¿Un mundo sin delitos?

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Melchor Inzunza

Así de manera fiel

conté la historia hasta el fin; es la historia de Caín que sigue matando a Abel.

J. L. Borges

 

En julio de 2011 leí el magnífico artículo Gracias, truhanes, de Marcelino Perelló, publicado en Excélsior, y recordé que yo había escrito en el 2001, sobre el mismo tema, un larguísimo rollo. (Entonces era más insorpotable: seguía hablando aun cuando el lector ya se había ido).

Ahora lo resumo para los lectores de Sinaloa en Línea.

Cuando el gobernador Juan Millán prometió «darle la vuelta a la página de la violencia», es decir, no sólo disminuir el delito sino “acabar con la delincuencia”, aludí a la irónica página de Marx dedicada a la función altamente productiva que tiene la delincuencia. Texto poco conocido escrito entre 1860 y 1862, como apéndice en Teorías de las plusvalías, bajo el título “Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones”.

Acaso valga la pena referir de nuevo aquel texto del genio de Tréveris:

“Un filósofo produce ideas, un poeta, versos; un cura, sermones; un profesor, manuales. Un criminal produce crímenes. Pero no sólo crímenes sino también el Derecho Penal, e inclusive el inevitable manual en que ese profesor condensa su doctrina… Se produce, pues, un aumento de la riqueza nacional, sin contar con el placer que experimenta el autor.

“El criminal produce además la organización de la policía, y de la justicia criminal, los guardias, los jueces, los verdugos, los jurados, las diversas profesiones, desarrollando las facultades del espíritu, creando nuevas necesidades y maneras de satisfacerlas.

“La simple tortura ha suscitado las más ingeniosas invenciones mecánicas y da ocupación a una multitud de honestos obreros en la producción de estos instrumentos.

“El criminal produce una impresión, ya sea trágica o moral; de este modo suscita los sentimientos morales y estéticos del público. Aparte de los manuales y de los códigos y de los legisladores, produce arte, literatura novelas e incluso tragedias.

“El criminal aporta una dimensión a la monotonía de la existencia burguesa; la defiende contra el marasmo y hace nacer en ella esa inquieta tensión y esa

agitación del espíritu sin las cuales el estimulante de la libre concurrencia terminaría por abotagarse. El criminal da, pues, un nuevo impulso a las fuerzas productivas”.

Imagínelo

De la argumentación de don Carlos no resulta difícil derivar que si los malos desaparecieran, la sociedad de los buenos, a punto de morir de aburrimiento, los crearía de nuevo. Sobre todo, para perseverar en su ser, el Estado. Que en eso de fabricar delincuentes –por si faltaran– se pinta solo.

De vez en cuando las buenas conciencias nos exhortan a imaginar un mundo sin violencia, como decía aquella candorosa publicidad del letrerito: “imagina un Culiacán sin delitos”. O algo así.

Bueno, tratamos de imaginarlo, no sin el apoyo del criminólogo Elías Neuman autor de “Los que viven del delito y los otros” (Siglo XXI, 1997)

A ver, ¿qué pasaría si en un sexenio, un siglo o un día de estos (un día-luz) se ganara la guerra contra crimen organizado y contra la delincuencia inorgánica?

Narcos

Pues nada, salvo que a los que viven del narcotráfico y de los que viven de combatirlo, se les acabaría el corrido. Cientos de miles quedarían en el desempleo: los distribuidores, policías, jueces, funcionarios, comandantes, agentes de la DEA, de la PGR, de los centro de investigación y seguridad, empresarios, comerciantes, lavadores de dinero, adictos a las mesas redondas, foros y congresos; militantes de campañas moralizadoras, psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales de las prisiones, compositores de corridos y los cruzados contra el Mal.

Los que viven del narcotráfico o de su combate (pero no sin él), suman una lista más larga que la imaginación de los que nos invitan a imaginar también “un mundo sin drogas”. Si las mantienen en la ilegalidad, las millonarias ganancias de su tráfico están aseguradas. El gran negocio del que se benefician los narcotraficantes y sus contrarios.

Delincuentes

¿Qué pasaría con los que viven del delito o contra él si éste desapareciera? Pues también perderían su chamba el procurador, los policías y sus proveedores de uniformes, armas, municiones, chapas, esposas, radios, patrullas, helicópteros. Luego los magistrados, los abogados, jueces, legisladores, carceleros, agentes de ministerio público, predicadores de valores, consejeros de seguridad. Y miles de personas en Sinaloa, en México, y millones en el mundo, que tienen trabajo gracias al delito.

Industria

Desaparecería la multitud de empresas dedicadas a asegurar autos, fabricar cajas de seguridad, alarmas, carros blindados, llaves computarizadas, micrófonos de miniatura, delatores inalámbricos, intervenciones telefónicas, cámaras vigilantes en las calles, y todo lo que hace crecer la colosal industria del delito. Convenga usted en que éste resulta cada vez más un mejor negocio, aparte de ser tan útil a los gobiernos, en sus ansias de control total de los ciudadanos.

¿Y la industria cinematográfica? Ya sin delincuencia, los productores, directores, actores, actrices, guionistas, escenógrafos, extras, aumentarían el ejército de desempleados. ¿Quién iría al cine a ver aburridas películas edificantes?

Cultura

¿Qué hubiera sido de la poesía, la música, la novela, el teatro, el cuento, esas “flores de la violencia”? Imagine la historia sin guerras, delitos, revoluciones, altas y bajas pasiones. De hecho, no habría historia. Es como imaginar el Paraíso del Génesis sin la desobediencia de Adán y Eva, que eligieron el árbol del conocimiento y probaron el fruto del bien y del mal.

Sin “pecado original” (y sin la historia de Caín que sigue matando a Abel), el hombre no sería lo que es. Y nadie habría contado y cantado sus hazañas, tragedias, alegrías, crueldades, generosidades, amores y odios. Tendríamos un triste mundo sin Homero (el griego y el Simpson), Virgilio, Dante, Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Victor Hugo, Tolstoi, Sthendal, Dostoievski, Flaubert, Balzac, Poe, Chesterton, Doyle, Cortázar, Borges, Rulfo, etcétera.

Sin violencia no es concebible Biblia y su Dios despiadado (“Perdóname oh vengativo y rencoroso Señor”, le ruega Homero Simpson), y las matanzas de sus héroes sanguinarios, incestuosos, violadores e intolerantes. Ni el cristianismo y sus cruzadas.

Tampoco tendríamos himnos nacionales, con sus masiosares enemigos, ni próceres de la patria, casi todos con el hábito de matar.

Ciencia

Y el avance científico y tecnológico algo le debe también al delito y a las guerras. Sin delincuentes, tampoco tendríamos sesudas obras de criminología, etiología, genética, psicología. Ni las ingeniosas invenciones técnicas para prevenir la delincuencia y castigarla (es un decir); para no hablar de los congresos científicos, cursos, cursillos, simposios, conferencias, diplomados, maestrías y doctorados.

En fin, eventos sin fin, donde se aprueban estudios y propuestas, y se toman resoluciones sin duda trascendentes: la fecha del próximo evento, del próximo congreso y de la siguiente conferencia…

Así que no mamen. Nada de erradicar la delincuencia. Reducirla convenientemente y mantenerla bajo control, ya sería mucho. Eso es lo posible. Lo que más conviene a todos. Lo único razonable. El resto es demagogia.