Viajamos en el tiempo con los Tecolines y con los Dandys

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Viernes por la noche. Una bella e intensa lluvia de boleros se desgajó sobre el público maduro que se reunió en Los Tapices de El Cid. Los Tecolines superaron el enojo inicial por un retraso notorio, y Los Dandys recogieron un fruto dulce y cantador, que los acompañó toda la noche.

En efecto, citados a las siete de la tarde, los asistentes empezaron a desesperar porque eran las ocho y no se veían señales de inicio. Aplausos sincopados, gritos, exigencias se desarmaron sólo parcialmente cuando los Tecolines subieron al escenario. La primera canción fue bien aceptada, pero a la segunda, toda la gente cantaba extasiada. No era para menos. Se trataba de cien años, aquella canción que Pedro Infante le cantó a Elsa Aguirre en Cuidado con el amor, y que desde entonces es referente en muchos asuntos de enamoramiento, sobre todo cuando el trío repite el sonido de la guitarra hawaiana que tantos suspiros arrancó a las fans de Pedro.

Era un público de mucha experiencia en la vida, que en su mayoría ya no alcanzó a disfrutar de estas canciones en sus primeras apariciones, pero que acompañó su crecimiento con esta melosa música de los tríos.

Puede ser una imagen de risas y multitud

El desfile de piezas parecía un curso intensivo de los viejos amores. Toda una vida, conozco a los dos, mala, gardenias, Yo sé que volverás, Creí, fueron notas que sonaban en cualquier refresquería, cualquier cantina de barrio, cualquier estación de radio antes que la tele llegara por estos rumbos.

A esas alturas, casi todos teníamos una necesidad irrealizable: que alguien del pasado escuchara ESA canción.

Me llegó el turno con Cerezo Rosa, que estremecía de nostalgia a mi madre y apreciaba grandemente mi suegra, aunque ambas acetaban también de muy buen grado la versión de Dámaso Pérez Prado, con el furor del mambo en sus alrededores.

Amar y Vivir, Palabras de mujer, que cantaba mi abuela voz en cuello con buena entonación. Para todos fue un verdadero viaje en el tiempo, incluso para los escasos jóvenes que fueron a acompañar o cuidar a sus padres o abuelos. Hasta Juan Gabriel apareció, pero también Armando Manzanero con Mía, Oswaldo Farrés con su Quizás Quizas, y varias más hasta cerrar con El amor de mi bohío.

Los que recibieron al trío con rezongos estaban entregados, gritaban, pedían otra…
No es fácil escapar al influjo del bolero ni al recuerdo atenazado por voces y guitarras idénticas a los discos de hace cincuenta, sesenta años.

Los Dandys llegaron haciendo lumbre. Vuela Paloma blanca, vuela, que me pegó no por algún amor perdido, sino porque era la canción que mejor le oí interpretar a mi padre. Seguramente cada uno de los asistentes tenía una referencia parecida. La señora a mis espaldas, por lo pronto, rompió récord, cantante cada una de las canciones que ofrecieron los dos tríos.

Tres regalos arrancó alaridos, dime si me quieres fue muy apla8udida, pero no como Negrura, Gema, que repitieron al final. Ponle Gema, recomendó mi madre a su hija más grande cuando estaba por nacer su segunda hija. Y así le puso.

Ojos cafés, reloj y i linda esposa, exigidas por el público y atendidas aunque fuesen éxitos de otros grupos.

No podían faltas las mañanitas de los Dandys, con su carga de emoción, suspenso infernal, Renunciación, Como un duende, nosotros. La lluvia de boleros era interminable. Hasta dos rancheras transformadas, como Cuando vivas conmigo y La Palma. Nadie se quería ir, pese a que todo mundo estaba entumido, necesitado de hacer circular la sangre.

Fue un gran duelo de requintos, de falsetes, de recuerdos individuales que bajo el influjo del romanticismo se volvieron colectivos.

La música de tríos sigue viva y lo seguirá mientras la nostalgia siga moviendo a las almas.