EL CARNAVAL Y LAS EPIDEMIAS

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Enrique Vega Ayala
Cronista oficial de Mazatlán

La epidemias y el carnaval en Mazatlán no se llevan bien. En los setenta años durante los que se realizaron las festividades carnestolendas bajo la modalidad “populachera” de la harina (1827-1897) no hay registros de las suspensiones que les pudieron ocasionar las epidemias frecuentes que asolaron al puerto. Viruela, sarampión, cóleras, fiebre amarilla, entre otras, dejaron estela de muertes a su paso por estas tierras en el siglo XIX. En los archivos locales están documentados los intentos (siempre fallidos) de las autoridades por suspender los festejos debido a su carácter “incivil”. De lo que no hay datos precisos es de si alguna vez los juegos de harina y las mascaradas hubieran sido afectadas por razones patógenas.

En cambio, hay puntual seguimiento de los casos en que el carnaval ha dejado de realizarse a partir de 1898, cuando las autoridades se hicieron cargo de la fiesta anual mediante su financiamiento, alterando el “bárbaro” formato de los tropeles enharinados, para incorporar los desfiles de carros adornados, los monarcas de ocasión, los disfraces de gala y las “batallas” de confeti y serpentinas.

La peste bubónica en 1903 fue el primer flagelo conocido que obligó a pausar la continuidad carnavalera en el puerto. Durante el periodo crítico de la epidemia (Diciembre de 1902 y Febrero de 1903) se vivió en la ciudad un estado de pánico, un verdadero terror sanitario, producto del temor al contagio y del carácter punitivo de las políticas públicas adoptadas para enfrentar la peste. Al año siguiente inventaron la quema del mal humor y el monigote pulverizado representaba “la peste con bolas”, como expresión festiva del triunfo patasalada ante aquella adversidad terrible.

La siguiente ocasión en que se tuvieron que guardar las mascaritas y que no tocaron los papaquis por temores epidemiológicos fue en 1912. Ya para entonces el asunto de las contiendas por el reinado se habían arraigado hasta los enconos. Alejandra Ramírez iba por la corona con una considerable ventaja sobre sus contendientes, según los cómputos previos. La musa del vals Alejandra se quedó prácticamente sin el trono por órdenes médicas. La contención del influjo de la viruela se volvió prioridad en ese febrero; además, los nocivos efectos en los recursos públicos de la primera etapa de la guerra civil hicieron preferible dedicar lo disponible a la protección de la salud comunitaria. La fiesta podía esperar.

Un caso paradigmático fue el de 1918. Para esa edición, los riesgos de contagios masivos por la influenza española no se tomaron en serio. Hubo alarma en los pueblos y rancherías cercanas. Se tomaron medidas de control preventivo en la ciudad, como revisión de la asistencia escolar. Están en legajos de archivo los informes rendidos por los inspectores, pero se dictaminó que el ausentismo era producto de un azote de gripes fuertes y, aunque se inició el registro de muertes asociadas al fenómeno, se desistió de ese afán para no crear pánico. Además, el carnaval sucedió en esa ocasión cuando se empezaban a tener las primeras noticias del azote de esa gripe maligna, y la fiesta transcurrió sin ninguna novedad relativa a la enfermedad.

Poco más de cien años después de aquella, el Covid 19 vino a trastocar la normalidad en el mundo. Como en 1918, los primeros embates del mal aquí fueron desestimados, todavía no había noticias de contagios en México, aunque después se supo que por los días de la máxima fiesta ya andaba rondando el virus por Sinaloa; al menos hay un dato al respecto: el del crucero que llegó a su destino con pasajeros y tripulantes contagiados, después de haber hecho escala aquí el 17 de febrero, tres días antes de la coronación del Rey del Canaval.

Bajo el lema “Somos América. Pasión, Alegría y Esperanza” el carnaval de 2020 tuvo lugar. Eso sí, quemaron al coronavirus por anticipado debido a los males que estaba causando en China, como queriendo alejar las malas vibras de nuestras playas. Pero no nos salvamos. El año siguiente, con todo y consulta popular de por medio, las autoridades tuvieron que asumir la imposibilidad de organizar el jolgorio ante la emergencia prevaleciente.

Todo quedó pendiente, hasta el tema carnavalero. Desde mediados del 2021 empezó a correr la polémica sobre la posible realización del carnaval del 2022. Ahora, a pocas semanas de la fecha calendárica anual para la celebración, las autoridades municipales están decididas a sacar adelante el festejo. El gobierno estatal presentaba cierta resistencia para darle el aval al evento, hasta que el Secretario de Turismo les vino a restregar la premisa federal de priorizar la normalidad económica con protocolos sanitarios, y los hizo dudar sobre la pertinencia de autorizar la festividad.

En su versión ómicron el virus sigue presente, el “semáforo epidemiológico” nacional ubicó a Sinaloa como entidad de alto riesgo de contagios, tiñéndolo de color naranja con cifras cercanas a las que obligan al rojo, durante las primeras semanas de febrero. Por otro lado, la veda electoral implementada con motivo de la próxima realización del proceso denominado “revocación de mandato” sirvió para justificar como inviable la consulta ciudadana prevista por la alcaldía para ratificar su deseo.

Mientras tanto, continúan los preparativos de los eventos programados para la celebración, se siguen recibiendo reservaciones hoteleras. La decisión oficial se habrá de comunicar unos días antes del arranque ¿Cuándo sea inevitable su realización? Aunque, lo más probable es que el virus tenga la última palabra. Dará margen para justificar la activación final del carnaval 2022 “con protocolos” si se cumple la predicción, del optimismo oficial, que augura una baja en los niveles de contagios y descenso en las tasas de defunciones; o meterá en honduras al sistema de salud si los embates virulentos continúan en ascenso y ni eso impide que llegue Momo.