Juegos paralímpicos

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Melchor Inzunza

He referido en Sinaloa en línea (08/23/2014) algunos de los eufemismos de moda. Olvidé otros divertidamente hipócritas, como el que convierte a las putas en sexoservidoras. La novela Memoria de mis putas tristes de García Márquez, debió titularla Memoria de mis sexoservidoras tristes.

De igual manera, ya no se puede designar ciego al que no puede ver, ni paralítico al que no puede andar.

En efecto, ya no hay ciegos sino invidentes, y los lisiados han pasado a ser sucesivamente impedidos, discapacitados, minusválidos y personas con capacidades diferenciadas. (alguien observaría: si no tienen ciertas capacidades disminuidas, sino sólo diferentes, ¿por qué necesitarían ayuda?).

Tampoco hay niños y jóvenes deficientes sino diferentes. Si padecen “ciertos tipos de discapacidades físicas, mentales y/o sensoriales”, mejor aún: eso los hace “especiales” o “personas con capacidades diferentes” (¿no todas son especiales y diferentes?).

Y para ellos se inventaron en 1960 juegos olímpicos a la medida de sus (in) capacidades: los llamados “paralímpicos”, que se realizan cada cuatro años luego de las olimpiadas de verdad. Pero también hay paralímpicos de invierno, como los XI Juegos Paralímpicos de Invierno apenas celebrados entre el 7 y el 16 de marzo de 2014 en Sochi (Rusia).

 

Por lo visto, los paralímpicos llegaron para quedarse.

Hace 18 años Marcelino Perelló los rebautizó como “Taradolímpicos”, en aquel excelente artículo –a contracorriente como todos los suyos– que he vuelto a leer con el mismo placer, y no resisto la tentación de compartirlo con los lectores de Sinaloa en línea. En coincidencia o en discrepancia con él, de todos modos lo disfrutarán. Me cae.

Taradolímpicos

Marcelino Perelló

YA dije en este mismo espacio que las Olimpiadas “plus” se han convertido en un circo de fenómenos. Pues bien, no parece preciso dar muchas vueltas para entender que las Olimpiadas “minus” lo son también, pero en un sentido distinto, no exactamente el contrario. Unas hacen juego con las otras.

Dejémoslo caer: los “paralímpicos” son un espectáculo morboso. Se inscriben en el ramo de las perversiones, sector sado-masoquismo. No es admisible aquí la mínima indulgencia: presenciar cómo ruedan sillas de ruedas por la pista o cómo se arrastran por el suelo voleibolistas sin piernas es una experiencia perversa y el

placer que provoca es sádico. Sádico en el espectador, por supuesto; masoquista en el que se exhibe.

 

En este sentido los Paralímpicos forman parte de esa avalancha malsana que inunda las pantallitas caseras con sus “a sangre fría”, “Detective americano”, “Cops” y, en otro registro, aún más sádico y enfermizo, con Cristinas y Sevsecs.

DEBERIA ser innecesario decirlo, pero nunca sabe uno: todo el respeto del mundo, y aún más, a aquel que sufrió la desgracia de perder algún miembro o alguna facultad. Todos los derechos, todas las consideraciones. Y dos reticencias: por un lado es definitivamente ridículo el que se tenga que ir con pies de plomo y guantes de seda para no herir la susceptibilidad del afectado, al llamarle al pan pan y al paralítico paralítico. Ahora tenemos que irnos por las ramas del frondoso bosque de la hipocresía, saltando de eufemismo en eufemismo: “discapacitado”, “minusválido”. Es la “political correctness” tan de moda: los de Blancanieves ya no son enanos, sino compañeros deficientes en estatura.

Y por otra parte, es indiscutible que, si no hay que andarle restregando por la cara su deficiencia al deficiente, tampoco es admisible que la ande exhibiendo él mismo, haciendo sentir culpable a todo el mundo y sacándole provecho; lo que los psicólogos llaman “finalismo”.

Si usted se tuerce un tobillo, váyase a descansar a Mineral del Oro, por el amor de Dios, y deje de saltar en el catre elástico. O dígame: ¿sería usted suficientemente intrépido para subirse en la micro piloteada por un ciego o dejarse operar el apéndice por un cirujano con Parkinson? Cada cosa en su lugar: el que alguien haya perdido las piernas en un accidente no lo hace ni menos hombre ni menos ciudadano ni menos digno ni menos responsable, pero sí lo hace menos rápido.

Si un inválido quiere jugar básquet con otros inválidos, en buena hora. Se puede divertir mucho y a lo mejor hasta le sirve de terapia para la autoafirmación y todas esas cosas. Pero si se quiere mostrar y hacer ostentación, que juegue bien y les gane a los sanos. La cosa es no andar dando lástimas: “Pa`lo jodido que está, no lo hace mal”. Recuerdo ahora a ese pitcher que le hizo ganar a Estados Unidos el beisbol olímpico en Seúl*. Era manco, pero jugó en Grandes Ligas sin pedir a los otros que se amarraran una mano. Uno de los libros más emocionantes de mi infancia fue Un hombre de verdad, de Boris Polevoi, la historia verídica de un piloto de guerra que perdió ambas piernas y siguió derribando enemigos, no inválidos, sino enteritos. Así, sí.

 

*LOS Juegos Olímpicos son en primer lugar la exaltación de la belleza, la salud y el vigor corporales. Todo lo demás viene después. Hay algo de plano enfermizo en toda esta historia de los Paralímpicos. “Mens sana en corpore jodido”, puede ser cierto, pero no es esa la manera de demostrarlo. El acento está fuera de lugar. Si cuánto más fregado está uno más mérito la cosa, entonces ya no se entiende nada. A lo mejor tendrían que premiar a los últimos o a los que de plano ni pueden participar.

El creciente gusto por lo grotesco, júrelo usted, nos va a llevar a organizar torneos de ajedrez para oligofrénicos y concursos de belleza para feas. Orale. (Excélsior, sábado 14 de septiembre de 1996).

*El autor obviamente se refiere a David Abbott, norteamericano, declarado el mejor beisbolista amateur en la olimpiada de Seúl, Corea, que luego ingresó como pitcher profesional en el equipo Serafines de Los Angeles en Ligas Mayores y después pasó a los Yanquis de Nueva York. Abbott carece de la mano derecha por un defecto de nacimiento, pero no le impidió desarrollar una exitosa carrera en el deporte.