Farsantes y farsantas

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Melchor Inzunza

La moda en México no empezó con Vicente Fox, sino con Ernesto Zedillo, que no podía referirse a los mexicanos sin añadir enseguida a las mexicanas. Para que vieran que les daba su lugar a las mujeres, pues él era un gobernante moderno, al tanto de que “el macho” era un anacronismo.

Pero Fox cantó mejor las rancheras de esa tonta moda, que hizo su agosto desde el 1 de diciembre de 2000 hasta noviembre de 2006. El presidente del “cambio” y “rey del pleonasmo”, como lo llamó Federico Arana, no dejó de fastidiarnos con los empresarios y las empresarias, los chiquillos y las chiquillas, los estudiantes y las entudiantas, los jueces y las juezas, los ciudadanos y las ciudadanas. De haber dicho también delincuentes y delincuentas.

Esta epidemia se abatió primero en la propia España. Pero en México el contagio alcanzó proporciones de una epizootia nacional. Pues los gobernantes de acá aún la contagian con fervor patrio a sus compatriotos y a sus compatriotas.

 

Prueba

Hace algunos años el escritor Javier Marías prevenía que los que andan con la cantinela de “los ciudadanos y las ciudadanas”, “los votantes y las votantes”, “los y las estudiantes”, no eran sino unos farsantes y embaucadores (o, en el mejor de los casos, melindrosos y acomplejados). Cuantos recurren a esa cantinela “sólo les interesa halagar los estupidizados oídos de alguna gente que se deja estupidizar fácilmente”.

Y ofrecía esta prueba:

Ni uno solo de estos individuos, ninguno de esos farsantes, proseguirá jamás su discurso o su charla como debería hacerlo, si en verdad se propusiera no dejar nunca de lado –supuestamente– al género femenino, que vaya por delante. Como debería saber todo el mundo –y se sabía hasta hace poco–, esos plurales gramaticalmente masculinos indican, según el contexto, un grupo efectivamente masculino tan sólo, o bien un grupo mixto, formado por varones y mujeres. El porqué de eso es otra cuestión, y los descontentos habrían de elevar sus quejas a Virgilio, Horacio, Ovidio, Tácito, Séneca y demás escritores latinos; o, si lo prefieren, a los emperadores romanos; o remontarse aún más lejos y reclamar a los griegos, Platón y Aristóteles, Eurípides y Sófocles, Hesiodo y Homero, etc.

Añadía que al elegirse una fórmula que englobara a las personas u objetos de los géneros masculino y femenino juntos, se optara por el plural gramaticalmente masculino, puede que, en su momento, indicase cierto talante “machista” por parte de los emperadores romanos, los escritores latinos, sus deidades varias y los hablantes de

Roma. Pero durante siglos en que la gente era menos tiquismiquis y más sensata que ahora, todo el mundo comprendía el uso de ese plural y nadie se sentía por él excluido. Ahora hay demasiados demagogos sacando partido de nuestras debilidades más simplonas…

Irrefutable

Prueba irrefutable de Javier Marías: ninguno de esos farsantes jamás, bajo ningún concepto, seguirá a rajatabla la convención que predica. Ya que, de ser sinceros y consecuentes, habrían de hablar o escribir siempre del siguiente modo:

“Los ciudadanos españoles y las ciudadanas españolas estamos hartos y hartas de pedir a nuestros y nuestras gobernantes y gobernantas que se ocupen de los niños y las niñas inmigrados e inmigradas, que llegan recién nacidos y nacidas, famélicos y famélicas, desnudos y desnudas, sin dónde caerse muertos y muertas. Nuestros y nuestras políticos y políticas se ven incapacitados e incapacitadas para afrontar el problema, temerosos y temerosas de que los votantes y las votantes los y las castiguen: el que y la que sea partidario y partidaria de que esos niños y esas niñas sean españoles y españolas a todos los efectos, teme la reacción de los y las compatriotas y compatriotos proclives y proclivas a frenar el flujo de extranjeros y extranjeras —sean adultos o adultas, niños o niñas, recién nacidos o nacidas—, y amigos y amigas de una población compuesta por individuos e individuas autóctonos y autóctonas, homogéneos y homogéneas racialmente: los ciudadanos y las ciudadanas, en suma, que no creen que todos los hombres y las mujeres son iguales o igualas”.

Si no hablan y escriben así, que renuncien de una vez a hacerlo. Pandilla de estafadores. (Todas las farsantas son iguales, Letras libres No. 28, Abril 2001)