Historias de panteón: de los años transcurridos

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Leyenda uno de los años transcurridos

Sentada en una banca, viendo pasar el tiempo, como si las cosas fueran del mismo temple como ocurrieron hace medio siglo, doña Soledad sigue visitando la tumba de su hija; una niña que se fue a descansar el sueño de los justos y que año con año, su madre visita el lugar donde descansan sus restos mortales. Su alma ya se encuentra a buen recaudo con el creador de las cosas y ella, en su mirada sigue reflejando la añoranza de algo que se fue, de lo que un día fue hoy no será.

-Solamente he dejado de venir tres años desde entonces, desde 1960, cuando ella falleció- nos dice melancólica- porque me enfermé y no pude asistir, pero nunca he dejado de asistir aunque sea con la mente- añade, sentadita en la estación, como Penélope con su bolso de piel marrón y su vestido de domingo.

Es temprano aún, el panteón municipal, construido en 1904, según reza la leyenda que tiene en la entrada, en los altos, se encuentra prácticamente semivacío, pero ella ya atendió lo que por casi toda una vida ha realizado: depositar la ofrenda floral a uno de sus seres más queridos.

-Y lo seguiré haciendo siempre y cuando el tiempo me lo permita- agrega, no sin antes regalarnos una conmovedora y tierna sonrisa que se engrandece con el recuerdo de quien ya no está físicamente entre nosotros.