Despidos en las Big Tech, ¿a quién le importa?

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El final de 2022 y el comienzo de este año ya marcan tendencia sobre la maduración de los mercados digitales en la época post pandemia. Las estrategias corporativas dan cuenta de los efectos que tuvo el periodo pandémico que impulsó la digitalización de millones de procesos, generó más eficiencias en los sistemas, presenció fusiones y adquisiciones en el sector, impulsó la innovación y produjo ganancias extra normales.

Pero, finalmente toda fiesta tiene su término, y hoy presenciamos dolorosos recortes, como el despido de la mitad de la plantilla de Twitter, del 13% de la de Meta (Facebook, Instagram y Whatsapp) y el anuncio de recorte de 18,000 empleados de Amazon para este año.

Siguiendo a Domenec Melé, en los últimos años, en países industrializados, grandes empresas que reducen masivamente su personal tienen dificultades reales, mientras que otras gozan de buena salud pero despiden para seguir siendo competitivas. Estos despidos masivos han provocado un fuerte debate. Unos denuncian que las empresas olvidan su responsabilidad social, para contentar sólo a los accionistas. Otros contestan que la reducción viene exigida por la lógica económica que se puede categorizar en dos grandes tipos: la “reducción de tamaño” (downsizing) y la “re-ingeniería” empresarial (re-engineering). La “reducción de tamaño” o “adelgazamiento” de la empresa, no es otra cosa que la disminución del número de directivos y empleados para rebajar costos laborales; es un modo particular de reducción de tamaño que consiste en el replanteamiento radical del proceso y de los sistemas operativos existentes, sustituyéndolos por otros diferentes y menos costosos.

Cuando se anuncia una reducción de tamaño, el mercado de valores puede, incluso, reaccionar en el mediano plazo elevando la cotización de las acciones de la compañía. Esto significa que los inversionistas esperan que la compañía será más rentable en un futuro, aunque en el corto plazo se perciba una disminución de valor. Para el primer trimestre de 2023, se espera que las Big Tech presenten ganancias más bajas de las que los mercados están acostumbrados, aun cuando seguirán, en promedio, superando la media del Índice S&P 500. Para ellas, las perspectivas de crecimiento a futuro aún son inciertas, ya que la inflación y las altas tasas de interés restringen la capacidad de consumo de personas y empresas, dadas las expectativas de una recesión después del segundo semestre de este año. Los segmentos de negocio más afectados son prácticamente todos en la cadena de suministro tecnológica, desde los insumos esenciales, como el acceso a espectro radioeléctrico, la compra de tecnología de punta para infraestructura, el costo de la publicidad y la capacidad de compra de los usuarios finales para adquirir productos y servicios en línea.

 

Microsoft es un referente para ilustrar lo anterior, pues, a pesar de que Wall Street espera, para final de este mes, un aumento del 2.4% en ingresos, también proyecta una caída en EPS (ganancias por acción) del 6.9% debido a la imposibilidad de contrarrestar la subida en costos con mayores ingresos, ya que sus gastos operativos aumentarán alrededor de 3.1%, a pesar de la implementación de reingenierías minuciosas, lo que explica la difícil decisión de tener que recortar cerca del 5% de la plantilla laboral.

Los efectos de estos despidos masivos tendrán un impacto en todo el orbe, sobre todo por el alcance que las Big Tech han logrado en prácticamente todos los sectores económicos y la alta dependencia que tenemos de sus productos y servicios. Las empresas que operan en el mercado mexicano, en este sentido, podrían enfrentar fuertes presiones en materia de costos que finalmente afectarían tanto a usuarios finales como a trabajadores de la industria.

Recientemente, el 15 de diciembre de 2022, la Cámara de Diputados aprobó el Presupuesto Federal 2023 en el que se aprobaron las cuotas por uso de espectro para las operadoras de telecomunicaciones más importantes del país. Al mismo tiempo, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) advertía a nuestro gobierno la amenaza a la competitividad que implica el alto costo del espectro que dichas compañías pagan y que representa uno de los mayores de la región latinoamericana, que representan –a diferencia de países desarrollados donde equivale a 5%– hasta un 90% del valor de una concesión. Esta cuestión ejerce una presión descomunal en la base de costos de las empresas operadoras que les está orillando a devolver espectro al Estado –como es el caso de Telefónica y AT&T- , a transferirlo a los consumidores vía mayores precios, a bajar la calidad de los servicios, a pagar sueldos más precarios, o finalmente a despedir personal capacitado.

Por otro lado, desde la perspectiva ética no se puede afirmar que la reducción de tamaño de la empresa es algo intrínsecamente malo, es decir, que no se debe hacer nunca. Incluso, en determinadas circunstancias de crisis agudas, llevarla a cabo será algo bueno, aunque considerando los despidos como un mal menor. Es preciso no perder de vista el problema de fondo. Lo que origina la reducción de tamaño es la necesidad de mantener a flote las empresas. Es decir, si no se toman medidas a su debido tiempo, se pierde competitividad con perjuicio a todos los interesados en su desempeño, los llamados stakeholders. La continuidad de las empresas Big Tech operando en condiciones competitivas es deseable.

Por lo anterior, las decisiones sobre presupuesto y política pública deberían estar atentas a este fenómeno para atender las necesidades de mano de obra calificada, protección de datos y de propiedad, costos competitivos de insumos esenciales e infraestructura disponible, para que en México se puedan generar procesos de innovación que aprovechen de mejor forma la maduración de los mercados digitales.

 

FUENTE EL ECONOMISTA