Maquiavelo

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Carlos Calderón Viedas

No es la política como ciencia la que se subordina o se liga a la ética, es al político a quien le atañe la ética, si lo desea o no. Es el arte de la política, no su teoría, el que puede ser sometido a la consideración moral, puesto que es hecho por personas efectivas de carne y hueso.

La política tal cual la vemos y se hace no es un concepto teórico, es una práctica que da resultados, buenos o malos socialmente. Pero igual como es válido calificar los resultados de las acciones humanas por su bondad o maldad, los medios para esos fines también pueden y deben ser susceptibles de escrutinio moral. Nadie duda que el medio principal del quehacer político es la persona y pocos se atreven a negar que es el interés particular o general, legítimo o no, el incentivo de esa actividad.

De Nicolás Maquiavelo, por su obra más conocida, El Príncipe, se dice que logró fijar los linderos de la ciencia política moderna para que la metafísica, la religión o los juicios morales no perturbaran su propia lógica, la del poder. Ni una práctica del poder atenida a esencias inmutables, pero tampoco a ideales inalcanzables y por tanto estériles. Es el poder el que dicta las reglas adecuadas, orienta las mejores decisiones y define las medidas más eficaces, más allá de consideraciones sobre el bien o el mal. «En definitiva -lo que se propuso el inestable florentino al escribir su opúsculo- es la teoría de cómo obtener el poder, defenderlo y mantenerlo». El ABC de la política, ni más ni menos.

Mas es en la acción donde la moral se refleja, por lo que el gobernante ha de procurar cuidar sus actos -públicos- materiales y de habla. Remarco «públicos» porque es necesario, en términos de claridad, tener en cuenta la diferencia que hay entre lo real y lo aparente. En la política como arte, la apariencia, si no es fundamental, sí es importante y a veces determinante. Recordemos la famosa frase de don Jesús Reyes Heroles (En política, la forma es fondo).

Se reclama que con el pensamiento también se hace política. Efectivamente, siempre y cuando lo pensado sea comunicado material o simbólicamente. Pensar es una facultad humana, comunicar lo pensado es un derecho, además de humano, político. Cuando se comunica lo pensado, la ética contribuye a explicar el sentido de esa acción.

No podría entender a quien le pidieran un análisis sobre la política mexicana actual, que en su trabajo soslayara el tema ético. La corrupción del sistema político, desde la cima hasta los niveles bajos, es incuestionable. La degradación es tal que las formas y las apariencias ya ni se cuidan. La impunidad legal que gozan los políticos es producto de la inmunidad corrupta que los cobija. Si alguno llega a sufrir algún castigo legal (merecidamente), obedece más bien a revancha política que a una supuesta vocación por la justicia. El corpus jurídico en México es robusto en la letra, pero enclenque en los hechos.

Maquiavelo explicó al naciente mundo renacentista el modus operandi de la política con base en su experiencia orgánica con un poder. Contrario a la tradición medieval, su idea de la política la proyectaba en César Borgia, un hombre malvado y sanguinario, en quien veía dotes adecuadas para encabezar la creación del Estado moderno italiano. El precepto sumario “el fin justifica los medios” -algunos gustan llamarlo real politik-, que condensa la idea de lo inútil de la ética en la política, aquí se inspira. Esta caracterización descarnada de la política oscila entre el realismo y el cinismo. Sea lo que fuere, todo indica que la clase política mexicana se ha embebido de esa supuesta teoría. Uno la ve actuar en el teatro político sin evitar pensar que el guion es el mismo que fue escrito en 1531.