Cara o Cruz

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¿ES USTED FELIZ?

ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ

¿Es usted feliz? Seguramente a esta pregunta impersonal usted respondería, no sin rascarse la sesera un rato y no sin asomarse al espejo de su luenga vida: ¡Que ha sido feliz o que espera serlo! En cambio si le preguntaran personalmente, y si además hay más gente que su entrevistador, seguramente usted contestaría a rajatabla: ¡Soy feliz!, no sin ruborizarse y mirando de reojo a los presentes para observar sus rostros de compasión. Pero las cosas se complican cuando nuestro inquisidor nos continúa interrogando, y nos tira un riflazo de este calibre: ¿Pero por qué usted es feliz? Ante pregunta tan resbalosa, que semeja una cáscara de plátano, nos quedamos estupefactos, pluscuamperpectos y patidifusos; pero a pesar del pasmo sacamos fuerza de nuestra flaqueza para no parecer un jilipollas. Y casi al punto de perder la respiración, contestamos la primera pendejada que se nos viene a la cabeza.

Será que nadie sabemos qué es la felicidad o por qué los motivos que la producen son indecibles y más aún inverificables. Pero si no sabe qué es la felicidad, por fortuna -¡bomba!- ya se han inventado ‘Las Ciencias de la Felicidad’, con mayúsculas. El creador de esta panacea científica es Tal Ben-Shahar, que es especialista en Psicología Positiva y Presidente del Consejo del Instituto de Ciencias de la Felicidad. Y no lo vaya usted a dudar, el lugar de este macro descubrimiento es, ni más ni menos, que el Tecmilenio. Y para no ir más lejos, ya Mazatlán fue escenario de un Congreso de esta ‘scienza nouva’: fue auspiciado por el Periódico Noroeste. Después de este evento aún no sabemos cuántos de sus asistentes, amargos y dulzones, anden ahora tocando el laúd, al son de una sonrisa por la que se les derrama la baba de felicidad.

Pero para los que buscan las rutas más “terrenales” de la insondable felicidad y no le entran a los recovecos y los laberintos de la ciencia, porque les gusta lo práctico, lo concreto, lo que se puede manipular, mire que también existe una ruta que no tiene pierde, aunque sí mucha saliva: los chavistas herederos del libertador Hugo Chávez y del general Simón Bolívar, han creado El Viceministerio de la Felicidad. La felicidad en Venezuela es ahora cuestión de Estado. Pero no cualquier felicidad, sino de la ‘Suprema Felicidad Social del Pueblo’. A pesar de lo pomposo del título, el presidente Nicolás Maduro le otorgó a esa institución un modesto viceministerio, adscrito al Despacho de la Presidencia, pero ha sido suficiente para armar un revuelo considerable. Ambas propuestas son una especie de autoayúdate que yo te ayudaré, frase con la que fustigó Monsiváis a los Cuauhtemochas Sánchez, a los engañabobos de finales del siglo XX y quedó esa frase en mármol para el siglo XXI.

LA FUENTE DE LA FELICIDAD AL ALCANCE DE LA MANO.
Vaya, vaya, vaya, la derecha regiomontana y la revolución bolivariana unidas en este noble empeño, nos ofrecen algo así como el paraíso perdido: ambas instituciones han resuelto un problema que los filósofos que en el mundo han sido, han querido resolver satisfactoriamente; pero, ay, todos que se han quedado extraviados a la mitad del camino. Señala el autor de El Seductor de la Patria, a propósito de estos empeños: ‘Los escépticos pensarán, sin duda, que los únicos beneficiarios de esta cruzada serán sus promotores y que ambos quieren lucrar con la estupidez desde trincheras opuestas.

Pero supongamos que una metodología o un decreto suprimieran el dolor, la angustia, la flaqueza del carácter, la desigualdad social, el miedo a morir y, en el futuro, el mundo estuviera lleno de gente plácida, bobalicona, sonriente, satisfecha. Supongamos que gracias a los progresos en la ciencia y la distribución del ingreso, la vida fuera algo parecido a un comercial de la Coca Cola. Muchos preferiríamos la muerte a vivir en ese mundo de cretinos ’

Unamuno en su libro titulado ‘El Sentimiento Trágico de la Vida’, que es una valiosa y enriquecedora conciencia de nuestra precariedad, no debería confundirse con el culto a la infelicidad, una tradición mexicana que nos inocula desde la infancia la canción ranchera. A todos nos esperan la decrepitud y la muerte, pero la búsqueda de la felicidad ayuda, por lo menos, a oponerles resistencia.

Dice Enrique Serna a propósito: ‘Desear la felicidad es quizás una cursilería, pero sin ese autoengaño defensivo nadie puede oponerse con éxito a la amargura. Por su propia naturaleza, la felicidad es inaprensible. De hecho, cuando alguien cree haberla encontrado, seguramente ya comenzó a perderla. Desde esta perspectiva la felicidad es, este autor, un autoengaño del cual no podemos prescindir sin convertir la vida en un infierno, pero también en su interpretación la felicidad, a veces suele presentársenos con toda su verdad, aunque su presencia tenga como soportes las alas de la fugacidad.

Paz define la felicidad como la plenitud que a veces nos embarga, también como momentos fugaces, pues las contradicciones que nos constituyen como seres humanos, no nos dan tregua: ‘Mas aunque nada sabemos, todo nuestro ser aspira a escapar de estos contrarios que nos desgarran. Pues si todo tiende a hacer de nosotros, los expulsados del edén; todo también nos empuja a volver, a descender al seno del creador de donde fuimos arrancados. Y le pedimos al amor -que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer- que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena… . Pero si nos fijamos, Paz no le pide al amor la felicidad, le pide vida plena. Esta diferencia entre Paz y Serna nos obliga a ir en pos de Fernando Savater, no sin rodeos…

LLAMA DOBLE.
En su diccionario Filosófico, Fernando Savater sostiene que la realidad es de una negritud tal que ‘no tiene virtudes, diríamos que no tiene corazón. Es cruel, despiadada (…), carente de escrúpulos y sin miramientos con los débiles; dolorosa cuando quita y tacaña cuando concede; brutalmente sincera y descortés. Lo peor de todo: la realidad no ofrece alternativas, se obstina en su unilateralmente monótona, desoye arrepentimientos y enmiendas, permanece irreversible, intratable. Con esta realidad está claro que nadie en su sano juicio puede sentirse contento ’ Y según este prolífico autor, ello no implica justificar las crispadas quejas contemporáneas sobre la modernidad sin alma, el nihilismo, la pérdida de los valores o el olvido del ser. Dicho de otra forma, no porque la realidad sea tan real e irreal, debemos andar por el mundo condenando haber nacido.

¿Pero de dónde sacan los humanos el estímulo para «volar sobre el pantano»? Savater cree que el elixir que nos permite no vivir con el ceño fruncido se llama «júbilo vital», que es una especie de albricias por durar sin perecer, agradecimiento por estar todavía en el mundo, sintiendo miedo y carencias, esforzándose, conociendo la inminencia irrevocable de lo fatal. A este contento Savater le llama ‘alegría trágica’. Esta alegría no es la conformidad alborozada con lo que ocurre en la vida, sino con el hecho de vivir. ‘Así lo afirma uno de mis pensadores favoritos, Roberto Louis Stevenson: «Hablando con propiedad, no es la vida lo que amamos, sino el vivir». La alegría en una aprobación de la existencia, tenida por irremediablemente trágica. La alegría es paradójica, no ilusoria. No es un autoengaño.

Como puede inferirse «la alegría está más acá de la felicidad y un poco más allá del placer.» Para el divo de San Sebastián –Savater- la felicidad es sin duda la de mayor ambición de los humanos, tanta que la propia vastedad de su demanda nos hace dudar y quizá retroceder. Suponerse feliz es afirmar una intensidad positiva suprema, estable e invulnerable. Por eso el momento de la felicidad es el pasado, donde ya nada ni nadie nos la puede quitar, o el futuro, cuando aún nadie ni nada la amenaza; el presente, en cambio, está demasiado expuesto a lo eventual como para convertirse en sede de algo tan magnífico.

Por su lado, el placer despierta nuestra simpatía por el escándalo que aún produce su mención. «Desde que la renuncia a lo sensual o su menosprecio, se convirtió en distintivo profesional de los transmundanos, siempre habrá más gallardía en la brusquedad que ataja físicamente para darse gusto, que en los remilgos del ascetismo. Ante quien propone goces incorpóreos y eternos, o abstractos, o virtuosamente colectivos, bien está reivindicar el grato retortijón momentáneo, carnívoro, mío y de ningún otro. A la inversa de la felicidad, el placer es trágico porque está ligado al instante, al fugaz aquí y ahora.»

COLOFÓN.
Savater el final de su profundo ensayo sobre la alegría, concede que, en cualquier caso, sea como fuere que las jerarquicemos, conviene no olvidar que felicidad, placer y alegría son cómplices y, aún más, son variables de un mismo asentimiento vital. En la Gaya Ciencia, Nietzsche sentencia: Es imaginable que haya alegría sin ciencia profunda, pero la ciencia más profunda ha de ser alegre. Al final de esta compleja travesía, vale volverle a preguntar, estimado lector: ¿Es usted feliz?