Desde la fiebre amarilla hasta el coronavirus

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Las autoridades han abierto

las puertas a las epidemias

Desde la fiebre amarilla hasta el coronavirus

 

FRANCISCO CHIQUETE

¿Gente en la calle y de fiesta en plena pandemia? ¿Autoridades que meten su cuchara por intereses por encima de la amenaza a la salud pública?

Pasa en Mazatlán, pero no sólo hoy ni por el coronavirus.

Fue en agosto de 1883. El día 29 la ciudad hervía en expectación porque llegaba la Compañía de Ópera que encabezaba la eximia Ángela Peralta, una de las máximas cantantes de todo el mundo.

Finalmente llegó el vapor Newbern. La bajada fue apoteósica. Cientos de personas se congregaron en los muelles para presenciar el desembarco y como había ocurrido en otros lugares -Guaymas, el más inmediato- los muchachos de familias acomodadas desengancharon los caballos que jalarían el carruaje de la diva, y jalaron ellos mismos, llevando detrás a la cauda de mirones que estuvieron ahí. Recorrieron así buena parte de lo que hoy es el Centro Histórico hasta llegar al Hotel Iturbide, frente a la Plazuela Machado, a un lado del Teatro Rubio. El pintor mazatleco Antonio López Sáenz pintó un cuadro recreando la escena del traslado y capturando en la tela, la atmósfera del Mazatlán antiguo con la magia y maestría que sólo él tiene.

Esa misma noche empezaron a morir los miembros de la compañía de ópera, víctimas de la fiebre amarilla. La propia Ángela Peralta moriría al día siguiente. Dicen los mitotes que su representante, de apellido Montiel, se casó con ella en artículo mortis (en realidad ya muerta, pero apoyado por el juez de paz Cecilio Ocón, dice el chisme).

¿Qué había pasado?

Las investigaciones bibliográficas del Cronista de la Ciudad, Enrique Vega Ayala, encontraron que ya durante la travesía, uno de los pasajeros venía enfermo, y todos estaban advertidos de la presencia de la fiebre amarilla en el territorio mexicano.

Por ello precisamente los puertos estaban advertidos: ningún viajero o tripulante debía bajar a puerto sin pasar por una estricta cuarentena, que garantizar a la ciudad la limpieza de los arribos.

Pero en el caso del Newbern, se expidió certificado de limpieza de parte del presidente de la Comisión de Sanidad, doctor Mariano Zúñiga y los viajeros pudieron desembarcar de inmediato y con ello, esparcir la enfermedad.

El cronista establece que Zúñiga, quien también era director del Hospital Civil, tuvo que renunciar a ambos encargos y explicó que extendió tal certificado a petición del regidor Alejandro Narcio, quien fue el promotor de la recepción a Ángela Peralta y compañía e incluso consiguió que el ayuntamiento pagara los gastos.

Esa inconsciencia de costó a Mazatlán la muerte de dos mil quinientas personas, aproximadamente, es decir, una sexta parte de la población total. El Panteón número dos, situado en las orillas, tuvo que crecer hasta en dos o trestantos más para albergar a las víctimas de la epidemia, muy buena parte de ellas depositadas en las llamadas fosas comunes, que no siempre eran comunes, pero con frecuencia no alcanzaban ni cruz ni nombre.

En la crisis actual del coronavirus ya pasamos un susto parecido. Como el gobierno federal no quería tomar medidas fuertes, los cruceros turísticos siguieron operando y en Mazatlán estuvo uno que ya en aguas estadunidenses, fue declarado foco de infección. Uno de los pasajeros murió por allá, aunque aquí dijeron que no había bajado en Mazatlán por decisión propia.

El pasado fin de semana, según Noroeste, hubo reportes de setenta fiestas particulares y clandestinas en diversos asentamientos de Mazatlán. No son ocultas. Los grupos musicales trabajan a oídas de cualquiera.

Por otra parte, hay calles típicamente comerciales en que la actividad es casi normal y el tráfico por la ciudad crece día tras día, luego de haber bajado significativamente.

Ha habido también algunas acciones absurdas, como convocar a gente mayor para pagarles sus apoyos federales o para darles apoyos municipales; además arrancamos este periodo con resistencias a tomar medidas de distanciamiento social(aquí nadie va a cerrar hasta que yo diga, dijo el alcalde, cuando el presidente proclamaba «salgan, yo les aviso cuándo hay que resguardarse») y otras chuladas por el estilo.

Siempre hay gente irracional en los puestos de gobierno, que ponen en riesgo a la población. Y siempre hay en la sociedad alboroteros que aun bajo la amenaza de epidemias, van a desenganchar caballos o a bailes y fiestas organizadas a la brava bajo la idea de “al cabo ¿qué puede pasar?”