Cultura y desarrollo. Reseña III y úlima.

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Carlos Calderón Viedas
 

Regresar al hombre su identidad cultural en el inevitable mundo del trabajo, es, junto al problema de la tendencia entrópica de la naturaleza que ahora se muestra con más fuerza, el reto mayor que enfrenta la humanidad. Nuestra vida en el mundo se ha economizado y en ese curso, la naturaleza y nosotros, que somos sus criaturas privilegiadas, estamos sufriendo las consecuencias. Aquella se degrada y nosotros nos escindimos internamente.

La revolucionaria idea renacentista sobre la totalidad del ser humano, luego recogida por los grandes pensadores humanistas con la que elaboraron influyentes sistemas teóricos que ayudaron a erigir la época moderna, fue evaneciéndose con el paso del tiempo. El descubrimiento de nuevos territorios, el impulso comercial y económico, que a su vez trajo consigo el desarrollo de las ciencias y las tecnologías que propiciaron el surgimiento de la era industrial, fue el vector más poderoso alrededor del cual el proceso de modernidad occidental tomó cuerpo finalmente. 
 

El pensamiento económico es quien mejor da cuenta de la divergencia que se dio entre las ideas humanistas originales y los resultados civilizatorios que se engendraron en ese período. Aun cuando es un proceso largo y complejo, me atrevo a esquematizarlo de la manera siguiente.

 

Liberalismo económico
Ser humano
Propiedad privada
Mercado económico
Liberad individual
Estado político
Homo economicus
Socialismo económico
Ser humano
Propiedad social
Gobierno económico
Libertad social
Estado político
Homo laborans

 

 En la segunda parte de la reseña hablé un poco sobre las doctrinas económicas de Adam Smith y de Carlos Marx, filas uno y dos respectivamente. La secuencia horizontal deja ver el tránsito y la diferencia entre lo que postula la teoría y lo que resulta en la realidad: de un hombre conformado integralmente, a un instrumento económico equivalente a otras cosas.

El giro copernicano del que hablé en el texto anterior, opera en la tercera y cuarta columnas. Es la índole de la propiedad la que marca la pauta general del proceso, si es privada necesita un mercado y en consecuencia el laissez faire-laissez passer, esto es, la libertad económica individual. Corresponderá al Estado ofrecer las garantías legales necesarias. La forma del argumento es igual en el caso socialista, pero cambia, obviamente, en sus contenidos. Ahora ya no es el mercado sino el gobierno el que dicta el rumbo de la economía, en virtud del régimen de propiedad social imperante. El Estado político tiene la responsabilidad de que el gobierno económico pueda hacer lo suyo. La libertad individual, en el caso socialista, tiene menor prioridad que la libertad social, y no es determinante en modo alguno para fijar el rumbo de la economía. 
 

Nuestra civilización está regida por el capitalismo global, es decir, por la economía de mercado. Con tal poderío y extensión, difícilmente puede encontrarse un aspecto de la vida social, cultural y política de cada país que sea ajeno al fenómeno económico. El mundo se ha sobre economizado y ha sucedido lo que ya hemos dicho, nos hemos reducido a seres económicos, básicamente. Y si en algo tuvo razón el viejo Marx con su análisis histórico de las economías de mercado, seguro no fue en sus visiones apocalípticas acerca del derrumbe del sistema, pero sí en lo que hasta ahora no hay quien le haya refutado: el capitalismo es inherentemente inequitativo en su funcionamiento y en la distribución de sus productos económicos y sociales.

Lo que Marx proyectó en su obra El Capital de 1867, lo respalda el Capital de Thomas Piketty (Harvard University Press, 2014), un esforzado análisis estadístico sobre la desigualdad de la riqueza y del ingreso en más de 20 países avanzados, en un periodo de tres siglos. Piketty señala que la tendencia a la desigualdad de las economías de mercado, luego de una fase decreciente provocada por las tres grandes guerras del siglo pasado -primera, segunda y fría-, ha recuperado sus niveles históricos en los inicios del siglo anterior. Desde 1970, esa tendencia inequitativa se viene reforzando debido a la creciente acumulación de capital. Sus afirmaciones están sustentadas en cifras: En 1987 había en el mundo 140 billonarios, en una proporción de cinco mega ricos por cada 100 millones de adultos, los cuales poseían el 0.4% de la riqueza privada mundial, actualmente, 2013, 1400 billonarios, 30 por cada 100, se apropian del 1.5% de la riqueza global, algo más de lo que obtenían en 2008. La tasa de crecimiento del total de la riqueza apropiada es mayor a la del número de los que la detentan, en épocas de auge, (433).

Piketty no va contra la propiedad privada para tratar de resolver el problema de la desigualdad, propone gravar el capital con más decisión y precisión, Marx, en cambio, critica la propiedad privada del capital por considerarla piedra de toque de la explotación del trabajo y de las desigualdades económica, social y política consecuentes. Los economistas liberales, alegan, por su parte, que sin la propiedad privada las libertades y el sistema social se derrumbarían.  
 

A lo largo de mi argumentación en Cultura y desarrollo intenté dejar claro que los problemas de la economía no eran materia exclusiva de la economía política y tampoco de la teoría económica. Lo explico por medio de una lección recibida durante mi formación académica en esta última disciplina, en la que el uso de modelos matemáticos o representaciones gráficas es imprescindible. En la exposición de los modelos es frecuente recurrir a la cláusula ceteris paribus con el objeto de poner en suspensión algunos aspectos del problema que no se consideran relevantes en el conjunto de las relaciones causales bajo estudio. El recurso metodológico se usa en los análisis económicos de corto plazo, aunque vale también para los de largo plazo. Los elementos que se ponen en pausa son ese tipo de factores que inciden en lo económico, pero que no son variables estrictas de ese universo.

Los modelos se formulan, por lo regular, con hipótesis de trabajo en las que se establecen las variables independientes y dependientes, si algo ocurre fuera de esa representación, que afecte económicamente de alguna manera, lo único que pasa es que el esquema completo se mueve pero no las relaciones directas que establece. Los conceptos económicos de corto, mediano y largo plazo se asocian a esta idea de la inmediatez, la incorporación de fuerza de trabajo es en el corto plazo, las inversiones de capital son de mediano plazo y el cambio en ciencias y tecnología se da en un plazo más largo. Cuando a Keynes le preguntaron sobre la eficacia del multiplicador del empleo contestó que para ese tiempo todos estaríamos muertos. Él también encorchetaba la realidad. 
 

En mi libro esbozo un modelo en el que todos los plazos se agolpan y ningún espacio es excluido per se. Las ciencias monotemáticas, la economía entre ellas, nacieron con coordenadas de espacio y tiempo explícitas. Sus leyes y aplicaciones se dan en un marco así determinado. Y no es que haya habido una miopía fundacional en quienes las descubrieron, sino que simple y llanamente en ese tema estaban pensando. Ahora, como dijimos al principio de la reseña, las crisis del sistema capitalista exhiben rasgos que la ciencia económica no ignora pero que los mantiene en pausa. Pero también creo, y eso es más preocupante, no sabe qué hacer con ellos.

No podemos seguir colocando en pausa algunos aspectos que inciden en la realidad económica, según los criterios de las principales escuelas de este pensamiento disciplinar, lo que debemos hacer es poner en pausa el fenómeno completo de la economía. Dudar de él tal como se nos presenta, ir más allá de su apariencia. No puedo traer a Husserl con su reducción eidética porque sería como salir por la tangente, pero a algo así me refiero. Esta es la vía que me parece más adecuada, dudar de que con el actual bagaje teórico e instrumental de la economía, sea posible encarar las crisis profundas por las que atraviesa el sistema capitalista mundial.

Lineamientos hacia el desarrollo
 

Solamente por ese camino podemos encontrar las soluciones al desarrollo, si es que lo entendemos como un proceso de equilibrio entre el interés público y el privado, entre las responsabilidades del Estado para promover el bienestar general y las funciones del mercado para coordinar las actividades económicas.

El modelo de desarrollo ha de ser político puesto que se finca sobre decisiones locales propias; es económico porque concilia los planos global, regional y nacional; es tecnológico porque crea resortes para el aprendizaje y la innovación; es cultural porque tiene identidad, un ethos, un phatos y un logos.
 

Con esos principios es posible ubicar las coordenadas de los puntos de equilibrio de una estructura multidimensional que combine los planos internos y externos, los diferentes niveles territoriales y de gobierno, la diversidad culturas, la variedad de recursos naturales, tecnológicos, culturales y sociales en general. Sin olvidar, desde luego, la existencia de un Estado político democrático y multicultural.