EN LA GRILLA

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*Los 70 años de José Ángel Pescador Osuna

*El desarraigo y la turbulencia de sus inicios

*Una transformación de la política mazatleca

 

FRANCISCO CHIQUETE

 

 

Durante mucho tiempo, los cumpleaños de José Ángel Pescador Osuna se aprovechaban para un mitin en que se recordaba la tarea ejercida desde el municipio, se analizaba la situación del momento, con uso abierto de la crítica al gobernante en turno, y con propuestas que hacían sentir a los asistentes que habría todavía más para el futuro.

Un día Pescador Osuna vino en calidad de secretario de Educación Pública del gobierno federal, y el desayuno tradicional se convirtió en una romería de personas que buscaban una plaza para la hija, un trámite para los nietos, una calificación extraviada por la burocracia, una chamba de lo que cayera porque no había título, o para refrendar la esperanza de que más adelante, en un futuro posiblemente promisorio, el político recordaría al peticionario.

Otro año, Pescador llegó investido de opositor. Juan Sigfrido Millán Lizárraga, desde la gubernatura, lo había enlistado en el juego sucesorio y vino a buscarla, pero no hubo posibilidades reales, lo que se combinó con un acercamiento al lópezobradorismo. Muchos se entusiasmaron y consideraron que la explosividad de otros tiempos podía traducirse en votos para la alcaldía. Pero el partido anfitrión se convirtió en el principal obstáculo: el primer evento del perredismo fue un artero mitin contra su propio candidato, en casa de la mamá.

Últimamente su reaparición fue al frente del Colegio de Sinaloa, donde hizo un brillantísimo papel. Inconforme siempre, dejó el cargo no sólo por los movimientos naturales de este organismo, al que mantuvo vivo y actuante, sino por insatisfacción con el trato que el estado sinaloense le da a lo mejor de su intelligentzia.

Este sábado, Pescador festejó sus setenta años con una fiesta sin más pretensiones que la diversión al lado de sus familiares y amigos, entre los que hubo importantes empresarios, excolaboradores y seguidores de todos sus tiempos. Un baile en serio con una banda de música regional que se reventó varias veces el cinco de chicle, el manicero, De Mazatlán a Acaponeta, el pato asado y las cumbias que no pueden faltar en una fiesta de mazatlecos.

La primera precaución del invitado fue llegar dos horas después de la convocatoria para preguntar -¿Ya habló? –No, todavía no… -¡En la torre!, me falló el margen. Pero no. Al menos hasta las diez de la noche no había discurso.

El propio Pescador adelantó que quizá no lo hubiera por el mal estado de su garganta.

-Si quieres yo hablo por ti -¡No, qué va! Te quieres cobrar todos los discursos largos (cada pieza oratoria era de cincuenta y cinco minutos, aunque alguna vez nos tuvo cinco horas explicando el fenómeno del comercio informal y los tianguis o mercados de pulgas alrededor del mundo.

De haber aceptado, el discurso habría empezado por establecer que fue José Ángel Pescador Osuna el alcalde que vino a revolucionar el ejercicio de gobierno en Mazatlán.

Sus pasos iniciales fueron inciertos por desconocimiento. Regresaba después de veinte años de carrera metropolizada, lleno de lauros académicos, con una fama de combativo defensor de sus convicciones, al extremo de enfrentar a la dirigencia dinosáurica del SNTE en varias decisiones, pero ignorante de cómo mascaba la iguana por estas tierras.

Cerca de los años noventa, aspiraba a gobernar como lo hiciera Antonio Toledo Corro al arrancar los sesenta: a punta de fuete (en su caso metafórico) y con injerencia en todo y por todo. Una noche acudí a su oficina para ver qué información tenía sobre el sitio del Ejército a media colonia Juárez. No podíamos confirmar una fiesta de presuntos narcos con personajes públicos. En medio de esa crisis, Pescador ve a su jefa de bienestar social y se informa: ella está en reunión con los boleros de la Plazuela República. -¡Deténmelos un rato, porque quiero hablar con ellos! ¿Y la crisis militar? ¿y el miedo de cientos de familias en los alrededores? –también lo vamos a ver.

José Ángel tenía prisa, quería corregir todo de un plumazo. Eso lo llevó a estar bajo una situación de fusilamiento afuera del Frankie Oh, cuando fue personalmente a resolver un problema de tránsito. El narco había parado su camioneta a media calle, bloqueando la avenida y se disgustó con la intervención. Lo salvó que uno de la clica se dio cuenta que era el presidente municipal y contuvo al rijoso.

La hija de una maestra cercana a él, fue brutalmente asesinada por los Righetti. Vimos entonces el insólito caso de un alcalde del partido oficial, encabezando manifestaciones contra la autoridad a la que pertenecía, en reclamo de justicia. De entrada no valoramos ese gesto que incomodó al propio gobernador.

Las notas periodísticas eran discutidas desde la tribuna del Cabildo o en eventos públicos y entonces el monólogo de la autoridad se convirtió en debate. Las tarifas del agua potable se discutían en el consejo de la junta directiva de Jumapam y en la calle. No eran ya acuerdos secretos, aunque generasen enormes escándalos.

Un día le dijeron que se quejaban en derredor del Teatro Ángela Peralta, por la conversión del añoso edificio en nido de alimañas que los dueños, residentes en el extranjero, no estaban dispuestos siquiera a limpiar. No hubo estudio jurídico ni sanitario. El propio alcalde se puso al frente de una brigada que rompió las puertas y empezó a sacar basura. Por supuesto, los dueños se entraron en la lejanía y demandaron, pero ya no pudieron detener el rescate del teatro, que a su vez impulsó el rescate del centro histórico, realizado por particulares que con esa acción encontraron valor en las fincas que por décadas dejaron morir.

Sucedió sobre todo la apertura del Cabildo. Hasta antes de esa decisión, unilateral de Pescador, que ni siquiera fue exigida por la oposición, los periodistas nunca pudimos entrar a ver cómo se tomaban las decisiones, sin tener que esperar a que salieran los ediles opositores a revelar los asuntos tratados; tras una denuncia sobre malos manejos en las cartas de opinión favorable, un funcionario de la línea dura amenazó con demandar a los periodistas y a los concesionarios de bares y cantinas, sin preocuparse siquiera por desmentir. En cuanto llegó Pescador, que andaba fuera, detuvo la amenaza y reprendió al amenazador.

Aunque el folclor no terminó, los avances en apertura, en discusión y diálogo fueron importantes e irreversibles. Los siguientes alcaldes no tuvieron más que actuar bajo el escrutinio público, aunque todavía no estuviese de moda el asunto de la transparencia.

Si hubiese en Mazatlán una institución que analizara la vida pública, esta celebración septuagenaria tendría que haberse aprovechado para analizar el paso tan discutido como reconocido de este hombre por la política local. Como no lo hay, bien vale un bailongo.

El hipotético discurso habría terminado con una confesión: en más de una vez, las críticas a Pescador fueron alentadas nada menos que por doña Esperanza Osuna, su mamá, quien le tenía puestos los ojos reprobatorios a dos o tres amigos del hijo. Pescador lo supo un día que me dio un extraño recado: su mamá –a quien yo no conocía- quería que yo fuese a su casa para regalarme unos tamales, junto con los cuales iba una excitativa: “no le aflojes en eso que le pusiste ahora al Pescador”. Ayer lo recordamos y ella sólo respondió con una risotada confirmatoria de las sospechas de su hijo.