El Buto, perseguidor de laspiernas femeninas de Mazatlán

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Hasta el día que murió se le conoció un nombre

FRANCISCO CHIQUETE

Por décadas fue simplemente El Buto, sin que se conociese su nombre, aunque se tratara de una de las personas más famosas de la ciudad. Sólo al anunciarse su muerte supimos que se trataba de Luis Alberto López Pérez, de 84 años de edad.

Por los años sesenta, los vecinos de la calle Cinco de Mayo veían bajar por la Luis Zúñiga a un muchacho moreno que necesitaba la ayuda de dos personas para transitar la empinada cuesta, sobre todo de bajada.

Aunque en principio su aspecto infundía miedo en los niños, pues no caminaba ni hablaba, y sus sonidos guturales parecían agresivos, después se advertía su carácter bromista.

Pronto se hizo de amigos a su paso y los saludos trocaron en bromas pesadas que incluían la palabra ¡puto! con que lo recibían a modo de saludo. Intuyó el peso de la expresión, y pronto la asumió para regalarla a sus conocidos, sólo que su falta de dicción lo llevaba a gritar “buto” y así se le quedó.

Impedido en muchos sentidos, su vida era recorrer las calles del centro de la ciudad desplazándose en cuatro patas, pues no podía caminar erecto por un problema en la columna vertebral, ni le funcionaban las articulaciones de las rodillas.

El grito de Buto se le aparecía por donde quiera, y él lo recibía gozoso, seguramente satisfecho de sentirse integrado. A los pocos metros de caminata se detenía y pedía un cigarro, que fumaba recargado en alguna pared, desde donde chuleaba a las muchachas que pasaran cerca. Con frecuencia las perseguía sólo por asustarlas, pero si tenía oportunidad, aprovechaba la cercanía y les apretaba las piernas. Luego esta diversión se le dificultó, pues todo el mundo femenino sabía que había que sacarle la vuelta.

Por muchos años fue un espectáculo verlo llegar al mercado. Los locatarios, sobre todo los carniceros, hacían un gran ruido con cuchillos y chairas, mentadas y reclamos al Buto por su ausencia. Ellos eran quienes le procuraban y acercaban el alimento e incluso la ropa, pues con el tiempo dejó la casa en que vivía o perdió a sus parientes o protectores. La comunidad del mercado fue su familia.

Pero también fueron quienes le indujeron a la cerveza, que le invitaban en las cantinas de los alrededores o en las fiestas gremiales, navideñas, de aniversario. Motivo siempre había.

No era necesario conocerlo de mucho tiempo. Con gritarle el sobrenombre alguna vez ya era tu amigo, especialmente si traías cigarrillos.

Con el tiempo se convirtió en un icono. Ir al centro y no ver al Buto era una pérdida. Sus fotos en el periódico eran frecuentes, como sus imágenes en los noticieros televisivos.

Un día fue noticia porque lo atropellaron, lo que entristeció a todos. Cuando se supo que no fue para tanto y que  convalecía nada menos que en el Hospital Sharp, la alegría fue generalizada.

Fueron seguramente los días más glamorosos de su azarosa vida. El seguro automovilístico del atropellador permitía una ancha franja de gastos médicos, de modo que el Buto dejó el duro suelo del mercado para dormir en mullidas camas, entre limpias sábanas y albeantes batas de las que se reía con sus visitantes, de traer las nalgas al aire. Ni qué decir de la comida balanceada, que seguramente habría cambiado por un plato de birria del mercado o por unos tacos de cabeza de la carreta de Marcos.

De todo hubo en la vida de este trashumante. Hasta la mordida de la política. Personajes de la cultura, o como como Malova, que llegó a sentarse en la banqueta para que el Buto se acercara, soportaron la cercanía evidentemente no deseada pero útil en la búsqueda de simpatías; entrando el año el alcalde Luis Guillermo Benítez Torres anunció que sortearía entre necesitados la pensión de adulto mayor que le correspondía por haber llegado a los 68 años, y le tocó al Buto. Un buen gesto que ayudaría mucho al albergue Gota en el Océano para sostener su labor social. El precio fue aparecer retratado con el alcalde y su señora, como una pieza de caza, porque no fue una donación discreta, sino un show mediático con fotos y video que testimoniarán las bondades del político.

Y por supuesto, hay que considerar la vida de miseria, marginación y sufrimiento físico que lo marcaron de por vida.

El mes de julio fue aciago. El día 18 lo ingresaron al Hospital General víctima de un golpe de calor, que fue controlado por el personal médico, pero minado como estaba, pescó una neumonía que se lo llevó este dos de agosto a las ocho de la noche.

Aunque ningún familiar haya reclamado el cadáver, el impacto de la noticia demuestra que El Buto dejó huella en su paso por la vida, que conmovió a una sociedad que en los últimos años lo entronizó desde las redes sociales. A las ocho de la noche dejó de ser El Buto para quedar asentado como Luis Alberto López Pérez, nombre que proporcionó el albergue en qué pasó sus últimos años.

Como dice Silvio Rodríguez en su canción El Papalote: “por aquel que pensó/ ‘pobre’ de toda aquella gente/ el día más importante/ de tu existencia fue el de tu muerte”.