LA CARPA OLIVERA.

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Enrique Vega Ayala

Cronista de Mazatlán

El lugar llamado La Carpa Olivera es hoy un atractivo turístico distintivo del puerto por las albercas bañadas por el mar, de libre acceso al público.

La Carpa Olivera fue un restaurante que funcionó durante la primera mitad del siglo XX y que era muy recordado por las generaciones de mazatlecos que lo conocieron y cuya remembranza lo colocó como un ícono porteño de época.

Originalmente estuvo sobre la playa de Olas Altas. No fue la primera instalación en ese sitio, La Carpa de Zayas fue la pionera y funcionaba como una especie de expendio de cerveza desde 1915. Esa edificación sufrió los embates de temporales y marejadas y no se permitió su reconstrucción unos años después. La de Olivera también estuvo sobre la arena por una breve temporada. Su propietario Antonio Olivera, consiguió cambiar su ubicación hacia el inicio del Paseo Claussen.

Como restaurante ganó fama por su cocina y se distinguió con su peculiar construcción, inicialmente de madera, montada en una plataforma levantada sobre un área rocosa bañada regularmente por las olas, con acceso desde el todavía rústico Paseo. Posteriormente, Olivera le agregó como atractivo adicional un par de piscinas oceánicas, diseñadas entre las columnas que sostenían la edificación, al parecer inspirado en un modelo portugués tomado del poblado de Azenhas do Mar, cerca de Lisboa.

El restaurante no tenía precios muy accesibles y solo los clientes consumiendo tenían derecho a acceder a la alberca. Las clases media y alta mazatlecas, los políticos, los artistas visitantes, los turistas que llegaban al Belmar y uno que otro colado, lo colocaron en el imaginario popular.

Con el paso de los años las quejas en relación con el funcionamiento del restaurante se multiplicaron. A finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, en el ayuntamiento se ventilaron asuntos que iban desde problemas con el manejo de residuos mal olientes, de saturación de anuncios en el exterior y de incrementos de precios sin autorización. Finalmente se llegó a las multas y amenaza de clausura por la presencia “con demasiada frecuencia” de “mujeres públicas” entre los comensales.

Finalmente, tras la muerte de su dueño en 1954 y como secuela del arrasamiento del ciclón y los fuertes oleajes, en septiembre de 1957, el restaurante fue cerrado al servicio. Décadas después se demolió lo que quedaba de la plataforma y las columnas por los riesgos que representaban. Por años se trató, casi infructuosamente de impedir el uso de las albercas. En 2004 se remodeló el sitio, con el tobogán que todavía funciona, una escultura de sirena contorsionista y se pusieron en funcionamiento las piscinas con servicios sanitarios y área de consumo; se concesionó el lugar, pero no se sostuvo y cayó de nuevo en el abandono.

Hace unos meses, en junio de 2022, se remodeló el entorno de las piscinas y se le instaló un monumento a Jacques Cousteau, por sus contribuciones a la exploración submarina mirando hacia el que él llamó el acuario del mundo. De nuevo se apuesta por su conservación y uso turístico.