Qué nos enseñan los Beatles sobre la fama

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Supongamos que eres un músico, un artista o un actor que sueña con llegar a la cima. ¿Y eso cómo se hace?

La respuesta habitual es: sé un verdadero maestro en tu oficio y la fama llegará. Por desgracia, no es tan sencillo. La excelencia es un requisito, pero suele pasar que no es suficiente.

Permíteme recurrir a los Beatles para explicar de qué estoy hablando. Si hubo un grupo que pudo encumbrarse a partir de la pura genialidad creativa, fueron ellos.

Pero eso no fue evidente en sus inicios. Cada sello discográfico al que se acercaron los rechazó.

“Los chicos no funcionarán”, dijeron los representantes de una disquera. “Nosotros sabemos estas cosas”. John Lennon, con el ánimo por los suelos, dijo que “ese era el final”.

Entonces, ¿cómo fue que los Beatles alcanzaron el éxito? Es evidente que no se estaba reconociendo su talento. Pero contaban con otra cosa: gente que siempre abogó por ellos. Tenían un representante apasionado por su labor, Brian Epstein, quien en ese momento tenía 27 años. Contaban con dos entusiastas admiradores que trabajaban en el área de publicaciones musicales de EMI y que presionaron hasta que la empresa les ofreció a los Beatles un contrato de grabación. Cuando “Love Me Do” salió a la venta a finales de 1962 con poco apoyo y escasas expectativas por parte de su compañía discográfica, otro tipo de propulsores (los fanáticos de Liverpool) ayudaron a que la canción contara con una avalancha de apoyo.

Tomo este ejemplo de un artículo de Cass Sunstein que está por publicarse en The Journal of Beatles Studies (sabías que tenía que existir una publicación sobre ellos, ¿cierto?). Sunstein es un reconocido profesor de derecho de la Universidad de Harvard que estudia, entre otras muchas cosas, cómo funcionan las cascadas informativas.

Una de las cosas que extraigo del trabajo de Sunstein es que no solemos confiar solo en nuestro propio juicio; pensamos en redes sociales. Recurrimos a otras personas informadas de nuestra red para filtrar la masa de productos culturales que hay. Si un integrante de nuestro grupo en quien muchos confían piensa que algo es maravilloso, es más probable que acabemos por pensar lo mismo. Si tener una opinión política determinada o que nos guste una banda musical específica nos ayuda a encajar en un grupo, lo más probable es que tengamos esa opinión y nos guste esa banda. Si un grupo de personas con ideas afines se reúne, tenderán a impulsar a los demás hacia una versión más extrema de sus opiniones existentes.

En su artículo, Sunstein cita un estudio realizado por Matthew Salganik, entre otros autores, que ilustra el inmenso poder de la influencia social. Los investigadores reclutaron a unas 14.000 personas en un sitio web donde podían escuchar y descargar 48 canciones. Se dividió a algunas de las personas en subgrupos en los que podían ver la frecuencia con la que otras personas de su subgrupo descargaban cada canción. Sunstein resume así los resultados: “Casi cualquier canción podía acabar siendo popular o no, dependiendo de si a los primeros visitantes les gustaba o no”. Si la gente veía a los primeros admiradores descargar una canción, era más probable que también la descargaran.

En un experimento posterior, los investigadores invirtieron las cifras de descargas, de modo que las canciones más populares aparecían de repente como menos populares y las menos populares aparecían como más populares. Comprobaron que algunas de las canciones que antes no eran populares subían a los primeros lugares de la clasificación y algunas de las que antes eran populares caían en la lista. Algunas canciones parecían tan atractivas que podían recuperar la popularidad a largo plazo, pero en el caso de la mayoría de las canciones, la popularidad percibida tenía mucho mayor influencia.

Estos hallazgos se sustentan con la obra de René Girard, un pensador francés que está de moda estos días. Girard echó por tierra la idea de que somos individuos atomizados impulsados por nuestros propios deseos intrínsecos. En su lugar, argumentó que exploramos el mundo imitando a otras personas. Si vemos que alguien quiere algo, eso puede sembrar en nosotros el deseo de quererlo también. “El hombre es una criatura que no sabe qué desear, por lo que tiende a echar un vistazo a los de su alrededor para salir de dudas”, escribió Girard.

Se puede contar una historia negativa a partir de esto: los seres humanos son en su mayoría roedores patéticos, que se dejan llevar por la presión de sus pares. Pero yo no lo veo así.

Lo mejor que hace una sociedad es crear su propia cultura. Todas las sociedades crean un paisaje de historias, símbolos, suposiciones, obras de arte icónicas, profetas y significados, y luego los seres humanos habitamos ese paisaje. Creamos nuestra cultura como comunidad, en colectivo. Una cultura no existe en una sola mente, sino en una red de mentes.

Creamos una cultura en respuesta a las preocupaciones más urgentes del momento. De entre todas las personas con talento que hay, elegimos a las que nos ayudan a ver y entender nuestras condiciones actuales. En los años sesenta, millones de personas se fijaron en los Beatles porque encarnaban con maestría los sueños y valores de la conciencia colectiva de la época.

Los artistas no son los únicos seres creativos. Quienes abogan por los artistas en sus inicios, y que desempeñan un papel tan poderoso a la hora de esculpir el paisaje cultural, están ejerciendo un rol muy creativo. Son arquitectos del deseo, que dan forma a lo que la gente quiere escuchar y experimentar.

Si eres un artista, es probable que tengas menos control del que te gustaría sobre tu fama. Las condiciones sociales son la clave. Las preguntas más pertinentes para el resto de nosotros podrían ser: ¿a quién estoy impulsando a crecer? ¿Quiénes son los talentos en las sombras que puedo ayudar a encumbrar? ¿Cómo estoy cumpliendo mi responsabilidad de dar forma a los deseos de la gente que me rodea?

Para la mayoría de nosotros, es así como se realizan los verdaderos actos creativos.