UN MASIOSARE PARA MÉXICO. ¡VAMOOOOS MUCHACHOOOS!

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ

Íbamos prácticamente derrotados al primer juego de la selección al mundial brasileiro, porque nuestro pesimismo nacional nos dictaba que los camerunenses nos harían manita de cochi. Dijimos questo. Que que lotro, que el Piojo, que los enanitos verdes, quesque Televisa, quesque el avión de Peña Nieto, que la Reforma Energética, que, qué…. Qué no dijimos… Y como siempre destilamos amargura como es nuestra inveterada costumbre.

Así estábamos hasta que llegó el día del juego. Sabedores de nuestras desgracias reales o inventadas, estábamos esperando con ansias que los camerumes nos dejaran ir el primer gol para validar los múltiples juicios que previamente habíamos hecho, según los cuales los ratoncitos verdes valían pura chingada, porque además contaban con la bendición del presidente, que era algo más que una maldición

En ese día y a esa hora el árbitro pito y el balón se puso en movimiento. Nuestra raza de bronce empezó a tocar la pelota con magistral donaire: la escondían acá, la pasaban pa’llá, triangulan pa’delante, cuadriculaban pa’tras, con un pasito tun tun… Y usted no me lo van a creer, los pobres cameruneses parecían tochis con las orejas pa’tras: andaban más perdidos que un ejidatario de Quetchehueca en el zócalo capitalino.

Para ese tiempo ya no éramos once contra once, sino once contra doce porque el árbitro andaba con el pito africanado, pues con todo lujo de impunidad le había anulado dos goles ligítimos, como dicen en mi rancho, a Giovany do Santos. Ah, también jugaban contra nosotros fuera de la cancha aquellos tíos con bigote avinagrado que identifican al TRI con el mal gobierno y otros que los tildan de agentes distractores de las únicas cosas que importan a la nación, que por supuesto son las que sólo a ellos les importan.

Ajenos a esos rostros “papujados”, yo estaba prisionero de esa gesta, porque entre descolgada y descolgada de Paúl Aguilar y Rafa Márquez, Oribe Peralta y Giovany do Santos, empecé a cantar el himno nacional, casi al borde del llanto. Un señor gordo que estaba junto a mí, se me quedó viendo con unos ojos de pocos amigos, y con un aliento aguardentoso me gritó: “Ya párele, cabrón, que todavía no hemos ganado nada…”

En el fondo le agradecí su llamada de atención, porque ya en esos momentos había perdido toda la concentración: mi mente vagaba por esas borrascosas páginas que ha dibujado para nuestro solaz el rancio nacionalismo que nos ha desdibujado como nación. En una de esas el del silbato pitó el final del primer tiempo, y en ese suspiro de los 15 minutos de intermedio, les tupí duro y macizo a las papitas, a los chicharrones y me zampé a una coca cola de tres litros; sin recordar que la obesidad es un mal que se adquiere por andar comiendo cochinadas. Pero como dijera un clásico: el futbol sin botana no es futbol…

SEGUNDO TIEMPO

El perro Bermúdez desde algún lugar del cielo brasileiro, gritó: ¡Mexicanos que viven la intensidad del futbol…! ¡Vamos muchachos! El balón empezó a rodar a lo largo de la cancha. Los “camerunes” entraron desinflados: flacos, cansados, ojerosos y sin ilusiones; en cambio los mexicanos parecían garañones de primera generación: fuertes, enjundiosos, lechudos, a tal punto que las estrellas africanas fueron eclipsadas por las envestidas de la media y la defensa mexicanas. Cuando vi ese cuadro, me dije: ¡Ya chingamos!

Y como corría el tiempo, ese ya chingamos se alternaba con nuestra sempiterna maldición: que la carencia del gol salvador volvería a imponerse. Lleno de desazón empecé a comerme la uñas, primero la sacamocos y después el resto. Tan nervioso estaba que le quise comer la uñas a una muchacha que estaba al otro costado en que se hallaba el gordo que me había callado cuando entonaba mi destemplado masiosare. Ante mi involuntaria actitud boquilarga, creo que la chica me dijo algo más menos así: ¡Sáquese de aquí pinche viejo cochino! Ocupado como estaba, me importó un pito que esa niña freza partiera mi reputación en mil pedazos

Presa de desazón me quité los zapatos, me desabroché el cinto, me desabotoné la camisa y empecé a resollar como macho rentado después de una jornada agotadora: la incertidumbre me tenía al borde de un ataque de nervios. Un sudor se me iba y otro se me venía. De pronto Giovany lanzó un zapatazo al lado derecho de la puerta que ni Villa Hubiera parado; pero portero Camerunez a tontas y locas la rebotó, y Oribe Peralta remató ese bomboncito con violencia, con alevosía y ventaja.

Y balón entró como cuchillo cebollero en una barra de mantequilla Primevera, por no decir otras cosas que podrían ser malinterpretadas por las damas pías de la vela perpetua. Les dejó ir la pelotita justo ahí donde las arañas hacen su nido, papá… El alarido del respetable fue uno de esos que nos remontan al grito primordial. Aquél que los hombres primitivos exclamaron cuando mataron al primer mamut, cuya carne les ayudó a nutrirse solamente para que sobreviviesen al día siguiente, lo cual nos es poca cosa.

Fue un grito que quiso ser interminable. Yo justifiqué ese alarido, a pesar de su fealdad, porque supuse era un grito contenido ante la falta de resultados que nos deparó un ex bicentenario que seguramente se convertirá en tricentenario con su cauda de fracasos interminables. Ante ese estentóreo bramido, empecé a llorar en silencio, y una de las lágrimas comenzó a rodarme por la mejilla izquierda. El gordo se dio cuenta que lloraba, y sin compasión me espetó una perla de las florituras de los sempiternos enojados: “No sea marica, cabrón, que todavía no hemos ganado nada…”

Y tenía razón, aún no habíamos ganado nada. Todavía existía la posibilidad que nos empataran, y entonces nuestros seleccionados, como dice el corrido, tenían que volver con la cara llena de vergüenza a patear botes de vuelta a lo que nos queda de nación, a un país que sólo soporta los fracasos propios, porque en esa lisa los pendejos siempre son los otros. Pero el juego siguió y siguió. Los africanos para ese tiempo ya andaban arrastrando la cobija. El pitante pitó el final del cotejo y colorín colorado nuestra selección había ganado. Después de ese regalo empezamos a dispersarnos. La fiesta había terminado. El rico volvía a su riqueza, el pobre a su pobreza, el sacerdote a sus misas y el avaro…

Pero sobre todo yo tenía que ir a trabajar, con el agravante de que tenía que llegar de puntitas porque no había al “jale” en toda la mañana. Pero en el camino me envolvió la amargura por lo que me dijo el gordo feo y sin luz, y me dije a mi mismo: “Es cierto, todavía no hemos ganado nada, porque Brasil y Croacia nos darán una molonqueada peor que cuando un perro Bulldog le tupe en despoblado a un pobre chihuahueño… Enseguida me recompuse, y festejé el triunfo de la selección, y me dije este día es mi día, ya veremos con Brasil y los Croatas. Además el nuevo paradigma de Educación Física no es jugar contra otros, sino jugar con otros. Punto.

 

 

LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS.

Los que afirman que los mexicanos se enajenan con el fut bol desoyen una sabia sentencia del prócer de Macuspana, según la cual los que creen que el pueblo es tonto, ellos son unos tontos de atar, algo así. Y lo sabe López Obrador porque al leer la Biblia se ha detenido en aprenderse de memoria el Sermón de la Montaña.