El mejor secreto de “Y nos dieron las diez”.

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La amistad que Joaquín Sabina mantuvo con Enrique Urquijo hasta su muerte fue tan intensa, que juntos abordaron uno de los experimentos musicales más bonitos y quizá desconocidos de la historia de la música. Decidieron comenzar juntos una canción, para después terminar de escribirla cada uno por su lado y comparar los resultados. De aquella pequeña locura surgieron dos de los mayores himnos de la música española, “Y nos dieron las diez” y “Ojos de Gata”. ¿Nunca se había fijado en que comienzan igual?

“Fue en un pueblo con mar una noche después de un concierto, tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto…”.

“Enrique aparecía por aquí, de madrugada y me pareció siempre el ser más dulce, más tímido, más sensible del mundo. Era para comérselo. Aquí venía y se podía quedar 48 horas. Hablaba poco, fumaba mucho, bebía mucho; yo también”, así recuerda Joaquín Sabina su amistad con Enrique Urquijo. No fue en la casa de Tirso de Molina del cantante, sino en un bar, donde Urquijo lo ayudó a componer uno de los temas más conocidos de su carrera, “Y nos dieron las diez”. Solo que Enrique también usó algunos versos de Joaquín, pero con algunas modificaciones y lo llamó “Ojos de gata”. Mismo comienzo y distinto final para estos dos artistas y sus dos canciones.

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«Fue en un pueblo con mar
una noche después de un concierto,
tú reinabas detrás
de la barra del único bar que vimos abierto.
“Cántame una canción
al oído y te pongo un cubata”,
“con una condición:
que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata”.
Loco por conocer
los secretos de tu dormitorio,
esa noche canté
al piano del amanecer todo mi repertorio.
Los clientes del bar
uno a uno se fueron marchando,
tú saliste a cerrar,
yo me dije “cuidado, chaval, te estás enamorando”.
Luego, todo pasó
de repente, mi dedo en tu espalda
dibujó un corazón
y mi mano le correspondió debajo de tu falda.
Caminito al hostal
nos besamos en cada farola,
era un pueblo con mar
yo quería dormir contigo y tú no querías dormir sola.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anochecer nos encontró la luna.
Nos dijimos adiós,
ojalá que volvamos a vernos.
El verano acabó,
el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno
y a tu pueblo el azar,
otra vez, el verano siguiente
me llevó, y al final
del concierto me puse a buscar tu cara entre la gente
y no hallé quien de ti
me dijera ni media palabra,
parecía como si
me quisiera gastar el destino una broma macabra.
No había nadie detrás
de la barra del otro verano
y en lugar de tu bar
me encontré una sucursal del Banco Hispanoamericano.
Tu memoria vengué
A pedradas contra los cristales,
sé que no lo soñé,
protestaba mientras me esposaban los municipales.
En mi declaración
alegué que llevaba tres copas
y empecé esta canción
en el cuarto donde aquella vez te quitaba la ropa».

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“Fue en un pueblo con mar
una noche después de un concierto,
tú reinabas detrás
de la barra del único bar que vimos abierto.
“Cántame una canción
al oído, te sirvo y no pagas”,
“solo canto si tú me demuestras
que es verde la luz de tus ojos de gata”.
Loco por que me diera
la llave de su dormitorio,
esa noche canté
al piano del amanecer todo mi repertorio.
“Con él quiero beber del alcohol
me acunó entre sus mantas”,
y soñé con sus ojos de gata,
pero no recordé que de mí algo esperaba.
Desperté con resaca y busqué
pero allí ya no estaba,
me dijeron que se mosqueó
porque me emborraché y la usé como almohada.
Comentó por ahí que yo era
un chaval ordinario,
pero cómo explicar
que me vuelvo vulgar
al bajarme de cada escenario”.

¿El resultado? Dos finales completamente diferentes en el que el protagonista acaba vencido y vencedor.