EL PODER PIRAMIDAL

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Todos los regímenes políticos han pretendido (y aún pretenden) convertir a los individuos en simples cristales de masa; más por razones históricas diversas, en distintos países se han creado contrapesos sociales por los que ha emergido una ciudadanía con capacidad de resistir ese tipo embates, aún en las peores etapas de conformismo social. A contrapelo de estos ensayos políticos, México alberga una sociedad piramidal en cuyo entramado los individuos son convertidos no precisamente en hombres libres, sino en denigrante clientela que, más allá de las dirigencias, tanto el PRI, el PAN como MORENA, procuran hacer lo mismo.
Esta desventura histórica ha subvertido nuestros supuestos republicanos, o más bien somos un república simulada. Al ser absorbidas por el Estado las potestades de la sociedad, los individuos fueron y aún son convertidos en ciudadanos de cera, pabilo y papel. Esta inversión ha creado una miríada de hombres débiles que son comandados por un pequeño ejército de hombres fuertes; cuya carrera fue hecha y sigue siendo hecha en ese espacio ubicuo donde la doble moral se ha convertido en ética de hierro. Tal vez por eso en ciertos espacios determinados individuos suelen desahogar su indignidad con un grito que estalla en algún espacio donde no pueda ser oído: ¡Soy más libre que Jalisco!
LOS MENDRUGOS Y OTRAS PROMESAS
Por azares de nuestra cultura hispano/árabe –como también la indígena- el leviatán nostrum se convirtió en el garante del éxito o el fracaso de los miembros de la “sociedad civil” al quedar insertos en una multiplicidad de redes de las que manan influencias, dinero y prestigio. Es el Estado, por tanto, quien conforma y deforma dignidades, afectos y lenguajes, ya no se diga las profesiones; porque los súbditos de todos los estratos sociales saben que de ello depende o podría depender su estabilidad económica y demás canonjías.
Existe todavía, en efecto, un ‘todo’, hoy plural y multipartidista, en el que miles hombres y mujeres buscan ‘acomodo’, porque de allí manan sueldos, sobresueldos, viáticos, subsidios, igualas, contratos, plazas, notarías, expendios, concesiones, permisos, compras de bienes y personas y préstamos a fondos perdidos o poco encontrados, influencias, amistades, identidades sociales y políticas y demás gajes imaginables e inimaginables… Históricamente nuestro leviathán ha sido muy bueno con los buenos y malo, muy malo, con los malos. Este mundo petrificado que nos legó la “revolución”, tiene como premisa el silencio y el ruido, porque ambos constituyen los cimientos de nuestra parlanchina “movilidad republicana”.
PERO EL GOBIERNO NO ES DICTATORIAL.

No obstante en México no impera una dictadura, porque éstas gobiernan en nombre de Dios, de la Historia o de la Ciencia y su máquina del tiempo suele ser sangrienta porque en ella prima la asepsia social con la que diluye la diversidad. No obstante, la crueldad de nuestro ogro filantrópico ha sido sencillamente ejemplar: castiga la incorrección política expulsando a los desleales al infernal edén donde gravitan eternamente los hombres infames. (Foucault, dixit). Dicho de otra forma: los “traidores” políticos quedan excluidos del reparto del pastel sea real o virtualmente.
A partir de estas condiciones la historia de las fidelidades al “sistema de partido único” se han alterado progresivamente: las lealtades de los clientes se han ha vuelto, en efecto, resbalosas en nuestros días y cada vez más “desleales”. Ahora los clientes pueden mudarse a otros feudos políticos. Esta mutación es significativa en un sentido negativo: hoy la clase política que otrora marcaba el ritmo político del país, se ha convertido en clientela de su otrora clientela política. Justamente por eso cualquier modificación sustancial en la correlación del “sistema de partidos” corre el riesgo de que se produzca en su patio trasero una estampida de búfalos, al grito de sálvese el que pueda.
NO TE ACABES MÉXICO
De ahí nuestra deriva política, nuestra parálisis: mantener y acrecentar las clientelas los partidos políticos para acceder o conservar el poder requieren regentear a sus otrora súbditos, hoy mandarines que siempre ven en el corto plazo su plazo único. Las organizaciones partidarias, pues, se dedican a “resolver” las urgencias para mantener satisfecha a la “plebe” que no es de una condición social específica, posponen las reformas de fondo y de largo plazo.
Pero esta inversión es una manifestación palmaria de que el viejo régimen está agotado, y no solamente porque ese viejo barril sin fondo del “sistema” corporativo haya sido arrinconado por la severidad de la crisis y la pluralidad de opciones clientelares, sino porque también una parte de la sociedad se ha vuelto compleja, líquida, deslocalizada y repelente a los pequeños/grandes relatos que manan de una clase política en ruinas.
Este importante segmento que emerge de la sociedad, quizá la mayoría jóvenes que han entendido que la existencia, a pesar de las dificultades, puede construirse sin muletas ni amuletos, porque desde su nacimiento han vivido la más absoluta exclusión de un régimen que los desprecia, porque no puede entender las identidades e hibridaciones sociales del siglo XXI, porque su lente mira con las anteojeras de la primera mitad del siglo XX.
LO QUE VENDRÁ ALGÚN DÍA.
Desde esta perspectiva, creo que el viejo leviathán se ha convertido en una camisa de fuerza para el desarrollo económico, político y moral de los mexicanos. Hoy por hoy este sistema es incapaz de contener en sus límites a una gran porción de la sociedad que, informada e inquieta por su futuro, busca cauces ajenos a los laberintos de las lealtades, los rituales y genuflexiones que el poder dividido impone a sus súbditos para hacerles entender que la dignidad no es un bien intercambiable.
Y en esa soledad los hombres del poder a veces se sueñan divinos, como en una de las páginas de Juan Ramón Jiménez, pero el ensueño les es cada vez más efímero, porque el ogro filantrópico que poseen y los posee se ha vuelto mucho más ogro y mucho menos filantrópico. Justamente por eso los políticos del ancie regime, tan manilargos como boquiflojos, han momificado sus gestos, han encallecido sus reflejos, se han vuelto viejos, ojerosos, cansados y sin ilusiones… Vivimos un interregno nacional donde lo viejo ha muerto y lo nuevo no tiene la fuerza para imponerse. Esta es nuestra tragedia.