MÉXICO A SALTO DE MOTA

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.

El hombre es demens en el sentido en que está existencialmente atravesado por pulsiones, deseos, delirios, éxtasis, fervores, adoraciones, espasmos, ambiciones y esperanzas que tienden al infinito. Por eso el término sapiens/demens no sólo significa relación inestable, complementaria, concurrente y antagonista entre la sensatez y la locura, significa que hay sensatez en la locura y en la locura sensatez. Edgar Morin.

Nuestra bandera ha tenido varias transformaciones a lo largo de nuestro accidentado Bicentenario, por supuesto el vivido no el festejado. Si bien sus colores han permanecido intactos; en cambio su águila real ha sufrido innumerables mutaciones. Nos la han puesto de frente, de perfil, de tres cuartos; con las alas desplegadas, con las alas enjutas, con la cabeza erguida, con el pico cáido. La han pintado señorial, agresiva, desvalida; inclusive la han retratado como pingüino. Pero en todos los casos, siempre nos la vistieron completita y, hasta donde mi flaca memoria me alcanza, vivita y coleando. El que de plano sí la pasó a perjudicar fue Fox: nos pintó un águila mocha, sin garras, sin pipis ni popos, un águila mutilada que lastimó hasta la médula el fervor patrio de nuestros más acendrados nacionalistas. Pero el que la acabó de amolar fue innombrable Daryl Cagle: bosquejó a nuestra águila desplumada, con cara de guajolote navideño, ay, muerta por la metralla de los sicarios, a los que nuestra justicia persigue, persigue y persigue y… pero se ha quedado con las ganas porque se les ha pelado a Baltazar…

Y cómo no va aparecer acribillada nuestra querida águila si, como dice Moisés Naín, “a pesar de la movilización (…) de más de 45 mil elementos del ejército y la policía para combatir al crimen organizado, la muerte de más de 28 mil personas que han sido asesinadas desde el inicio el gobierno actual, la erradicación de muy significativas áreas de cultivo de marihuana, amapola, los numerosos decomisos de armas y autos y de marihuana, cocaína y heroína y las detenciones de un buen número de agentes activos de diferentes niveles jerárquicos al interior de diversas corporaciones delictivas, el negocio de los barones de la droga sigue generando atractivas rentas”. Y agrego: y la violencia es cada vez más creciente, y sus personeros suelen pasearse como Pedro por su casa, como si fuera un fenómeno que llegó para quedarse per secula seculorom.

Otra metralla también quita el sueño a Calderón: desde diversos foros y plazas han empezado cuestionar su estrategia contra la delincuencia organizada. Unos han dicho que no era ni es el momento de avivar el avispero; otros que su estrategia, para ser efectiva, debe ser complementada por labores de inteligencia policial e inteligencia financiera, a lo que había que agregar el respeto irrestricto de los derechos humanos. Los más radicales han

expresado que, para acabar de una vez por todas con este avispero, es necesario legalizar las drogas de una vez y para siempre. A estas alturas del partido ya casi nadie defiende la primera, pero las dos últimas siguen proponiéndose, a veces con una vehemencia que no es de este mundo. A pesar de las diferencias que se observan en las dos últimas propuestas, tengo la impresión de que no son excluyentes, sino totalmente complementarias por supuesto si cada una de ellas trasciende los diques conceptuales en las que fueron esbozadas. Veamos enseguida la pertinencia de cada una de ellas y, posteriormente, ambas se anudarán en una sola dirección.

EL IMPERATIVO: DETENER LA VIOLENCIA.

Luis Rubio (El Debate: 5: 09) señala que en los avatares de la creciente violencia no es el narcotráfico el problema, sino la impunidad que priva por la poca disposición- cuando no colusión- de las autoridades estatales para combatir al crimen organizado, pues aunque desde los años noventa se les transfirieron dinero y responsabilidades no construyeron instituciones policiacas y judiciales modernas que reemplazaran a las del sistema priísta. Rubio nos pone como ejemplo a países, particularmente España y Estados Unidos, que cuentan con instituciones fuertes que han logrado contener la violencia que genera el narcotráfico en niveles aceptables. Digamos de pasada que esta afirmación es cierta, como también es cierto que sus instituciones no han podido evitar el crecimiento exponencial del consumo de estupefacientes

Me parece que esta afirmación, aunque cierta, se queda corta: si bien es cierto que México carece de instituciones policiales y judiciales con capacidad para detener la violencia; no en menos la certidumbre que esta mutilación es sólo un síntoma de algo mucho más grave: nuestro país experimenta un profundo vacío institucional en todos los órdenes. Parafraseando a Kundera: en el caso de México la república está en otra parte. Octavio Paz lo dijo lo mismo con la brillantez que lo caracterizaba: que el nuestro país era un país de leyes e instituciones cuya virtud era que nadie se servía de ellas. Justamente por eso México semeja institucionalmente un gato con los pies de trapo y los ojos al revés… Esta contrahechura habrá que corregirla y rápido; porque no habría ninguna mejora si un peregrino día de legalizaran las drogas, porque nuestra deriva proviene de una proverbial esquizofrenia en que la ficción y la realidad se entretejen para configurar un construcción política en la que nuestros país, como en el socialismo real, adquiere los contornos de una república realmente existente.

Aunque importante disquisición de Rubio, su propuesta no es para resolver el problema de crimen organizado, sólo tiene como propósito contener la violencia de los zares de la droga. Vale decir esta política de contención ya ha sido diseñada y puesta en operación por la clase gobernante en norteamericana. Y en el corto plazo ha resultado relativamente eficaz: ha logrado mantener contenta a una ultraderecha puritana que ve con

horror la legalización de las drogas y, aparentemente sin contradicción, ha permitido entregar su mesada a los consumidores de estupefacientes que frisan más de 30 millones, con por lo menos 7 millones de adictos. Pero si bien este “blindaje” ha logrado mantener temporalmente una “guerra” de baja intensidad contra los narcos para permitirles abastecer de estupefacientes a los consumidores que lo libera de emprender una “guerra popular prolongada” contra ellos. Lo cierto es que este equilibrio es muy precarioi; tan endeble es que en el largo plazo esta política de contención de la violencia, será inviable: porque en esta era de la globalización, seguramente la incursión corrosiva del narcotráfico internacional ensuciará sus economías y todo el andamiaje que las soporta; por ejemplo, a través de las transacciones financieras transnacionales, toda vez que éstas ocurren en un mundo desbocado que no tiene orden ni concierto y menos aún fronteras seguras.

Seguramente el lavado de dinero destruirá, más temprano que tarde, la lógica de mercado en que asientan esas economías, pues la competencia “perfecta” que rige entre productores se difuminará porque muchos empresarios se beneficiarán del lavado de dinero, circunstancia que hundirá aquéllos que suelan jugar con las viejas reglas que les legó Adam Smith. Por ello aplazar lo inaplazable, convertiría a cualquier país, para decirlo con Cioran, en un breviario de podredumbre. Pero esta inmersión de dinero sucio, además, corrompería a los políticos y funcionarios judiciales por más weberiana que haya sido su formación en los en los países que ha reinado eficazmente esta política. En tal perspectiva no sería una casualidad que España y Estados Unidos, hoy los modelos de la contención de la violencia, entren en esa espiral en los años por venir. Porque este diseño imperfecto de legalización de facto de las drogas obedece a razones estrictamente políticas, y también por razones estrictamente políticas tendrá despenalizarlas más temprano que tarde, porque la relativa paz que procura no alcanzará a tapar los hoyos negros que genera. Luis Rubio, la verdad, no tiene la menor idea de monstruo con cara de doncella que nos propone…

 

PERO POR QUÉ DESPENALIZAR LAS DROGAS.

Permítaseme un rodeo parental, porque éste me conducirá a un tratamiento de la despenalización más allá de la concepción liberal, según la cual consumir o no dogas es una potestad soberana de los individuos y a ellos, sólo a ellos, corresponde esta decisión o porque su combate es más costoso que los beneficios que aporta. Recordar es sobrevivir. A mi papá, que era un bohemio de afición, amiguísimo de las farras y no menos de las faldas, cuando yo solía increparlo desde mi posición ascética que me proveía un izquierdismo casi en extinción, del porqué bebía sustancias de tal mal sabor y peor olor, siempre me contestaba que las ingería por el “tarantita” que le producía el alipus. Y cuando tiro por viaje le reclamaba que por andar de borracho descuidaba las obligaciones familiares, muy malhumorado solía responderme que él no era una máquina, que necesitaba disipar sus penas y alegrías en la borrachera y la cantada. Cuando la diabetes le arrebató la salud, y le

prohibieron la “tomada”, se sacó de la manga que la diabetes le hacía los mandados al Whisky, y siguió chupando lo inchupable, hasta queii…

Cincuenta años después comprendí a mi jefe, leyendo al autor del Anticristo. Según Federico Nietzsche este rechazo, mi propio rechazo, ha pasado a la cultura occidental a través del cristianismo, según el cual el hombre debía ser espejo de armonía, belleza y equilibrio. Pero esta imagen está sesgada, indicó este autor, porque también integran esta cultura los mitos trágicos, los cultos orgiásticos y la embriaguez. Dice este autor de Más allá del Bien y el Mal que, por tanto, lo apolíneo y lo dionisiaco son dos elementos claves para entender la cultura griega; y yo diría que también para comprender al hombre de carne y hueso más allá de los ismos en éste y en todos los tiemposiii.

 

Edgar Morín nos explicó que “El ser humano (…) es un ser extraño al planeta porque es un ser a la vez natural y sobrenatural. Natural porque tiene un doble arraigo: al cosmos físico y la esfera viviente. Y sobrenatural porque el hombre, al mismo tiempo, sufre un cierto desarraigo y extrañeza debido a las características propias de la humanidad: la cultura, las religiones, la mente, la conciencia que lo han vuelto extraño al cosmos, del cual no deja de ser secretamente íntimo”. Esta extrañeza del hombre, y el extravío terrenal que supone, la esbozó Pascal hace casi 400 años. Dibujó al hombre de una manera que tal vez no nos guste ni su pincel ni su lienzo: ¿Qué quimera es pues el hombre? ¿Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicción, qué prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra; depositario de lo verdadero; cloaca de incertidumbre y error; gloria y desecho del universo. ¿Quién desenredará este embrollo? Desde esta perspectiva los hombres –y las mujeres- somos mucho más que dos.

Como hemos visto los humanos somos criaturas frágiles, escindidas hasta la médula y proclives al extravío existencial y, por lo mismo, expuestos a dar vueltas sobre nuestros mismos pasos y tropezar mil veces con la misma piedraiv. Pero además de vérnosla con nosotros mismos, lo cual es ya una enorme dificultad, tenemos que enfrentar todos los días a una realidad que aparece y desaparece con vértigo fugaz, una realidad que es engañosa, que se oculta y se manifiesta equívocamente. En su diccionario Filosófico Fernando Savater sostiene que la realidad es de una negritud tal que “no tiene virtudes, diríamos que no tiene corazón. Es cruel, despiadada (…), carente de escrúpulos y sin miramientos con los débiles; dolorosa cuando quita y tacaña cuando concede; brutalmente sincera y descortés. Lo peor de todo: la realidad no ofrece alternativas, se obstina en su unilateralidad monótona, desoye arrepentimientos y enmiendas, permanece irreversible, intratable. Con esta realidad está claro que nadie en su sano juicio puede sentirse contento”. Justamente por esto suele afirmarse que el hombre es un animal que no soporta grandes dosis de realidad. La realidad, pues, es como dice una canción que cantaba mi abuela: “Es una senda sembrada de abrojos…”

Porque vivimos escindidos e inmersos en una realidad que soportamos a cuentagotas para no morir del todo, no es casual que por estos sinsabores se hayan edificado sendas religiones ofreciendo un mundo más bonito que el nuestro, José Alfredo dixit; y que además se haya creado un mercado que ofrece toda laya de productos que prometen aliviarnos de los misterios y cuarteaduras que nos atosigan; e inclusive se han editado una miríada de libros de autoayuda que nos garantizan la felicidad eterna en este mundo y en el trasmundo. Pero asimismo muchas personas, quizá demasiadas, porque no son máquinas, recurren al alcohol, al tabaco y las drogas para irla sobrellevando, como lo ha hecho durante siglos la humanidad entera. Escapar a lo otro, experimentar con lo prohibido o ir más allá de lo normal suele ser terapéutico, el problema es que algunos en ese viaje se quedan atrapados en un callejón sin retorno, pero esa es otra historia. Los seres humanos, pues, hemos ido aceptando a regañadientes esta realidad que constituye nuestra humana condición, sin lugar a dudas con resignación, vergüenza y miedo.

Pero esta tradición dolorosa que nos habla al oído de lo que somos, aunque no nos guste, ha sido penalizada por un puritanismo antilúdico que pervive aún en el núcleo de la población que dio origen a los actuales Estados Unidos, pero no sólo en ese país. Esta tradición mojigata está siendo apoyada por los autores de la revolución “blanca” y las diferentes tribus higienistas que consideran que la penalización de las drogas es condición necesaria para alcanzar una sociedad terapéutica, que tiene como modelo el horror al cuerpo, el desprecio por los sentidos y la condena del placer que, dicho en otra forma, implica el deseo ferviente de aniquilar nuestra otredad. Esta Santa Alianza ha configurado un inmenso aparato burocrático/policial para propagar al mundo el fervor prohibicionista contra diversas sustancias que los humanos disfrutaban y sufrían desde hace milenios. Con esta cruzada antidrogas, en efecto, el puritanismo mesiánico proclama que salvará a la humanidad convirtiéndola en una grey ascética, descontaminada y políticamente correcta, según Mario Argandoñav; aunque en la vida cotidiana nuestras prácticas produzcan justamente lo contrario.

DESPENALIZAR E INSITUTCIONALIZAR.

Por todo lo dicho, es necesario despenalizar el consumo de drogas, y no precisamente porque éste sea una potestad libérrima de los ciudadanos, como presumen ciertos liberales al descalificar la arrogancia educadora del Estado prohibicionista o porque esta iniciativa provoque exhorbitantes gastos que pueden ser utilizados en la prevención y curación de los adictos, sino porque la despenalización reconoce, en principio y por principios, que los seres humanos somos mucho más que dos. La despenalización es en este sentido sería guiño fraterno a aquello que también somos, a aquello que no quisiéramos ser pero que somos y que seremos per sécula seculorum.

En tal sentido el Manifiesto signado Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Fernando Savater, Joan Manuel Serrat y… a favor de la Legalización de las drogas aunque

no vayan a fondo del porqué deben despenalizarse, al menos tienen razón en un aspecto crucial, según el cual “la polémica sobre la despenalización de la droga no debería seguir atascada entre la guerra y la libertad, sino agarrar de una vez al toro por los cuernos y centrarse en los diversos modos posibles de administrarla legalización de las drogas, afrontando este problema como un asunto (…) de naturaleza ética y de carácter político, que sólo puede definirse por un acuerdo universal con los Estados Unidos, en primera línea”. Es laudable que esta pléyade de prohombres reclamen a los cuatro vientos, sin rubores ni rodeos, que terminen estos rescoldos de la época victoriana que son inviables en este siglo en el que los blasones del puritanismo se han hecho girones: las añejas morales de hierro que han proclamado el advenimiento del hombre integro que es el sucedáneo del hombre nuevo o al revés, han generado ominosas dictaduras que fueron relativamente derrotadas en el siglo XX.

Es también discutible la afirmación de los autores del manifiesto, según la cual la prohibición ha prohijado una “guerra interesada, perniciosa e inútil que nos han impuesto los países consumidores. Dos razones invalidan esta tesis: primera porque los países productores son también voraces consumidores.viY esto ocurre, en efecto, porque las cibercomunicaciones han prohijado una meteórica occidentalización del mundo, que por supuesto han traído ostensibles avances, como la rebelión laica contra la añeja sacralización de la vida pública en por lo menos una decena de países árabes; pero también ha exportado los peores contagios: uno de ellos es el consumo de drogas, porque aquel fenómeno ha derruido – o al menos ha provocado serias cuarteaduras- a los grandes relatos que constreñían social y familiarmente, no sin fricciones, a las jóvenes generaciones a mantenerse en un régimen de relativa sobriedad en materia de consuno de drogas, que no de alcohol y tabaco, aún y a pesar de que los regímenes políticos, como el nuestro, vivieran una deriva política en todas las esferas de la vida pública.

Segunda porque antes de la imposición/autoimposición de esta “guerra interesada, perniciosa e inútil” contra el narco, como afirman nuestros divos, nuestros países ya estaban desgarrados institucionalmente y corrompidos hasta la medula. No vivían, como podría inferirse de una lectura atenta del Manifiesto, en un hermoso limbo que semejara el edén tropical del buen salvaje decimonónico. Con todas reservas del caso y sin disculpar a los gobiernos norteamericanos por su “imposición”, no ha sido el narco quien nos ha desestabilizado social y políticamente; éste solamente ha mostrado, en pantalla gigante y a todo color, las profundas cuarteaduras de nuestro sistema político. Dicho de otro modo: la violencia del narco, con todo su horror y crueldad, ha desvelado que estábamos bogando a la deriva en un barco de papel: ha develado, pues, que carecemos de un sólido entramado institucional en todos los órdenes, circunstancia que impele a nuestra clase política a proclamar una república que todos días tiene que simularse para que lo parezca.

Finalmente, la despenalización de las drogas por razones humanas o por el hecho de que esta política de contención de la violencia carezca de futuro en el largo plazo, no debeconstituirse en pretexto para los países productores/consumidores “naden de muertitos”, gritando a los cuatro vientos: al ladrón; agarren la ladrón… por el contrario; es capital que pongan en marcha una reforma integral de su entramado institucional; para que, además de combatir eficazmente al crimen organizado, se abata la corrupción, el clientelismo, la impunidad y, en ese contexto, impere la transparencia, la rendición de cuentas y el respeto a los derechos humanos. Pero no bastará anterior, sino de ponen en pie la economía, su hacienda y se abate progresivamente la desigualdadvii.

Porque sin esta serie de transformaciones, y sus respectivas leyes de hierro, nuestros países seguirán desgarrados, aún y a pesar de una peregrina despenalización de las drogas Como ocurrió también cuando en 1920 se prohibió de consumo de alcohol hasta el año 1933. Se crearon mafias para su comercio ilegal, trayendo como conciencia la formación de bandas, los crímenes y la corrupción de las autoridades encargados de combatirlos. Y como siempre con este tipo de prohibiciones: el consumo de alcohol en promedio no descendió; pero su comercio ilegal pudrió innumerables empresas producto del lavado de dinero. Porque si todo sigue a la deriva, no será una mera casualidad, como ha sido corroborado en los últimos 25 años, la emergencia de hombres providenciales que convocan a los mexicanos a resolver nuestras endebleces institucionales en 15 minutos que, como virtuales rayitos de esperanza, suman legiones en determinadas contiendas electorales; pero solamente esto puede ocurrirnos si persiste la equivocación de confundir la democracia con la demagogia.

i Como ocurrió también cuando en 1920 se prohibió de consumo de alcohol hasta el año 1933. Se crearon mafias para su comercio ilegal, trayendo como conciencia la formación de bandas, los crímenes y la corrupción de las autoridades encargados de combatirlos. Y como siempre con este tipo de prohibiciones: el consumo de alcohol en promedio no descendió; pero su comercio ilegal pudrió innumerables empresas producto del lavado de dinero.

ii Pero mi papá fue un buen hombre y, como dice el tango, trabajador como un buey. Tal vez mi papá, como los miles de ejidatarios que dejaron la parcela para convertirse en asalariados, jamás se acostumbraron a ese nuevo rol y menos aún a vivir como forasteros en esa patria chica que los despojó de un socialismo ejidal en el que todos eran relativamente iguales, aunque siempre había unos vivales que eran más iguales que otros. Quizá por ello le entraron duro al yocojihua. Sólo dejaron un tiempo la embriaguez: justo cuando el hijo del tata Lázaro se lanzó por la presidencia de la República, pues creyeron que con él en Los Pinos, volverían a entonar a pecho abierto el himno del Agrarista. Después del fraude, volvieron al chupe y muchos murieron cantando al estilo de Javier Solís: Borracho yo he nacido/ borracho yo he crecido/ y sé sinceramente que borracho he de morir…Habría que decir de pasada que no toda esa generación fue alcohólica, la gran mayoría simplemente tomaba para andar alegre; como tampoco hoy son drogadictos la inmensa mayoría de los consumidores de enervantes.

iii Cuando leí a Nietzsche, con mucha dificultad por cierto, comprendí qué significaba para mi papá decir que no era una máquina, y que por tanto la embriaguez, el tarantita, era parte constitutiva de cualquier hombre común y silvestre; de ese mismo hombre que, en sus horas de sosiego y “buen gusto” suele ser racional y moral hasta donde puede. Tal vez por eso el bardo José Alfredo Jiménez expresó en uno de sus poemas, con esa voz aguardentosa que lo caracterizaba: Cayendo y levantando fue mi vida. Gramsci por su parte refrendó esta misma idea diciendo que el hombre estaba constituido por la razón y la pasión. Quevedo, por ejemplo, respondió a la iglesia que si bien éramos polvo; pero polvo enamorado. Se podría afirmar, desde el punto de vista darwiniano, que el hombre cabalga sobre un animal que lo cabalga. Góngora en refiriéndose a estas heréticas maquinaciones expresó en sus días: Ándeme yo caliente y ríase la gente…

iv La Chimostrufia pintó las contradicciones que nos constituyen de manera excelsa, al decir que como decimos una cosa decimos otra. Roberto Blanco Moheno también nos esculpió a la perfección, aunque lo haya dicho sólo para la izquierda: Son (somos) como el pájaro chingolo, cantan (cantamos) en un lado y ponen (ponemos) los huevos en otro.

v Pero este puritanismo, como todos los buenos puritanismos, siempre poseen el cable de la doble moral conectado a tierra para impedir un cortocircuito a su condición de cruzados de la Moral, con maúscula. Ellos pueden recurrir a todos los excesos que depurpan, porque su constitución de hierro carece de las debilidades que posee la gente común y silvestre. Esta doble moral semeja a la de ciertos izquierdistas, que van predicando por el mundo la construcción del hombre nuevo y condenando en sus tertulias las desviaciones pequeño/burguesas de aquellos seres que no alcanzan el tamaño de su estatura moral e intelectual, y yo me he preguntado si estos prohombres no serán seguidores de Calvino y Lutero, y no precisamente de Marx, porque el Viejo Topo en su denuncia a la división del trabajo, dijo y no dijo que debíamos ser distintos en cada uno de los momentos del día…

vi En ensayos contenidos en la revista Nexos en los números 394, 396, 397 y 395, la redacción de Nexos, Aguilar Camín y Jorge Castañeda, Fernando Escalante Gonzalbo y Eduardo Guerrero Gutiérrez en, respetivamente, Legalizar las drogas, Regreso al futuro, La muerte tiene permiso y Cómo reducir la violencia, todos coinciden, desde diversas perspectivas, que el consumo de drogas en México ha tenido un crecimiento exponencial. vii Como ocurrió también cuando en 1920 se prohibió de consumo de alcohol hasta el año 1933. Se crearon mafias para su comercio ilegal, trayendo como conciencia la formación de bandas, los crímenes y la corrupción de las autoridades encargados de combatirlos. Y como siempre con este tipo de prohibiciones: el consumo de alcohol en promedio no descendió; pero su comercio ilegal pudrió innumerables empresas producto del lavado de dinero.