sobre la Playa un grupo de pescadores a la sombra de una ramada, ellos cuentan las historias de la madrugada y de los tumbos que dieron con la panga en el mar, la lluvia recién llegada es tema de conversación. La vida en Playa Norte estará a la espera de un nuevo amanecer y sus noticias.