Carlos Calderón Viedas
El título corresponde, como ya se dio cuenta el avisado lector, al popular lema de los personajes centrales de la novela histórica Los tres mosqueteros, escrita por Alejandro Dumas y publicada en la Francia romántica de 1844. Los famosísimos guardias reales, expertos en las artes de la guerra y diestros espadachines, tenían por costumbre pronunciar al unísono esa célebre frase en el momento en que se comprometían a emprender una de sus arriesgadas misiones, invariablemente dirigidas hacia fines buenos y nobles.
El relato épico se desarrolla de 1625 en adelante, con personajes que el autor toma prestado de la vida real, a los que agrega otros de su propia imaginación. No obstante las diferencias cronológicas, en nombres o en los hechos narrados con respecto a lo realmente sucedido, la trama literaria no hace olvidar los acontecimientos que efectivamente ocurrieron. Más hay algo adicional a ese paralelismo y tiene que ver precisamente con el lema. Paso y me explico.
La plasticidad del lema no puede menos que sugerir alguna correspondencia con algunos principios de conducta surgidos en la era cultural del Renacimiento, cuando el teocentrismo de la época anterior da lugar a un naciente antropocentrismo en todos los órdenes de la vida del hombre. Arte, literatura, conocimiento y conductas humanas dejaron de orbitar alrededor de una existencia superior incausada más allá del mundo sensible. La idea de la conjunción de lo universal con lo particular ya era posible.
La frase “uno para todos, todos para uno” reúne, identificados por la coma, dos principios torales de la doctrina liberal de la época. La analogía puede apreciarse en la economía clásica de Adam Smith, la vemos en la manera como logró conciliar el egoísmo económico con el interés social. La solución la encontró en el mercado, cuyo resultado general sería el mejor si cada uno de los participantes actuara libremente por su cuenta. Smith expuso cómo el mercado, motivado por el interés individual, arroja resultados que benefician socialmente debido a que crea las condiciones para transformar el egoísmo individual en empatía social. Por ese tiempo, el filósofo Immanuel Kant sostenía que el conocimiento racional no era opuesto, necesariamente, a la moral.
Un enfoque diferente lo da la doctrina utilitarista, de origen antiguo pero actualizado por Jeremy Bentham, John Stuart Mills y otros. Con la nueva aportación, el lema parecía seguir cumpliéndose aún con diferentes fundamentos. Ya no era la empatía la que haría que las conductas egoístas redundaran en beneficio social, sino la utilidad de las acciones económicas individuales. La mayor utilidad de cada quien llevaría a la mayor utilidad del total.
La sustitución de una ética por otra no fue irrelevante para la teoría económica ni tampoco para el funcionamiento y los resultados de los sistemas económicos. La ética empática de Smith consideraba al uno y al otro y por lo tanto el principio liberal de individualidad se mantenía en la frase completa. En la ética hedonista utilitaria, el principio individual se pierde
en la segunda parte de la frase puesto que ahora lo que importa es el total de utilidad, indistintamente de quien la goce.
La lógica del principio utilitario es impecable y la eficacia del concepto es superior puesto que permite rodear el engorroso problema de explicar por qué y cómo la vida sensible y una ciencia finita como la economía, pueden transformar lo que es en deber ser, la vigilia en sueños, el presente en utopías. Sin embargo, es engañosa.
El fin utilitario es “la mayor felicidad en el mayor número”, lo que se evaluaría en el agregado de felicidades individuales. La distribución individual del bien, del “útil”, carece de significado. Con el principio utilitario lo que importa es el total de felicidad, en el caso del principio empático se da prioridad a lo que el “el otro” piensa del uno individual, y viceversa. La comparación no es insustancial, en términos de fallas económicas el primer principio aconsejaría dejar al mercado que resuelva, mientras el segundo principio induciría a regularlo y/o a crear las condiciones para mejorar su funcionamiento.
Adam Smith creyó que la mano invisible y el principio de empatía harían que el mercado fuera el pivote del progreso material y de la felicidad humana, obviamente que sus previsiones fallaron. Si algo pasa en el mundo de ahora son los dramas crecientes de la infelicidad, la alienación y la degradación de la naturaleza.
Cuando Alejandro Dumas, contemporáneo de Carlos Marx, escribe su novela, flotaban en el medio cultural ilustrado, además de las ideas liberales, distintas ideologías sobre sociedades utópicas, colectivas y socialistas que bien pueden ligarse a la segunda parte de la frase que estamos analizando, “todos para uno”. Cualquiera haya sido la inspiración del novelista para crear el lema, si es que la tuvo en el sentido que decimos nosotros, sea por la conjunción de los dos libros fundacionales de Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales y la Riqueza de las Naciones, o bien por un mixtura del liberalismo individualista con el colectivismo socialista, lo cierto es que el lema de combate de Athos, Porthos, Aramis y D´Artagnan quedo truncado en la parte final, si es que de economía estamos hablando.