IBA EN CAMIÓN URBANO A LA INAGURACIÓN

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DE LA MAZATLÁN/DURANGO, COMO UN GRAN SEÑOR.

ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.

                  Aliste la ropa de gala, puse el despertador a las seis de la mañana para evitar una trastada de Morfeo , porque este día no podía quedarme dormido porque había que estar en la  inauguración de la carretera Mazatlán/ Matamoros, comunica a los dos océanos que nos comunican con el mundo. Lustré los zapatos y puse dentro de ellos unos calcetines limpios para no andar a las carreras en la mañana. Enseguida me dormí pues me tomé mi acostumbrado clonazepam, que tumba a los sombies más insomnes que corretean a los vivos en Haití.  

De inmediato me quedé dormido, según la cámara de seguridad que vela mis sueños. Pero lo que no vio esa cámara es que empecé a soñar sobre los peligrosos  recovecos que tendría la carretera, por donde nos llevaría un desvencijado camión que a la menor falla podría hacer naufragar la travesía en algún puente o en uno de los tantos túneles. Cuando estaba inmerso en esas órficas peripecias de repente me asaltó una pesadilla horrible: vi como el camión caía al precipicio, y Francisco Chiquete volaba por los aires y el Crístofer, Dios no lo quiera, había quedado estampado en una piedra…. Cuando estaba haciendo el doloroso recuento de daños del accidente; de repente respeté, tal vez este abandono del sueño fue una especie de mecanismo de autoprotección, quisá para evitar que mi poco honorable Zalea quedara embarrada en alguno de los desfiladeros que dan horror nomás mirarlos.  Desperté al punto del llanto, como a las tres de la mañana, y ya no me pupe dormir.

AL DÍA SIGUIENTE, EL MERO DÍA DE LA INAGURACIÓN

Pasé tres horas en vela. A las seis sonó el despertador y enfile al baño. Después de todo los demás, empecé a bañarme todavía somnoliento. Gracias al agua fría y un vaso de medio litro de café que zampé, medio se me compuso el pulso y se me apagó lo somnoliento; pero también recuperé el aliento por el alboroto  que tenía por conocer esa surpervía, pues me habían asegurado que no había otra igual en México, que solo existían este tipo de obras de de ingeniería  en Europa, Canadá y los  Estados Unidos. Me cambié, me chainié  y me di como tres repasones en el espejo y ya en forma,  tomé un taxi para que me acercara al  camión que me llevaría a la inauguración. En el camino me dije, a la mejor hasta me tomo una foto con Peña Nieto, la reproduzco  y la vendo a preció de oro con sus fans y sus fans y me hago rico en un dos por tres.

Ya en el camión pasamos por Villa Unión a paso lento, pero  para ese tiempo el humo del escape en descomposición  del bus se había filtrado a la cabina de pasajeros. El olor que nos acosaba se parecía al de aquel tiempo en que nos alumbrábamos con cachimbas, era petróleo crudo el que estábamos engullendo por las narices, digo íbamos porque éramos varios periodistas y aprendices los que poblábamos esa cafetera del siglo XX. Al enfilar para Durango, una vez que se perdió de me vista Concordia, intempestivamente me asalto el recuerdo de la pesadilla, y empecé a aculebrarme y sudar copiosamente y a tener muchas ganas de orinar, gracias a Dios que ese cafetín traía baño para ese y otro tipo de contingencias.  

CON EL PÁNICO ENTRE CEJA Y OREJA

Aunque usted no lo crea, sobre todo porque me conoce,  cuando empezamos a dar tatahuilas por las curvas de la carretera empecé a marearme, pero cuando avisté el primer túnel empecé a morderme la lengua para no gritar, y mentalmente me eché pecho a tierra para evitar que ese filón de cemento no me fuera a cortar la cabeza y así, en esas condiciones, pase varios túneles que parecían una boca de lobo.  Pero cuando llegué al puente el Sinaloense sentí unas ganas inmensas de guacarear. Y es que me estaba muriendo porque me había asaltado  la claustrofobia, ese mal del alma  que me ha hecho perder el bigote tipo por viaje, y eso a pesar que he sido un macho calado en las buenas y en las malas. Y por favor que no se me malinterpreten. Y como en otras ocasiones me asalto el recuerdo de mi madre y empecé a llorar como cuando era chiquito.

Pero mi temor creció al infinito cuando aparecieron, además de los túneles, los puentes y las curvas pronunciadas… No, no, no, cuando me asomé a un precipicio, donde la vista no me alcanzaba para ver hasta el fondo del desfiladero, el cuerpo se me paralizó, se me encuero el chino y me empezaron a entumir las canillas. Estaba paralizado, tieso, patidifuso, al punto de que oía como un eco muy lejano una discusión de tres compañeros/competidores que afirmaron que era mejor el Noroeste, que era mejor el Debate y, uno no tan despistado, tal vez Mahatma, sostenía que Sinaloa en Línea los superaba porque era un periódico del siglo XXI. Pero tal vez ni siquiera oí nada, pues estaba aterido; pero estuve a punto del desmayo cuando frisamos el puente Baluarte, en ese momento alguien empezó a vomitar, seguramente Ismael, circunstancia que aproveché para pedirle a chofer que parara, y afortunadamente hizo un break, circunstancia que aproveche para basquear a suelo abierto hasta que quedé vacío no sólo del cuerpo sino también del alma. Estos escampados atrajeron a mí otro mal congénito: Mi agorafobia, cuyo cuadro clínico se caracteriza por el aumento de la frecuencia de la presión sanguínea, respiración agitada, sudor, sensación de ahogo, mareo, temblores y despersonalización.             

LA INAUGURACIÓN COMO SALVACIÓN DE MI AGORO/CLAUATROFOBIAS

Cuando paró el camión estuve a punto de devolverme a pata para Mazatlán; pero me acordé de una canción de José Alfredo: A veces me ando cayendo/ y el orgullo me levanta. Insuflado por esos versos me subí al camión todo madreado…. y cerré los ojos y me dejé llevar aunque alguien se aprovechara de mí ceguera voluntaria, porque junto con ella había doblado los brazos para quedar en un estado de indefensión lastimera y lastimosa, afortunadamente en un santiamén  llegamos al lugar donde sería la inauguración de la Mazatlán/Durango. Me serené un poco, tal vez porque en el lugar se hallaban una nutrida mancha de políticos de todos los pelajes.

Uno de ellos decía en voz en cuello, como queriendo quedar bien, lo siguiente: La rúa es un majestuoso homenaje a la ingeniería mexicana; su perfil, su estructura, su arquitectura son un portento, casi al mismo nivel que las reformas estructurales de Peña Nieto. Como no me gusta la política, involuntariamente recordé que a don Matías, de Alamos, Sonora, un día después que una nave espacial había llegado a la luna, le preguntaron: ¿Oiga don Maty, qué opina de la televisión  le traiga imágenes tal nítidas de la luna?. El señor contesto, haciendo un ligero movimiento para quedar de frente ante aquel artefacto en blanco y negro: “Como iba creer yo que con giro no mayor de 60 grados,  iba poder ver un agreste paisaje selenita” No sé qué relación tenga la elegante respuesta de don Matías, con el que vociferamentaba el político. Pero eso es otra historia, como también son otra historia el acto inaugural  y el regreso a Mazatlán.  Volveré sobre ellos….