Ismael Estrella Guerrero
Sinaloa carga con una leyenda negra… «Injusta por cierto, pero ahí está».
Palabras más palabras menos, pero así definió el escritor Carlos Monsiváis a nuestra entidad en el 2005.
Fue en una conversación que sostuvimos previo a una conferencia que dictó en la Feria del Libro y las Artes- FELIART- sobre Juan Rulfo.
En dicha exposición lo acompañó Antonio Hass, quien meses después rendiría tributo a la madre tierra, tras sufrir penosa enfermedad.
Como se dijera en el argot beisbolero: Hoy, ambos ya descansan en el nicho de los inmortales, seguramente haciendo de las suyas.
Displicente en la conversación, accesible en todo momento con comentarios siempre irónicos, Monsiváis mezclaba frases con su principal diagnóstico: La sátira.
Entre otras cosas nos advirtió que no quería exagerar que lo acusaran como simpatizante del régimen del entonces presidente Vicente Fox, “por todo lo que he dicho de él en sus 5 años de mandato en los que ha demostrado un saludable, profundo y orgánico desinterés por la cultura».
Palabras más, palabras menos, Monsiváis definía así un régimen sexenal que jamás se preocupó por hacer algo en favor de las bellas artes.
No ahondó más en el mismo tenor.
Es más, no quiso, de golpe y porrazo dijo, “a otro tema”.
En nuestra entidad empezábamos a tener serios problemas con el narcotráfico y el crimen organizado, no tanto como lo que veríamos 5 años después, pero ya existían barruntos de lo que sufriríamos.
De acuerdo a su concepto, a nuestro Estado lo han catalogado como una entidad violenta, bárbara; sin embargo, decía que su lucha por mantener una cultura era estable.
“Es innegable que cargan con una «negra leyenda»… Es injusto y desastroso, pero la tienen”, nos advirtió en aquel entonces.
Desde luego que en todo lo que nos dijo estaba implícito el problema de la economía campesina; la vigorización del narcotráfico y la calidad del neoliberalismo alterno para crear fortunas en un plazo brevísimo.
Monsiváis en aquella entrevista nos ahondó en el sentido de que “No debemos tener desconfianza sino en todo caso ser solidarios con quienes padecen más agudamente las matanzas; lesiones a sus derechos humanos y el horror del narcotráfico”.
¿A qué viene toda esta perorata recordando al escritor mexicano?
Por lo del tan llevado asunto del canta narcorridos o “movimiento alterado” – en el que se hace alabanza de todo lo negativo que trae consigo esa problemática social-, Gerardo Ortíz, a quien el mismo gobernador Mario López Valdez dijo que no le darían permiso para cantar en el palenque de Culiacán, a lo que se sumó el alcalde Sergio Torres, y luego que el mismo artista aseguró que sí lo haría y que más tarde se volvió en pleito- mediático- de comadres de barrio. Y bla, bla, bla,bla…
El Artículo 63 de la Ley Federal de Radio y Televisión, a la letra dice:
“Quedan prohibidas todas las transmisiones que causen la corrupción del lenguaje y las contrarias a las buenas costumbres, ya sea mediante expresiones maliciosas, palabras o imágenes procaces, frases y escenas de doble sentido, apología de la violencia …”
De hecho, desde el periodo gubernamental de Francisco Labastida Ochoa se dio por primera ocasión la intención de contrarrestar el efecto del narcorrido por considerar que era como un “enervante” provocador de la violencia y otros problemas. En aquel entonces se habló con la Cámara de la Industria de la Radio y Televisión para que en estos medios no se pasara absolutamente nada de esa música.
¿Y que se logró?
Que lo prohibido fuera más apetecible y en consecuencia más exitoso.
En el sexenio de Juan Millán se intentó hacer lo mismo cuando en Sinaloa se dio una censura fuerte por una edición de libros que realizó la Secretaría de Educación Pública, en los que mencionaban algunos narcorridos.
No creo le sirva a nadie evitar tal música.
En lo personal no soy asiduo a ellas, pero en términos sociológicos representa un movimiento social que debe analizarse más a fondo.
Es cierto también que expresan una realidad que a muchos molesta; o a la mayoría que no se beneficia con el lavado del dinero.
Sin embargo, no se trata de alentar en lo mínimo su inclusión en una antología del corrido que tiende a ser, en todo caso, una forma épica, porque los bandoleros sociales, como Heraclio Bernal, así lo son.
Tampoco creo que deba hacerse una campaña en contra ya que logrará lo comprobado muchas veces, en que los niños y jóvenes se muestran interesados en ver algo nefasto, e inexplicablemente interesante para ellos.
Esto quizá los convierta todavía en algo más atractivo y más de uno se preguntará ¿Por qué lo prohíben? ¿Por qué les está yendo bien? O qué.
Además, en una etapa de tecnología tan desarrollada como la actual, es algo inútil la prohibición por que los casetes, cd´s y demás proliferan de manera legal o «pirata».
Desgraciadamente la censura es sinónimo de hechizo, de algo atrayente y no de rechazo generalizado.
Nuestros jóvenes tienen otra mentalidad.
Toda postura que asumamos para no dejarnos de la «leyenda negra», son muy vigorizantes.
Los esfuerzos de las autoridades estatales por contrarrestarlos son loables.
Hablan de prohibir los “narcorridos” pero no ofrecen un efecto que lo contrarreste.
Esa clase de manifestaciones sólo provocan cambios en la formación del individuo al querer tomar como ejemplo a los personajes que citan en sus canciones.
Nuestro folklore es vasto, tanto en música como danza, amén de otras derivaciones, pero desgraciadamente quienes se dedican a la promoción cultural, históricamente se han interesado más en promover la cultura extranjerizante, que no deja de ser placentero, pero sí queremos desarraigar costumbres que no nos corresponden y muchos menos son nuestras, entonces porque no darle realce a los valores tangibles que existen a raudales.
Aquí no se trata de estar en contra de las prohibiciones ya que se convierten en una condición muy efectiva para incrementar el beneficio o propiciar algún tipo de hechizo de lo clandestino.
El narcorrido es una demostración más que palpable del peso del narcotráfico en el país.
No es exactamente una celebración, porque siempre termina con la muerte del capo o del narco con el recuento de la cuantía de sus asesinatos y del que a «hierro mata a hierro muere» porque el que trafica con polvo, «en polvo se convierte».
Se convierten en algo así como panegíricos de quienes viven una vida violenta.
Ahora bien, las autoridades tienen entre sus prioridades acabar con la “leyenda” que desgraciadamente hace tiempo cruzó fronteras:
Nos boletinaron en ciudades de otros países como un sitio peligroso e inseguro.
Aunque en eso sitios, la violencia es peor que la nuestra; bueno, es un decir.
Y ¡Que me siga la tambora!