En su cuadragésima edición, la presentación del Premio Mazatlán Literatura 2015 tuvo como protagonista a la novela “El Metal y la Escoria”, del escritor Gonzalo Celorio, en una sobria y brillante ceremonia realizada en el Museo Casa Haas. El escritor recibirá el galardón y el premio durante la Velada de las Artes.
Este galardón, uno de los más antiguos y prestigiosos de México, es convocado anualmente por el Instituto de Cultura de Mazatlán, y cuenta con elauspicio de la Universidad Autónoma de Sinaloa, que entrega al autor ganador 100 mil pesos y una placa de cristal.
Para arropar a Gonzalo Celorio con sus palabras, la ceremonia contó con la dirección de Enrique Vega Ayala, Cronista de la Ciudad de Mazatlán, quien fue cediendo el micrófono al escritor mazatleco Juan José Rodríguez, presidente del Jurado; Ignacio Trejo Fuentes y Braulio Peralta, miembros del Jurado, y a la Doctora Elizabeth Moreno, representante del Doctor Juan Eulogio Guerra Liera, Rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Cada uno construyó una serie de rasgos del amplio perfil académico, creativo y humano de Gonzalo Celorio, haciendo especial énfasis en su papel como catedrático y maestro, director de instituciones culturales y por supuesto, como escritor.
Por su parte, la Doctora Elizabeth Moreno, en su lectura del mensaje del Doctor Guerra Liera, recalcó el compromiso de la Universidad Autónoma de Sinaloa en apoyar a los artistas y creadores por fortalecer con su imaginación el acervo humanístico y el patrimonio intangible de toda la región.
El crítico Braulio Peralta fue abundante en su reconstrucción de la génesis de “El Metal y la Escoria” y señaló que su valor dentro de la literatura mexicana reside en su capacidad para reconstruir la historia de cualquier ciudadano de esta nación, y de explicar con un profundo sentido poético e íntimo, cómo y porqué los mexicanos vivimos y nos posicionamos en el mundo, todo a partir de un texto abundante y fluido, virtud de toda gran literatura.
Finalmente el momento para que el autor celebrado dirigiera unas palabras a la audiencia llegó, y fue abundante y generoso en relación a un tema complejo, hablar de su propia obra: un trabajo cuyo primer borrador data de 1973, una travesía por reconstruir aspectos espinosos y degradantes de su historia familiar, tener como fuente de ese relato a un hermano que, a raíz de la terrible enfermedad del Alzheimer, perdió la propia memoria, pero que en ese camino ayudó a Gonzalo a exorcizar sus propios demonios.
Además, el autor fue especialmente puntual en señalar algunos aspectos íntimos de su proceso creativo: la perseverancia como clave de su escritura, basarse en un trabajo lento cuyo resultado final no depende de los planes del autor, sino de la escritura misma.
Para esta novela en particular, Gonzalo Celorio amasó pacientemente una serie de datos de una exhaustiva investigación, pero la imaginación fue la encargada de darle una sintaxis y un orden propio a todo esto. Y al final, destacó que tiene la profunda convicción de que la creación de una novela nace de un conflicto, y que la escritura no le resuelve, pero sí permite tener una visión amplificada de la realidad
“Lo que quiero decir es que a través de la ficción podemos tener una apreciación de la realidad quizá más profunda que cuando la ficción no existe… Porque lo que hace el escritor es ampliar las escalas y las categorías de la realidad y es evidentemente parte de la realidad todo aquello que un discurso histórico, de alguna manera, constreñido por la veracidad, por la comprobación no puede decir, pero en la obra literaria también se da cuenta no nada más de lo que los seres humanos hacen, dicen, o piensan, sino también de lo que anhelan, lo que sueñan, lo que inventan, aquello en lo que creen y todo eso obviamente, que forma parte también de la realidad y nos da una realidad totalizadora y todo esto es lo que ocurre en el proceso narrativo”.
Finalmente, Gonzalo Celorio afirmó que, pese a la materia íntima y personalísima con que está escrita “El Metal y la Escoria”, esto no define el destino de la obra, sino la forma, el estilo y sobre todo, la ficción que permite que la obra toque al lector y se inicie un proceso de identificación con los personajes, un proceso que, señaló, puede transformarlos en personajes universales y hacer que el conflicto del autor se descargue en el espíritu de sus lectores.