NARCO: EFECTOS COLATERALES II

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ

PLANEAMIENTOS INICIALES.

Si el narco se ha constituido como el mal necesario que permite “reflotar” a nuestra economía, este vínculo, por “necesidad”, como dicen los médicos y los biólogos, fue creando una “cultura” de la violencia y, como consecuencia, fue violentado los mundos de vida de los sinaloenses[i].

Dos factores complementarios se han entretejido para que se hayan violentado nuestros mundos de vida: 1) La pérdida progresiva de gravedad de la economía “normal” ha generando la incapacidad de ésta para fomentar el arquetipo que antaño solía identificar a los sinaloense con la reciedumbre, el honor, la alegría y la sensación de progreso que antaño acompañó a sus moradores. 2) En contrapartida, la economía del narco ha ido adquiriendo prestigio por su solvencia, y crea, por tanto, un estereotipo de hombres fuertes, ricos y generosos. Esta imagen virtual, como es sabido, progresivamente se ha convertido en un modelo de imitación por bastantes sectores de la sociedad, especialmente por una juventud desocupada y subocupada que vive al borde de la desesperanza y que ve en esta actividad “informal” un escape a su difícil circunstancia, al ofrecerles la posibilidad de hacer una fortuna rápida y prestigiosa. Junto a estos factores, se ha creado un estereotipo que lo envuelve todo, a saber: la sacralización de una subcultura, cuya punta de lanza es la música[ii], que raya en el desafío y en el importamadrismo, ante la mirada impotente de las instituciones de educación y cultura en el Estado, que no atinan a encontrar la forma de contrarrestar este flagelo y que, además, carecen de presupuesto para hacerlo.     

Pero así como crece en el “ambiente” la propensión a imitar los gestos y la solvencia de los narcotraficantes, crece también en la entidad la adicción a las drogas, a tal grado que ha llegado a convertirse en un problema de salud que puede ser considerado como pandemia. Puede decirse que, con todas las mediaciones del caso, los factores que precipitan a determinados sectores de la juventud al narcotráfico, son los mismos que les tienden la soga al cuello para ahogarlos en la mar de las adicciones, al lanzarlos a la búsqueda de un mundo virtual que no puede hacerse realidad en la realidad real. Amén de estos factores que son típicamente “sinaloenses”, los hay también de carácter planetario que impelen a la juventud, entre otras pérdidas de sentido, a ser consumidores o vendedores de drogas, o a ser lo uno y lo otro, pues vivimos, según Anthony Giddens, en un mundo desbocado, donde los valores que antes se consideraban sagrados, se están volatizando en este tiempo nublado en donde todo lo sólido se desvanece en el aire. Pareciera que en la actualidad todo se vale.., inclusive el experimentar con la muerte para darle sentido a la vida…    

 

Sea por estos factores, o por otros que los complementen o los contradigan, lo cierto es que en las colonias, los barrios, las escuelas, las esquinas de las calles, ejidos y poblados, pero no solamente en ellos, coexisten el desempleo, la violencia, la desesperanza, el consumo y la venta de drogas[iii], siempre en expansión, y cuyos efectos son “combatidos” violentamente por una policía ignorante y extorsionadora. Este fenómeno rebasa con creces el viejo estatus que tenía el narco en la entidad: ayer este fenómeno no afectaba consustancialmente a la sociedad, toda vez que su producción era fundamentalmente para la exportación. Cuando se afirma que esta actividad no afectaba consustancialmente a la sociedad, no quiere decir que su infausta “labor” no tiñera de sangre a Sinaloa, más aún porque en ese tiempo los narcos eran considerados hombres prominentes y honorables. Por ello no fue casual que, ante esta actividad “marginal”, los gobernadores pudieran fotografiarse, amistar y hasta emparentar con los narcotraficantes; por supuesto que esta parafernalia estaba protegida por la densa cortina de humo que tendía el presidencialismo alrededor de estos gestos “republicanos”.

 

LA NUEVA REALIDAD.

 

Aunque este viejo flagelo aún persiste y se amplía, ahora este fenómeno toca directamente a la sociedad; hoy, en efecto, su economía ha ampliado y profundizado sus rutas de circulación y realización. Este mercado, como todo mercado, ha luchado por su expansión, con el objeto de poner en circulación sus “excedentes” en zonas menos “calientes”, aunque, en las nuevas condiciones de mercadeo, se vean obligados a bajar  sus expectativas  en lo que respecta a sus dividendos[iv]. Hoy, en efecto, el narco se ha expandido alarmantemente en todos los poros de la sociedad, una sociedad  que toleró esta producción, a partir de la idea nebulosa de que sus efectos nunca alcanzarían a esta tierra de los doce  ríos. No es una afirmación dolosa señalar que una franja importante de las familias sinaloenses viven con el corazón en la mano; pues no es infamante decir, asimismo, que cuando menos  uno de sus miembros consume drogas o las vende, o está a punto de hacerlo en uno u otro sentido. Esta “revolución” del narcomercado fue microscópica, imperceptible, fue avanzando en nuestras narices, tal vez porque consideramos que lo que le pasaba al hijo del vecino, no podría ocurrir jamás en nuestras familias.

 

El Gobernador Juan S. Millán ha construido una frase que viene como anillo al dedo, a propósito del juicio anterior: “Al narco se le dejó crecer”. Esta circunstancia plantea una parálisis de la sociedad en materia de combate al narco: ¿cómo puede la sociedad denunciar al narco sin denunciar al mismo tiempo al familiar, al amigo; es decir, sin poner además en evidencia la honorabilidad de la familia y, en no pocos casos, la misma seguridad personal del denunciante. Si bien es cierto que hoy los sinaloenses odian más que nunca al narco, pero este odio no puede transformarse en denuncia, se queda en casa, porque el narco ha llegado a ser, como los electrodomésticos, parte constitutiva de innumerables familias. La sociedad en este sentido vive la paradoja que planteó una hermosa película: kramer contra  Kramer. 

 

Las autoridades federales y estatales no han percibido cabalmente este fenómeno. Veamos dos expresiones que muestran hasta la saciedad este desconocimiento: Rafael Macedo de la Concha, Procurador General de la República, invitó a colaborar a la sociedad para hacerle frente a este flagelo, a propósito dijo: “La única manera de lograr acabar con el crimen es mediante una alianza en la que los ciudadanos no convivan con los delincuentes, ni permitan que las autoridades los encubran, y los jueces privilegien la justicia, sobre la trampa legaloide que protege a los criminales (Noroeste, 24/ 01/ 2001). Juan S. Millán, Gobernador de Sinaloa, dijo en esas fechas algo parecido, al hacer un llamado a la parte más “sana” de la sociedad: “Dentro de algunos días habrá una respuesta contundente y decidida contra la delincuencia. Pero la verdad sea dicha: lo anterior no alcanzará la profundidad y la trascendencia que Sinaloa requiere, si los diferentes grupos sociales no hacen causa común. Necesitamos nuevas actitudes y conductas. Tenemos que superar la egoísta idea de que mientras los hechos delictivos no nos afecten en forma personal, el problema es de otros” (Noroeste, 09/ 01/ 2001).

 

            Más allá del hierro de culpar a la sociedad del fracaso de programas  de seguridad, así sea entre líneas, ambos funcionarios desconocen, a ciencia cierta, las causas que conducen a la gente a no “colaborar” con las “políticas” que implementa el gobierno para combatir al narco y que, por otra parte, no debe conducir a la idea de que entonces la sociedad colabora con el narco. Lo que ocurre es que cada familia, por separado, libra su propia lucha contra el narco: cada familia brega a brazo partido contra el consumo y la venta de estupefacientes al interior de sus propias casas, procurando que sus miembros salgan de, o no resbalen por, ese sinuoso y mortal camino. Pero también esta “batida” familiar contra el narco, de puertas adentro, obedece a que la sociedad ha corroborado, por largos años, que las instituciones de justicia han sido infiltradas y corrompidas por el dinero de los narcotraficantes, con todos los asegunes que se le quieran hacer en la actualidad a este juicio lapidario[v]. En este sentido, las instituciones encargadas de impartir la justicia están bastante desacreditadas, con el agravante de que sus decisiones no obedecen a su mandato legal e institucional, sino a las decisiones políticas, siempre contradictorias, de los gobernadores en turno.

 

Si la ponderación es correcta, aunque carezca de estadísticas, Sinaloa ya no es solamente productora de los estupefacientes que estaban destinados a la exportación; somos ahora, amén de productores de estupefacientes, consumados consumidores; pero también consumidores y reproductores de una “cultura” que se ha generado alrededor de la economía del narco, como ya hemos visto. Dicho en otros términos: tanto por la economía como por la “cultura” que genera el narco, la sociedad ha sido incorporada, con todas las mediaciones del caso, estructuralmente a sus usos y costumbres. No debe interpretarse el juicio como que la sociedad toda tenga las manos metidas en el narco, sino que toda la sociedad está inmersa en un ambiente que condiciona sus formas de ser y de estar; como condicionados están también los dispositivos legales e institucionales que han “creado” los sinaloenses  para la salvaguarda de su vida y su patrimonio[vi].

 

Pero este condicionamiento “cultural”, se ha convertido, a la postre y por méritos propios, en una fuerza productiva que genera empleos, políticos, agentes moralizantes que, como buitres, viven alrededor de los despojos que genera esta subcultura, para expresarlo de algún modo. Dicho en otros términos: nuestra “cultura” no es una moda pasajera, aunque genere modas que imiten los gestos de los narcos, con sus botas, sus cinturones piteados y sus Jeans, y una cara de enterradores que hielan el alma. Es una cultura, entendida como fuerza material y espiritual, que ha creado todo un arsenal de empresas y empleos lícitos que compiten, por su rentabilidad, con el resto de las empresas generadas por la economía “normal”. Puede afirmarse, con todos los tildes que se quieran, que el estereotipo y la actividad del narco han generado toda una arquitectura empresarial, que pone a tono a los sinaloenses en materia de seguridad/inseguridad.

 

En esta lógica, inclusive el Estado se ha puesto a tono en esta materia. De Sánchez Celis, Valdez Montoya y Toledo Corro, por ejemplo,  gobernadores que solían pasearse con los narcos e inclusive compartir los reflectores con ellos, como lo más natural del mundo; en la actualidad esta relación se ha despersonalizado, se ha “vuelto institucional”, por supuesto con el recubrimiento de una doble moral que aconsejan las actuales circunstancias[vii]; pero además, y este es el punto: se ha confeccionado, como consecuencia, toda una industria para el combate del narco que crea una derrama económica que genera empleos de lo más variado; en el contexto de esta variedad, se han creado, por ejemplo, empleos reservados a especialistas en confeccionar la estadística que da cuenta que en materia de  combate al narco, y según sus sondeos las cosas van de lo peor a lo menos peor[viii]. No obstante y a pesar de la “sofisticación” que poseen actualmente los cuerpos de seguridad, el dinero y los gestos del narco continúan haciendo de las suyas en Sinaloa, tal vez porque, como se dijo, es tolerado, bajo la premisa de que es un mal necesario, pero ahora esta tolerancia se realiza a través de una inteligencia y un cuidado que no mostraron los gobernadores que le antecedieron al actual.

 

Con esta reflexión como punto de partida, se planteará en la parte que sigue la forma cómo esta “cultura” –con su estela de violencia, inseguridad, adictos, poses de “personalidades”, etc.- se ha convertido en una fuerza productiva[ix] . La exposición por sus sarcasmos puede provocar risa, pero más allá de lo jocoso del texto, éste pretende develar que la violencia, en tanto no se haga otra cosa en contrario y en serio, puede convertirse en una relación económica que generará más violencia, como sería en cierto sentido el modelo siciliano.

 

LA CÁRCEL: METÁFORA DE LA TRANQUILIDAD.

Yo calo, tú calas, él cala, nosotros calamos, vosotros caláis, y ellos… Ellos ya no viven para calar… aunque en cierta forma calen nuestras atribuladas conciencias por la mortandad que todavía sigue calando al gobernador Millán[x]. No es para menos, pues la inseguridad como la seguridad, lamentablemente, ha pasado ser un asunto de fintas y periodicazos, para convertirse en una fuerza productiva en Sinaloa, de allí justamente su carácter destructivo como constructivo. Y esta productividad se manifiesta en todos los renglones de las vidas privadas y públicas. Puntualicemos sobre este son macabro que mantiene la “estabilidad” social y cierto “progreso” económico.

Merced a la inseguridad, las casas van adquiriendo el rostro de la cárcel, que bien podía llamarse arquitectura de la violencia: se refuerza su estructura, se sellan con  protecciones puertas y ventanas, con dobles y triples cerraduras, con candados, alarmas, y el “apañe” de algún “fierro” para la defensa propia o simplemente para asegurar una seguridad que nunca es segura. Todos estos artificios se convierten en patrimonio común de todo vecino bien nacido en Sinaloa. En las horas pico, paranoia o realidad, se montan guardias tanto en el vecindario o como en la casa, y no en pocos residenciales se pretende  feudalizar la vía pública, como si se quisiera territorializar la seguridad con dispositivos de respuesta rápida.

            Los automotores, las empresas, las oficinas públicas, los hospitales, los centros de recreo, se  han convertido en una alegoría de la ergástula romana. Podríamos decir, que a la distancia, se ha cambiado el cinturón de castidad por el cinturón de seguridad. Nada debe escapar a esta “moda”: ser displicente en esta materia es quedar fuera de la “jugada”, o de perdida ostentarse como un fuerte candidato al espacio ubicuo donde habitan los parias; justamente donde se sitúan los condenados a la extrema pobreza, lo cual significa un agravio personal de incalculables consecuencias políticas y de escarnio familiar, ya no digamos de la  preservación del pellejo.

Y qué decir de los efectos personales de seguridad que van desde la mirada de reojo aprendida en alguna telenovela, hasta el acopio del bendito celular, pasando por la estridencia de los guiños acartonados del karate. Prácticamente estos dispositivos y estas  actitudes configuran los nuevos rasgos de personalidad del ciudadano de los doce ríos, a tal grado que han generado toda una estética del miedo, con su propio diccionario y sus libros de cabecera.

             Nada ni nadie escapa al artificio del encierro; vivimos hacia adentro, frente a frente con nuestra amiga/enemiga: la televisión. Sí, frente a ese gran consolador que trivializa la vida hasta convertirla en monólogo del tedio, monólogo que apenas es ahogado por la lucha a muerte e interminable por el control, que marca en los muros del hogar la hegemonía del más fuerte o del que llega primero.

 

EL NEGOCIO.

Pero esta “moda” que, como todas las modas que valen la pena, luego se convierten en formas de vida, generan todo un resorte de productividad que, en estos tiempos de crisis, vienen como anillo al dedo. La metáfora de la cárcel se ha convertido en bienestar para la familia, para decirlo con una de las tantas frases de Zedillo… Albañiles, herreros, cerrajeros, fontaneros, vidrieros, mecánicos, vendedores de luces y alarmas, de simuladores y disimuladores de seguridad, y demás etcéteras,  han hecho su agosto en los últimos años. Y para ser justos, esto ya estaba ocurriendo antes que Millán llegara a Sinaloa como gobernador. Y qué decir de las empresas que venden el tipo de material que emplean aquellos obreros de casi cuello blanco, lo menos que puede decirse es que sus bonos han subido hasta el infinito. Piénsese nada más en el ejército de personas que se han beneficiado directa e indirectamente con la inseguridad/seguridad.

Pero la lista de beneficiarios no termina ahí, como tampoco inicia ahí: doctores, abogados, ingenieros, psicólogos, enfermeras, arquitectos, notarios públicos y sus respectivos hospitales, barras, bufetes y demás asociaciones, cantan loas a la divina providencia  por la existencia de la inseguridad, que les otorga seguridad en el trabajo. Sería injusto no decir que, por el mar de profesionistas ocupados en este menester, la Universidad, la Autónoma, nunca ha estado más ligada a su entorno social, aunque este ligamen tenga el rostro de la parca en perspectiva.

 

EL ESTADO: LA VIOLENCIA LEGÍTIMA.

Pero el gobierno, al fin y al cabo portador de la violencia legítima, no se queda postrado de rodillas. Frente al leviatán de la inseguridad refuerza su ciudadela: inventa más corporaciones y contrata más policías, jueces, ministerios públicos, procuradores, subprocuradores, secretarios y subsecretarios y secretarias, magistrados, orejas, profesores; diseña programas, reforma las leyes, conforma instituciones y crea una red de mediaciones y negociadores, que van desde el ejecutivo hasta los agujeros negros de la  delincuencia, donde seguramente los capos de la mafia son el eslabón más fuerte de la cadena de la seguridad/inseguridad que nos asola.

Pero aparte de crear miles de empleos de manera directa, crea una gran derrama económica que beneficia a miles de familias igualmente de manera directa, a través de la compra a cientos de proveedores de una infinidad de artículos: helicópteros, aviones, suburbans, camionetas, coches, motos, bicis, patines del diablo; armas cortas, no tan cortas, no tan largas y largas; cuchillos, navajas, macanas, tiros, pólvora; computadoras, sistemas, scaners, chicharras, tehuacanes, etc., etc.; y parémosle, porque en este desierto de transacciones nos podemos amanecer…

En este pandemónium, quién critique al gobierno de neoliberal en esta fase de creador de miles y miles de fuentes de trabajo, es un simple criticastro o un pobre diablo que sus ojos y oídos ven y oyen a través del sentido común. El gobierno ahora, en esta época de crisis e inseguridad es, dicho con rigor, uno de los grandes empleadores en la entidad, a tal grado que casi adquiere la forma de un gobierno keynesiano.

 

LA INSEGURIDAD Y LA ESTATURA DE LA ÉTICA

            Pero la inseguridad no sólo produce empresas y empleos para los sinaloenses, produce también gestos éticos, otrora tan escasos en esta tierra de la cerveza pacífico. Nuestros políticos, más allá de su filiación partidista, muestran una cara que, si uno no los conociera, se creería que realmente están preocupados por la inseguridad. Lo cierto es que en este escenario se juegan la chamba: los unos juegan este juego fingiéndose mendigos y los otros lo juegan de méndigos fingidos. Parlotean, alborotan, se preocupan, se rasgan las vestiduras y bueno…, se preparan para el ajuste de cuentas para las elecciones del 2003 y las que siguen….

           Pero la inseguridad también ha creado hombres y mujeres sinceramente afligidos, hasta el infarto, por estas horas aciagas que vivimos todos los días muriendo un poco, o de perdida mordiéndonos las uñas. Han crecido como hongos las organizaciones de derechos humanos. Han brotado como por encanto, prohombres que buscan el subsidio del gobierno para protegernos, y tanta ha sido su preocupación que, a pesar de ser cruzados de la democracia, se les ha olvidado someter a elección el cargo que un día prometieron dejar democráticamente, al que le seguía en la cola. De olvido y de lucha por los demás, están hechas las gestas y los subsidios de los héroes. 

              También la inseguridad ha producido, quién lo duda, locutores, comunicadores sociales, periodistas, escritores y escritoras de folletín y de bisutería, especialistas, conferencistas, consejeros, merolicos, etcétera. Una caterva de aves negras que cruzan el pantano sin perder el paso de la inconfundible gramática de la necrofilia: su red de escritura, además de ampliar la página roja de los periódicos y de las pantallas de televisión, la extiende a todo el verde sinaloense, a través de la rumorología que pasa de casa en casa, para ponernos los pelos de punta. Este rojiverde es el gris, por desgracia, con el que se viste la agricultura en esta era del aggiornamento de la ética.

            Pero este revival de la ética también genera empleos y a la inversa… Métasele pluma al número de políticos, defensores de los derechos humanos, periodistas e intelectuales, y sus respectivos secretarios, secretarias, ayudantes, así como sus compras a proveedores para el feliz desempeño de su misión, y nos percataremos que los gestos éticos crean empleos, y creo que también por cientos, faltaba más…

                 Resta decir que los floreros, vendedores de velas, lloradores y, por supuesto, los dueños de las funerarias también han creado bienestar para su familia y, clarísimo, para otras familias que también requieren bienestar. Tal vez el renacimiento de la ética, que en este caso se parece a la moral del muertero, derrame lágrimas de cocodrilo que esconden el festín interior por la manutención y ampliación de este mercado de trabajo.

 

EL ROJO ENCANTO DEL ROJO

            La ironía no pretende ocultar el manto negro de la negra violencia que nos asola, tampoco pretende oscurecerla por el juicio que a continuación se expresará. Hoy la violencia real, como corresponde a todo buen negocio, se ve potenciada por la configuración de un sentimiento social que exacerba los sentidos hasta situarnos en el lomo de la liebre de una psicopatología llamada paranoia. Las razones son muchas, permítase solamente pergueñar algunas.

            1.- La transición democrática ha echado a la plaza pública, gestos que antes solían ser asuntos de discreción y piadoso respeto. Ahora la violencia constituye el escenario por excelencia donde se dirimen las chambas de los políticos y los partidos. La inseguridad es una especie de tinta negra con las que se escribe la espina dorsal de los programas para la conquista o la conservación del poder. De ese tamaño es la ética que reescribe las conductas de los líderes sociales. Y es que en estas horas de la transición, que cabalga en el lomo de una profunda crisis económica, el comercio “formal” e informal crecen como mala hierba en nuestra economía de mercado; por supuesto, la inseguridad pertenece a ese mercado en donde todos los gatos son pardos.  

            2.- Pero si ese mercado es una especie de catapulta para los políticos, no lo es menos para periodistas, intelectuales y merolicos y…El discurso incendiario de esta nueva especie de pensadores, ha insuflado nuestras conciencias a tal grado que nos han cambiado nuestras inveteradas preferencias: en vez de irnos como antaño a las páginas de sociales y de deportes de los diarios, compulsivamente nos buscamos en la página roja para cerciorarnos de que no se nos ha dado “chicharrón” en la víspera. El salivero es inmenso, y lamentablemente la paranoia crece en razón directa de estas expresiones escatológicas, pero también crecen los empleos, las empresas dedicadas a la seguridad, las funerarias y…             

           3.- Pero estas nefastas actitudes tendrían un virtual rechazo de la sociedad, si ésta  no se hubiera quedado pasmada ante los efectos de la transición democrática[1]. Esta transición no ha parido una ciudadanía que le haga frente a sus problemas, sigue, como en los buenos tiempos del PRI, esperando, metida en su casa, la llegada de un milagro que le haga justicia. La vida pública, en efecto, aparece como un espacio desierto, donde parlotean un conjunto de políticos que, a fuerza de hacerse “patos”, han perdido de vista a Sinaloa  y los problemas que padece. Hay que decir, que toda esta política, junto con la parafernalia de empresas que crea, simplemente constituye, como veremos al final del ensayo, un enorme circo que progresivamente va ampliando sus pistas, por donde estos payasos suelen encantar a la sociedad con sus trivialidades. 

 

En este entorno en el que se carece de la reciedumbre de la ciudadanía, no se puede, en efecto, tomar al “toro por los cuernos” para cambiar nuestra deriva por un rumbo firme, pero en serio. No existen los tamaños suficientes que den al traste con la doble moral de nuestros políticos y demás personajes moralizantes que ahora juegan el infausto juego de Juan Pirulero. En efecto, nuestros políticos, periodistas e intelectuales se han convertido en una especie de espíritu coagulado que no moviliza a una sociedad que se hunde en una suerte de hedonismo, miedo y desesperanza; que vive al día, para amanecer a la mañana siguiente. Y si esto es así, no echemos la culpa a nuestros políticos de sus desfiguros;  y a nuestra prensa por el deletreo de sus letras; y a las imágenes de la televisión por su poca imaginación.

 

            Lo peor es que si hubiera la intención de desmontar seriamente la violencia real y la imaginaria, en estas condiciones, seguramente el remedio sería peor que la enfermedad: la violencia sería totalmente real, pues al liquidar este fenómeno, tendría que echar a la calle a miles de personas ocupadas en este menester, y entonces sí, sálvese quien pueda.

 


   

 


[i] Si bien Sinaloa fue un  Estado violento en todo el siglo pasado, con caciques “buenos” y no tan buenos, con  gobernadores dueños de vidas y honras que, junto a una sociedad, según Antonio Nakayama, favorecida por la naturaleza, alegre y pendenciera que se manifiesta en su música, especialmente en El Sinaloense”, pero jamás esta violencia, vista por supuesto comparativamente, puede compararse con la violencia actual que brota, como veremos, de todos los poros de la sociedad.

 

[ii] El poderío financiero del narco se ha apoderado, en buena parte, de las bandas. Esto ha sido posible porque en la  actualidad reciclar un artista cuesta una friolera de millones, que no puede ser amortizada, como antaño, porque su presencia en los escenarios, como su producción discográfica, poseen el don de lo efímero, que es el signo de los tiempos: los artistas no están hechos para durar en el escenario. En efecto, los gastos de publicidad, la tecnología que emplean, que va desde luces, instrumentos musicales y medios de arrastre del equipo, así como el pago a los medios de comunicación, que cobran una barbaridad para hacer posible el rating, son aspectos, entre otros, que el artista está a años luz de poder sufragar y que las disqueras no quieren arriesgar por temor a perder su capital. Esta incapacidad de la “industria” del espectáculo ha generado, con el curso del tiempo, que el narco se apodere de este negocio, y sea él el que cree los artistas. Pero como mucha cosas que ocurren en la vida, este posicionamiento del narco, ha generado también una música que, además de gloriar sus trapacerías, es un atentado contra el buen gusto musical y, que por desgracia, se ha convertido en un extenso paisaje que hace cantar, beber y bailar a los sinaloenses; y, por si fuera poco, también produce estos efectos y manías en el territorio nacional y en el extranjero, sobre todo en los espacio que ocupan los migrantes en la Unión Americana. Vaya, hasta en la Universidad Autónoma de Sinaloa, otrora centro de audiencia de la buena música,  las bandas hacen el solaz de sus estudiantes y maestros; por ello no fue casual  que los candidatos a rector, en la contienda pasada, hicieran su campaña al calor del resoplido de la tuba, resoplido que conjuntó a esa  multitud estudiosa que dejó en el olvido los libros de Marx, para irse a apoyar a sus candidatos, tan cándidos como manirrotos. Dicho sea de paso, esta música también atrae divisas a Sinaloa, especialmente por la “calidad” de los productos que exporta.

 

[iii] En los Altos de Sinaloa se vive peor aún: esta franja que fue líder en la economía en el siglo pasado, ahora se encuentra desolada, pueblos enteros han dejado su suelo por la violencia que ha generado la producción, el consumo y tráfico de estupefacientes. Para echar un vistazo a esta desoladora realidad, véase el reportaje de Edgar Noé López, Pueblos Fantasmas (Noroeste, 23/  05/ 2002).

 

[iv] Una cosa es el mercado norteamericano y otro el mexicano. Allá los narcos obtienen pingües ganancias, pero los riesgos son mayores; acá, como es de suponerse, por el carácter del mercado, las ganancias son menores, pero asimismo los riesgos; pero además porque esas ganancias tienen que ser compartidas con una red de funcionarios para que se hagan de la “vista gorda” para que el “negocio” funcione y funcione bien, como dice el comercial

 

[v] El juicio expresado sin matices es, en efecto, desmesurado y calumnioso. Vale decir, en descargo que si bien las instituciones de justicia han sido en general infiltradas por el narco, no es una equivocación afirmar que existen jueces, ministerios públicos, policías y demás agentes que orbitan alrededor de estas instituciones, que son honorables y que realizan su trabajo con amor a la “camiseta”, que a la postre podrían sanear a la justicia sinaloense y no son pocos…

 

[vi] El Gobernador Millán, tal vez en un solemne acto de contrición, expresó una frase que, extendiéndola, coincide con lo que se ha dicho en este párrafo. La frase fue expresada ante Macedo de la Concha, dice lo siguiente: “Queremos decirle a Usted y a todos los mexicanos que asumimos la vergüenza de ser el estado origen, cuna y escuela del narcotráfico, pero que sin embargo esa no es la imagen real de los sinaloenses” (Noroeste, 24/ 01/ 2001). Sinaloa no es la imagen que proyecta el narco, pero su imagen nos envuelve y nos condiciona; porque al ser escuela, como toda escuela, ha creado una cultura que compite con el resto de las instituciones de educación. Virtual coincidencia con los postulados del ensayo; pero al fin coincidencia…

 

[vii] El que combatió al narco con todas las armas que tuvo a su alcance fue Genaro Calderón, a través de la operación Cóndor. Si bien los expulsó de Sinaloa, luego volvieron a la Entidad corregidos y aumentados. No solamente los hizo nacionales, tal vez a su pesar, sino que los internacionalizó, especialmente al establecer vínculos con el narco colombiano; de tal suerte que ahora no solamente exportan los productos que genera la industrialización de la mariguana y amapola, sino que exportan también cocaína que es enviada de Colombia.

 

[viii] El que combatió al narco con todas las armas que tuvo a su alcance fue Genaro Calderón, a través de la operación Cóndor. Si bien los expulsó de Sinaloa, luego volvieron a la Entidad corregidos y aumentados. No solamente los hizo nacionales, tal vez a su pesar, sino que los internacionalizó, especialmente al establecer vínculos con el narco colombiano; de tal suerte que ahora no solamente exportan los productos que genera la industrialización de la mariguana y amapola, sino que exportan también cocaína que es enviada de Colombia.

 

[ix] En vez de empezar por demostrar cómo la violencia se ha convertido en una fuerza productiva, pudo haberse iniciado por demostrar cómo la intoxicación por drogas se ha convertido también en una fuerza productiva, con sus  “tienditas” y “picaderos, con sus congales, bailes y lugares en los que se pueden consumir drogas; con una policía que vigila y extorsiona; con jueces, ministerios que castigan y “acuachan”, en función de la “mochada” que reciben, etc. Amplíese la red de sujetos que están involucrados en el “negocio”, para darnos cuenta que la que la salud/adicción se ha convertido en una fuerza productiva. Por eso la “muestra” que se expone, de cómo la violencia de ha convertido en una fuerza  productiva, es sólo un ejemplo del vigor  que el narcotráfico representa como creador de una economía “alterna”, aunque este ensayo pudo haber empezado por otra vía, y haber obtenido el mismo resultado.

 

[x]El gobernador Millán Lizárraga cuando iniciaba su mandato y ocurría el primer “ajusticiamiento” del narco, dijo, como para ahuyentar a los “malosos”: “Están calando a mi gobierno”. Con esta expresión quería decirles a los narcos que las cosas ya no seguirían igual en Sinaloa. Desde entonces el narco lo sigue calando.