EL TIANGUIS DE LA FRANCISCO VILLA.

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– Alegoría de colores y variedades; encuentro de necesidades.
Son las cinco de la tarde y son poco más de cien los tianguistas que han ocupado sus espacios en la plazuela de la Francisco Villa, teniendo como testigo de honor a Juan Diego, que pronto será santo, y al templo de san Juan Apóstol y Evangelista.
En este último se ofrecen becas dominicales.
El Paralibros está funcionando, a un costado de la caseta. María Muñiz del Angel sigue afanosa en su tarea, en su apostolado de promover la lectura.
Los altos y bajos de la afluencia, no la desaniman. Ya es una figura recurrente.
Forma parte de los detalles que dan vida y movimiento a una plazuela, entre semana, solitaria.
Globos, juguetes, discos, herramientas de todo tipo, hasta inimaginables y, ropa, ¡mucha ropa!, ¡Mucha, mucha, mucha ropa!. Usada y nueva.
Es un tianguis como cualquier otro, pero en versión modesta.
Cumple su función: ser punto de encuentro y de distracción.
En esta visita nos deleitamos con esos gritos del “bara, bara”. Hacia tanto que no los escuchaba, porque en los otros tianguis, como el bullicioso de la Juárez ya no hay la pelea por llamar atención. ¡Qué raro!.
Frutas, calzado, lentes, cidis…piratas ¿Dónde esta la celosa policía Federal?. En ninguna parte… En la contraesquina de la plazuela, el super disfrazado de abarrote cuenta con seis maquinas tragamonedas. La ludopatía infantil y juvenil a todo lo que da.
A escasos metros hay dos jóvenes con evidentes signos de drogadicción; mientras a algunos sesenta metros dos elementos policiacos soportan la modorra recargados en una patrulla.
Hay pay de píña a cinco pesos la rebanada y frijol mayocoba a 17 pesos. Hay remates de a 10 y 15 pesos la pieza. Brasieres coquetos para dama a tres por 115 pesos.
En la cruz gamada que conforma la plazuela, se extienden los tianguis varios a sus orillas, sin embargo uno llama la atención y el olfato de cualquier tragaldabas como el escribidor. Lo que te puedas imaginar para satisfacer la gula o aplacar la tripa como dice el refrán.
Hay que ir a los remates, a encontrar los trompos que fueron delicias de algunos que añoramos los tiempos pasados. A degustar los quekis mientas nuestros hijos pequeños se quedan en el pintayesos.
Apúrese, no vaya a ser que cuando se decida ir de visita, las Diversiones con sus cuatro juegos y un brincolín, ya se hayan ido porque se les acabó el permiso; o en la cancha haya concluido el torneo de futbol del barrio.