(Incursiones de Rocha en la literatura)
MELCHOR INZUNZA
“El escultor quita al mármol lo que está de más, el novelista le quita a la realidad lo que le sobra”. Gabriel García Márquez.
“Destrózalo Melchor con tu crítica, será muy útil para mi conocer tus despiadadas observaciones”. Rubén Rocha Moya (dedicatoria del libro Caña Quemada, enero 2013).
Órale.
Dos o tres veces traté de leer El disimulo, así nació el narco (2013), de Rubén Rocha Moya, pero fracasé en cada intento desde las primeras páginas; antes me había pasado lo mismo con Caña quemada (2012), primer roce del autor con la literatura, o más bien su primera incursión en ella.
Fue hasta después de la captura de El Chapo cuando me empeñé en no dejarme vencer y leí ambos libros, aunque casi a la mitad de El disimulo…, dije me doy. No se deja leer tan fácilmente; de hecho, casi todas las obras referidas al narcotráfico, con pretensiones literarias: me han derrotado en los primeros rounds por la vía del cloroformo, aun las que han tenido algún éxito editorial.
No sé si porque tomó en serio los elogios en serie que suelen hacer los presentadores de libros, obligados a la cortesía, como ocurrió en la presentación de Caña quemada (2012), o porque sintió de nuevo el tardío ‘llamado’ de la literatura, o porque se dejó llevar por la irresistible moda oportunista de aprovechar al narco para alcanzar la celebridad literaria (chance y la captura de El Chapo le dé un empujoncito), lo cierto es que Rocha emprendió a toda máquina su segunda incursión en el arte narrativo, ahora con la novela El disimulo…
Caña quemada
De Caña quemada ninguno de los comentaristas refirió los valores literarios. Uno de ellos destacó que lo más meritorio del libro es que en él “se puede encontrar a la gente del pueblo con sus anécdotas, con su particular forma de hablar, con sus costumbres y tradiciones”; otro felicitó a Rocha por no dejar que desaparezcan las raíces de los pueblos y plasmar la cultura de la gente”; otro más argumentó “que a decir de los que saben de literatura, las mejores obras no lo son porque cuenten buenas historias o por su lenguaje estético, sino también porque en su escritura se recupera el espacio, lenguaje, su historia y la identidad de los pueblos”.
Ninguno advirtió valores literarios. El licenciado Medina Viedas apenas los sugirió (“logra el propósito de todo escritor, contar bien”), pero el énfasis está en lo mismo que los demás. “Caña quemada es crónica, es el reportaje, la recuperación de los orígenes de los pueblos, donde el pasado busca permanecer a través del lenguaje de los valores, de las costumbres…” Luego Medina Viedas la elogia de tal modo convincente, que sería una lástima no creerle. Sobres. A lo mejor Caña quemada no es del todo insalvable.
Y el propio autor indicó “que la finalidad de haber escrito esta obra fue rescatar e inmortalizar la cultura de los pueblos, para que no se pierda, es un homenaje a la memoria de los pueblos, su cultura y tradiciones”i.
De cualquier manera en las historias de Caña Quemada no hay creación y menos recreación del lenguaje del narrador, ni de los personajes narrados.
No se sabe quién es quién, cuando el autor es a su vez otro personaje que habla desde dentro y desde fuera de las tramas, pero que deshace el artificio cuando lo traicionan sus palabras, propias de la jerigonza incompresible de los políticos y de los medios.
El narrador se hace bolas con el lenguaje, no encuentra su voz, el tono, el estilo. Desde la segunda página se delata “(Rosario Toribio)… también se abría espacio para cultivar el maíz” (Quiso decir se daba tiempo). Pero luego se disfraza de lugareño para no infundir sospechas, imita el habla de “la plebada del lugar”, y no deja de repetir “plebada” y “diatiro” y todos los modismos de sus personajes; enseguida de acuerda de que él no es como ellos y vuelve al lenguaje ‘culto’: “boom de la mota”, y en el cuento que da título al libro, el narrador nos dice que “Ipso facto, Tacho, con la menor demora, se presenta…” Pero el latinajo no significa ‘de inmediato’ o ‘ahora mismo’, sino “por el hecho mismo” o “a consecuencia de” (Pero como quiso decir “de inmediato”, sobra lo de “menor demora”, un pleonasmo.)
Peccata minuta (para seguir con los latinajos). Pecados veniales a fin de cuentas de estos cuentos.
El disimulo
Sin embargo, en El disimulo repite la receta y empeora los resultados. El narrador lo mismo dice “incapacidad motora” en vez de paralíticos (sólo le faltó decir “personas con capacidades diferentes”), que “despavoridos”, “fenómeno del narcotráfico” y “corporación policiaca”, que “jale” y “guato”, “supremacía numérica “y “mutuo propio”, que “plebío muy alzado” y “hoyito del tragadero”, “terapia ocupacional” que “plebada” y “me lleva a tiznada” (le hace decir a un pudoroso narco), y así en cada página. Vaya realismo chamagoso, quise decir maravilloso.
En vez de recrear el lenguaje de los narrados, el narrador de nuevo los imita y empobrece, con el pretexto de ‘rescatar’ el habla de los pueblos, de retratar o reflejar la realidad. Pero rescatar el habla, secuestrada supongo, preservar los valores tradicionales o reflejar la realidad, ¿qué tienen que ver con los valores literarios?
El disimulo no le deja bueno hueso alguno a la literatura. Y eso que en una de las tantas presentaciones, el autor considera su trabajo “como producto de la inquietud por describir, de forma literaria” la omisión de las autoridades. Y que “a pesar de que es una novela clara” (clara oscuridad, diría yo, valga el oxímoron), es muy escéptico en el tema del combate al narcotráfico. (El Debate, 13 de enero de 2014)
El narcotráfico ha producido, además de matazones y enormes fortunas, algunos buenos corridos y, casi sin excepciones, mala literatura, al margen del éxito o fracaso editorial. La literatura absorbida por el narco está más interesada en describir el narcotráfico que en las cualidades literarias de sus narraciones. No es en este género donde están los mejores textos sobre el narco, sino en otros: la crónica, el reportaje, el ensayo.
No es necesario ser crítico literario (estoy lejos de serlo) para opinar sobre la moda que se ha abatido sobre la literatura. Basta que el lector encuentre placer en la lectura y aprecie el ‘oro que relumbra en los versos’, el goce del lenguaje, el vuelo de su ritmo, el juego con el tiempo, la libre fantasía, el deslumbre de la imaginación, la risa del humor (simple,
no simplón), las emociones que encienden el corazón, ‘aparatito lleno de recursos’ (Rossi), para distinguir de vez en cuando la buena literatura que la que no lo es.
Y no es la de Rocha. Digan lo que digan los que le dan coba. Ya sea por quedar bien o por simple amistad.ii
Las presentaciones y los presentadores de libros, asesores literarios, los cargos públicos, los contactos editoriales, los patrocinios, la publicidad, las influencias políticas, los florentinos castro ni los aguilarespadilla, no hacen a un novelista.
El ensayo acaso se le da, la novela no. La posibilidad de un ensayo devino en la imposibilidad de una novela. Le sugiero que vuelva al ensayo que no le rehúye, y deje en paz a la novela, que huye de él como el diablo del agua bendita. El disimulo es una simulación. Finge ser lo que no es.
No hay creación artística en una prosa desarticulada, en un lenguaje incoherente, caótico. Un enredijo, por decir lo menos. Y la novela es el arte de la prosa, como dice Milan Kundera (uno de los autores que RRM admira al igual que tres o cuatro más que ha leído sin aprender mucho de ellos por lo visto).
Insisto: la literatura absorbida por el narco está más interesada en las implicaciones sociales y culturales que en las cualidades literarias, en la temática que en la técnica, en los corridos y canciones de La rancherita que en la forma, en la música de la tambora que en la música de las palabras.
En la narrativa literaria (la precisión no sobra, porque ahora los comentaristas y analistas no paran de parlotear sobre la ‘narrativa’ de Peña Nieto), lo que importa no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta. Llámese realista, surrealista, romántica, costumbrista, fantástica, etc.-, lo importante en el cuento o en la novela es la forma. De hecho, como diría Borges, “todas las artes aspiran a la condición de la música, que es pura forma, la forma misteriosa del tiempo”.
Mejor aún, “en literatura la forma es fondo”, como lo expresó hace un año el novelista Javier Cercas. “O sea, una buena historia bien contada es una buena historia y una buena historia mal contada es una mala historia. Madame Bovary contada por un necio es una imbecilidad, pero por Flaubert es una obra maestra. Es todo cuestión de forma, estructura, técnica, tono y ritmo.”
Todo eso que desdeñan los escritores de “lo narco”. Rocha llega a la extravagancia de incluir ¡en una novela! la entrevista que me hizo y publicó hace 13 años en Noroeste, y además me convierte en uno de sus personajes. Sin mi autorización desde luego. Es decir, hace uso y abuso de mi nombre y de mis opiniones. Si se tratara de un ensayo, pasa. Pero en una pretendida novela… bueno, eso ya linda con la estolidez.
¿Qué hacer? Ni Lenin lo sabría. Por lo pronto sólo me queda esperar que el arduo lector (hipálage, se entiende: el lector no es arduo sino lo que lee) llegue tan fatigado a la página 82, que de ahí no pase.
A los que en las presentaciones alaban obras con criterios extraliterarios, ai’ los quiero ver hablando ahora de los méritos narrativos de El disimulo. Seguramente encontrarán muchos valores, salvo uno: el valor literario.
Si se propone seguir incursionando en la narrativa, sería bueno que Rocha no pasara por alto las observaciones de Rafael Lemus (él sí un crítico literario) sobre la narcoliteratura
mexicana (le adjunto algunos párrafos resumidos), pero sería mejor que echara su novela al tonel de las danaides.
O, en paráfrasis de García Márquez, decidir lo que Fermina Daza: disipar todas las dudas y hacer sin remordimientos lo que la razón indica como lo más decente: pasar una esponja sin lágrimas por encima de su novela El Disimulo, borrarla por completo, y en el espacio que ella ocupa en su memoria dejar que florezca una bella pradera de amapolas.
18 de marzo de 2014
i Pero qué joder con las tradiciones. Al parecer, aún es vigente la crítica de Jorge Cuesta en los años treinta del siglo pasado: “Es a la tradición a la que señalan como desamparada y desposeída, como inválida. Quien está más ignorado por la tradición, más abandonado por ella, luego supone que la tradición depende de algo como la concurrencia de fieles a su templo; luego predica a los hombres que cumplan con el penoso deber de auxiliarla, de retenerla… La tradición es tradición porque no muere, porque vive sin que la conserve nadie… No les interesa el hombre, sino el mexicano; ni la naturaleza, sino México; ni la historia, sino su anécdota local. Por lo que a mí toca, ningún Abreu Gómez logrará que cumpla el deber patriótico de embrutecerme con las obras representativas de la literatura mexicana. Que duerman a quien no pierde nada con ella; yo pierdo La cartuja de Parma y mucho más”. (Literatura y nacionalismo) ii No hace mucho, en el programa de Sentido contrario, que dirige Marcelino Perelló en Radio UNAM, dedicado a Liberato Terán, leí un correo que éste me envió hace cuatro años: “…y disfruto del arte de la amistad que siempre ha cultivado el licenciado Medina”. En efecto –añadí–, “para Medina la amistad es incluso más importante que la literatura; por eso ha presentado libros de Rubén Rocha, por insoportables que sean”.