Tercera Llamada…Crónica de una balacera

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Ismael Estrella Guerrero

Su voz se oía angustiada al otro lado de la línea telefónica.

– ¡Tengo miedo!- fueron las primeras palabras que escuché.

Mi primera impresión fue de estupefacción.

Era sábado en la noche, me dirigía a la casa y lo que menos esperaba era una llamada de esa naturaleza. El clamor de su voz se escuchaba apanicada, como una vez dijera Vicente Fox.

El ruido de los motores de los automóviles era estruendoso: claxonazos, madrazos, más gritos, pitidos y quién sabe cuántos sonidos más alcanzaba a oír por el teléfono en esos momentos de total incertidumbre para mí, que no entendía lo que ocurría al oro lado de la línea.

Me fumaba un cigarro Marlboro blanco cuando recibí a esa extraña llamada.

– ¿Dónde te encuentras?- respondí con más asombro que aplomo.

Nunca la había escuchado de esa manera… Era una voz que reflejaba angustia, desesperación, a la vez que desconsuelo e impotencia.

Desde luego que el miedo hizo presa de mí.

Pensé mil y una tonterías.

A como están las cosas por tantos hechos de violencia e inseguridad, seguramente que algo malo le ocurría a quien en esos momentos aún tenía conectado por el aparato.

No andaba muy errado en mis deducciones.

– Acabo de ser testigo de un atentado a disparos- me dijo de manera atropellada, sin hilar bien sus palabras.

El reloj marcaba las 20:00 horas. Circulaba por la avenida La Marina e Iba llegando al restaurante Barracrudas.

Era de noche, algo fresca por cierto; la luna lucía en todo su esplendor.

Seguía escuchando la voz por el aparato inalámbrico, cuando escuché una ráfaga de disparos lo que provocó que se me erizaran los pelos. De veras, se escuchaba como si del otro lado de la línea estuvieran en el cine viendo una película de guerra.

A lo lejos se oían gritos de gente asustada, lamentos, susurros.

Mi imaginación me jugó una mala trastada.

En ese momento me pareció encontrarme en el lugar de los hechos.

En mis años mozos, cuando iniciaba en el periodismo en la ciudad de Culiacán, me tocó cubrir la nota roja para un diario local y uno de circulación nacional y quizá por la irresponsabilidad y altanería de mi juventud, los tiroteos no me causaban ningún resquemor. Me tocó ser testigo de algunos; incluso participar como periodista en hechos policiacos: entrevistar a violadores, secuestradores, atraca-bancos, homicidas y demás.

Lo de hoy era totalmente diferente.

Nunca había sentido ese extraño escalofrío que recorre los huesos y que hiere hasta lo más hondo de la sensibilidad.

En segundos que se me hicieron eternos pensé en quién sabe cuántas cosas.

Vi pasar mi vida como una película en cámara rápida.

Me llevé las manos a la frente y me di cuenta que estaba sudando helado.

No sentía las piernas. Quizá de estar parado habría caído como una res.

Volví a escuchar la misma voz.

-¡Tengo miedo!- Me dijo. – No sé qué hacer.

De pronto, como si recibiera un flashazo en pleno rostro, me restregué los ojos y fijé la cara en el espejo retrovisor, para encontrarme, no sin gran sorpresa con el teléfono pegado a la oreja respondiendo a una llamada que nadie había hecho.

– ¡Tengo miedo!- me repito, (y no me dio vergüenza reconocerlo, los años me han enseñado que es mejor expresar los sentimientos) pensando más que nada en mis hijos, mi esposa, en mi familia, en todas las consecuencias que trae consigo el irse de este mundo sin arreglar aún los muchos pendientes que nos quedan y que son, quizá, los que hacen que las ánimas, si es que es cierto, no se puedan ir de este mundo terrenal.

Del otro lado del auricular no escucho ninguna respuesta, solamente el clásico «tu tu tu tu» de un teléfono del que nunca hicieron una llamada.

El reloj sigue marcando las 20:00…

ismael.estrella@live.com.mx