ELEFANTES BLANCOS EN MAZATLAN

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Popularmente, las obras inconclusas o sin uso son llamadas “elefantes blancos”, y en Mazatlán tenemos varios de éstos, que acumulas cientos de millones de pesos, decenas, en algunos casos, y que no tienen visos de corrección, o bien podrían destinarse a otras tareas. 

La calificación de elefantes blancos no es sólo de índole nacional, sino que se usa en todo el mundo. Viene de Tailandia, donde los reyes castigaban a los súbditos caídos de la gracia, con el regalo de un elefante albino, al que tenían que alimentar con costos tan altos, que ne poco tiempo caían en quiebra. 

Aquí quien terminó el quiebra es el gobierno, obligado a hacer frecuentes recortes presupuestales. 

Hospital General

El ejemplo más notorio es el del Hospital General, que se empezó a construir en octubre del 2005, y tres años después, cuando la obra ya despuntaba, dejó de recibir el dinero que el gobierno federal le había asignado. 

El presupuesto original era de 600 millones, según declaró el entonces gobernador Jesús Aguilar Padilla, quien entregó la administración sin concluir la obra. 

Todavía en 2012, el gobernador Mario López Valdez sostenía que se recuperaría la inversión del gobierno federal para garantizar la salud de los mazatlecos. Todavía en febrero del 2013, el secretario de Salud Ernesto Echeverría Asipuro pidió al senador Aarón Irízar apoyos para bajar 450 millones de pesos necesarios para terminar el hospital. 

Pero meses más tarde se dio a conocer el proyecto de construir un nuevo hospital, con una inversión de ochocientos millones de pesos. 

Mientras tanto, el nosocomio en proyecto se encuentra abandonado. La obra negra fue terminada y el equipamiento se inició con la instalación de tuberías médicas, equipo de aires acondicionados, cañerías sanitarias y otros implementos que poco a poco fueron robados o vandalizados en medio del abandono. 

El recorrido de Sinaloa enlínea muestra los muros inacabables, los salones impresionantes: hasta la reja circundante es de proporciones imponentes; se advierten igualmente en los techos, los equipos saqueados. El abandono. 

La explicación inicial para el nuevo proyecto es que el edificio inconcluso ya no era útil porque estuvo abandonado demasiado tiempo, sin importar los cuatrocientos o quininetos millones de pesos que se le invirtieron. 

Ahora sin embargo, el gobierno del estado ha llegado a un acuerdo con la Secretaría de la Defensa Nacional para que en ese edificio funcione un hospital regional de altas especialidades. 

Mientras, el proyecto del nuevo hospital sufre la detención del procedimiento porque se ha impugnado el costo final de la construcción. 

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Tiburonario

El Tiburonario es una obra más “modesta”… Costó apenas sesenta millones de pesos, sólo que después de tanto dinero, no se ha podido ser concluido, ni mucho menos estrenado. 

Hay un diferendo entre el estado y el municipio, porque mientras el primero lo considera ya entregado oficialmente, el alcalde Carlos Felton asegura que no hay tal entrega. 

Primero se aseveró que faltaban quince millones de pesos para terminarlo; luego, que sólo millón y medio. 

Lo más grave es que las propias autoridades están en desacuerdo sobre las condiciones técnicas de la obra, a la que llegan a considerar como un riesgo para el público. 

Las diferencias parecen atizadas porque el alcalde tiene el propósito de concesionar el Acuario completo a una empresa privada, que administraría hasta el propio Tiburonario. 

También esta obra ha pasado por dos gobiernos estatales y tres presidentes municipales, quienes autorizaron las sucesivas ministraciones que completaron sesenta millones de pesos. 

Casa del Marino

En sus buenos tiempos, la Casa del Marino era un polo importante de la ciudad. No sólo se asilaban ahí los marinos abandonados o temporalmente detenidos en la ciudad, sino que se hospedaban oficiales de la Marina Armada de México o de la Marina Mercante, cumpliendo acuerdos internacionales derivados de la segunda guerra mundial 

La inauguraron estuvo a cargo del presidente Manuel Ávila Camacho en 1946. 

En el costado sur operaba el Casino Naval, elegante escenario de fiestas rumbosas, o de encuentros importantes. Ahí se festejaban los grandes acuerdos, las fechas especiales, pero de repente todo acabó. 

Los marinos en tránsito ya no necesitaron de un lugar especial; la Marina estableció sus propias instalaciones para acuerdos, para hospedaje y hasta para festejos. 

La Casa del Marino se quedó sola y abandonada durante largos lustros, durante los cuales se ha hecho presente la decadencia, el literal desmoronamiento de techos y paredes que sólo volverían a ser seguros y funcionales, si se les invierten al menos veinte o veinticinco millones de pesos. 

Una parte de la sociedad demanda su demolición, que paradójicamente sería más barata que una eventual remodelación, pero no gratuita. Se trata de dejar libre el espacio para hacer una plazoleta y abrir la visa al Fuerte 31 de marzo, una reliquia histórica erigida en memoria de los defensores del puerto ante la invasión francesa. 

Por el contrario, quienes buscan su permanencia argumentan el carácter icónico de una pieza ingenieril de los años cincuenta, a la que se encontraron algunos valores arquitectónicos y que sobre todo, ha sido parte de la ciudad durante casi setenta años. 

Por lo pronto ahí está, desmoronándose. 

Normalmente la gente se pregunta de los elefantes blancos ¿quién se benefició? ¿qué justifica esos gastos? Pero todos están seguros de algo: no será el último.