Plata en la Montuosa: de Mongoles y Cholos a los campeones de box

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FRANCISCO CHIQUETE
El estupor de la derrota duró unos segundos. La gente reunida frente a la casa de Marco Verde protestó, rechazó el resultado cantado por los cronistas, pero tan pronto como el propio narrador de Claro Sport exclamó que Marco ganó la plata y su desempeño fue excepcional, los mil y tantos mazatlecos reunidos rompieron en aplausos, en porras.

Trece boxeadores mexicanos han ganado medallas olímpicas, y de ellos sólo dos alcanzaron el oro y lo hicieron en 1968, en México: Ricardo Delgado y Antonio Roldán. Alfonso Zamora, un gran campeón histórico, obtuvo plata. Ahora El Verde suma su plata ganada a ley en los Juegos Olímpicos de París 2024.

A la llegada, cuando en el camión de la delegación mexicana se anunció que pasaban frente al Arc de Triomphe, Marco fue de los más ávidos en la ojeada al monumento, aunque no es ni con mucho, su primer viaje internacional. Ya fue campeón mundial amateur, campeón centro americano y panamericano, peleando en el extranjero.

Sus parámetros no se reducen ya a la tienda la Madrileña, o la salida hacia los bomberos, o bien la que lleva a la avenida Juan Carrasco, a tres cuadras de la Panamá. Es un hombre de mundo que se ha esforzado y sacrificado la diversión de los adolescentes de su generación, rescatando lo que puede del cotorreo en el corazón de su colonia, que ya le generó un meme: “la medalla olímpica será la segunda hazaña de Verde. La primera es salir vivo de la Montuosa”.
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Hace años que la colonia Montuosa dejo de ser el epicentro del pandillerismo, pero su fama perdura. De sus calles ya no salen los mongoles o los cholos que la caracterizaron, lo que salen son campeones de box que pasean su nombre y el de su barrio por los ámbitos del país y del mundo, hasta llegar a pelear la gloria olímpica en París.

El nombre es muy ilustrativo: la colonia está asentada sobre una sucesión de lomas, de montes sobre los que se han sembrado incontables casas, numerosos barrios y larguísimas historias que hablan de una sobrevivencia dura, difícil, basada frecuentemente en la pelea personal.

Como en muchos rumbos de Mazatlán, a fines de los años veinte del siglo pasado corrió la voz de que “están dando terrenos en la Montuosa, a un lado del basurero” y hacia allá se fueron sobre todo los matrimonios jóvenes. Cada calle era un muestrario de la geografía regional. Por la primera Galeana, todos sabíamos que mi familia venía de El Rosario, igual que la de Sabina; la de Chayo, enfrente, venía de El Chilillo, Doña Carmen de El Roble, otra doña Carmen, que sacaba cena, de Veranos, Brígido el matancero y doña María con su tienda, de El Recodo. Y así en casi todas las casas. Cada uno era un fundador de ese Mazatlán, ajeno a las leyendas de José María Canizales, de los mulatos pardos, del Presidio de San Juan.

Ahí se dieron disputas entre líderes y organizaciones de colonos, mientras los dueños de la tierra veían complacidos la ocupación “ilegal” porque así evitaban la donación de terrenos para equipamiento urbano, como ya exigía la ley, y la lotificación rendía mayor provecho económico, a pesar de que ya existía un proyecto de fraccionamiento.

Hasta las partes más intrincadas de los cerros fueron pobladas, y así nacieron el famoso Callejón Dumbo, los recovecos de la Media Luna (antes que apareciera la de Juan Rulfo), cuyas calles eran apenas bordos pedregosos sobre laderas pronunciadas por las que corría la chamacada tratando de evadir a la policía mediante la combinación de callejones que los llevaban a otro punto, entre más estrechos mejor

Pronto tuvo su propia escuela, la 18 de Marzo, que por lustros dirigió el escuinapense Arnulfo Guzmán Ibarra, con fama de duro, pero convertido por las tardes en un enjundioso bohemio. En 1966 llegó la Secundaria Federal Guillermo Prieto, que después se mudó a la huerta de mangos de Casa Blanca y dejó su lugar a la Secundaria Miguel Hidalgo y a los Bomberos.
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A lo largo de sus participaciones, Marco Verde ha sido el peleador del drama. Ganó por decisión dividida sus peleas en octavos de final, en cuartos y en semifinales, poniéndonos al borde del asiento en cada ocasión, pero con la certeza de que había hecho las cosas bien. Y en todos los casos la decisión fue respetada, aunque la segunda victoria, contra Nishant Dev, fue deplorada masivamente en la India con enojo, como cuando nosotros clamábamos que “noerapenal”.

Ahí garantizó la medalla de bronce. Aun perdiendo en la semifinal, se traería un tercer lugar compartido, pero no perdió y nos dio la ilusión de que era posible alcanzar la gloria del oro.
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Para la década de los sesenta, el rockandroll trajo un fenómeno social muy difícil de asimilar. Se trataba de las pandillas. Nadie sabe de dónde salió el nombre de Los Mongoles, quizá de las clases de historia, que entonces abarcaban hasta las guerras famosas del oriente, donde, decían los profes, el ejército de los mongoles arrasaba con todos los pueblos que encontraban a su paso.

Como el gobierno de Leopoldo Sánchez Celis había hecho un cierre masivo de cantinas, aparecieron las refresquerías, donde se arracimaban los jóvenes para disfrutar de la música rentada a veinte centavos la pieza en electrolas (rocolas) de buen sonido. A la entrada de la Montuosa, cerca de la avenida Juan Carrasco, estaba La Pasadita, de la familia Ortiz, a quienes les cerraron la cantina La Burrita, que se ubicaba enfrente. Ahí acudían los que hoy serían los muchachos fresas, que ponían todo el día a Enrique Guzmán, Alberto Vázquez, Johnny Laboriel, Angélica María, Mayté Gaos, Julisa, y también a Elvis Presley, Frank Sinatra y las grandes orquestas, incluida la de Pérez Prado.

Contraesquina aparecieron un día las Güeras Maltratadoras con su enorme mesa de cenas típicas. El menú no escrito indicaba de a madrazo por platillo (qué vas a querer hijo de la chingada; por qué no habías venido, cabrón; chinga a tu madre, qué te voy a andar fiando). No importaba que el cliente llegara en un Cadillac, pues incluso los de esa clase, iban atraídos por la calidad y las mentadas. Hasta el perro mascota estaba en la onda: se llamaba “chíngalo”.

Cuadras más adentro nació otro polo de atracción: La refresquería La Plaga, por la que debíamos pasar quienes íbamos a comprar masa al molino de nixtamal contiguo, o que divisábamos desde la calle Chema Díaz los que íbamos a comprar caldo con las propias Güeras.

La Plaga concentró a los más granado del barrio. Por ahí no pasaba ni la perica, la patrulla policíaca en que trasladaban a los detenidos en razzias que levantaban a todo muchacho encontrado en la calle, sobre todo si traía el pelo largo. El corte a rape era gratuito en la comisaría.

En La Plaga conocieron muchos a Simon and Garfunkel, a Grand Funk, a los Doors y de vez en cuando a Janis Joplin y al final, a Carlos Santana.

Era la libertad total, la experimentación con drogas, mayormente mariguana y píldoras que hoy serían inofensivas comparadas con el fentanilo, pero que impulsaban los ánimos bélicos y potenciaban los agarres masivos, primero contra los de la vecina Colonia Reforma, y después contra todos los asentamientos de la ciudad, a los que iban en expediciones punitivas.

Barrio de pescadores, de albañiles, la Montuosa vivía en una especie de comunidad. Si un barco camaronero regresaba de viaje, muchos de los vecinos tendrían camarones y pescados de regalo. No había de otra, pues nadie tenía refrigerador y ese producto no aguantaba varios días en una hielera. Si por su calle alguien modernizaba su vivienda, de cuates, el albañil ayudaba a tirar las pardes de adobe con varas, y si no le estorbaba en su chamba, se apuntaba para echar el vaciado sin cobro, al fin que el de la casa se iba a discutir con unos cartones de cerveza.

Los mongoles se hicieron viejos y se calmaron. Luego vino la modernidad. Llegaron el drenaje y el pavimento. Los baldíos de la Diaz Mirón (en la Shimizu) y de la 18 de Marzo, a los que llegaban circos pobres, carpas con teatros de la legua y que albergaban bailes de especulación, fueron ocupados por nuevos colonos. En algunas calles alcanzaron hasta alumbrado público.

Entonces (1980) llegó una corriente que bajaba desde la frontera con Estados Unidos, Los Cholos, con sus paliacates, sus camisetas holgadas, sus tatuajes ostensibles y sus pantalones aguados, exactamente como los vieron en dos películas detonadoras: Los Guerreros (The Warriors) y Noches de Boulevard (Boulevard NIghts), que pusieron a alucinar a los adolescentes y a los adultos jóvenes, frente a la narración del pandillerismo en las partes latinas de Los Ángeles y zonas aledañas, y de Nueva York y Florida.

La Montuosa revivió su pasado bravo y se adjudicó nuevamente el liderato del pandillerismo. Barrio 1 Rifa, o Barrio 1-R-. Otra vez la autoridad se vio inerme. Las parvadas de cholos iban de un lado a otro, y ahora dejaban sus “placas” en todas las paredes disponibles. Las pintas del alfabeto cholo desquiciaban a padres y a gobernantes. Las bardas recién pintadas eran codiciadas por los grupos y por los lobos solitarios. Hubo pleitos durísimos por esa causa y las navajas salían a relucir frecuentemente.

Esa colonia fue la más castigada por la brigada anticholos de Salazar, un policía abusivo que personalmente encabezaba las razzias y ejercía en sádico placer de cantarles a los padres el costo de las multas. Llegó a meterse a las casas en las que hubiese visto entrar a más de dos jóvenes, porque suponía que estaban refugiando a “los malandrines”. No le importaba que fuesen hermanos y esa fuera su casa.

La Montuosa, la Independencia y la Estero fueron fortalezas inexpugnables para los otros barrios que querían entrar a dejar pintadas sus placas. No es aventurado decir que la política irracional y represiva del gobierno estatal de Antonio Toledo Corro, sembró la indignación que poco después se reflejó en los resultados electorales, con una oposición que por primera vez fue más allá de la participación testimonial.

Aunque algunos grupos insistían en ir a pasear en bola por el malecón, emulando las noches de boulevard, con sus grabadorsotas al hombro, el movimiento decayó. Se acabaron las peleas campales de Las Vegas y el Bora Bora, centros nocturnos populares. Le sobrevivieron el grafiti, la indumentaria, y una nueva forma de enfrentamientos: los pleitos dancísticos, con que peleaban individualmente muchachas, muchachos, o grupos enteros en retos con impresionantes coreografías cuyos movimientos y gestos debían ser muy ofensivos, porque los derrotados se enojaban mucho y admitían la pérdida sin llegar a los hechos. Ahí el que rifaba era Michael Jackson, con Beat it y Billy Jean.

A esas alturas la UAS ya se masificaba. Había varias opciones para estudiar: derecho, enfermería, trabajo social, ciencias sociales, Ciencias del Mar. La pobreza no era tan definitiva en la posibilidad de estudiar o no, sobre todo porque se abrieron turnos nocturnos para trabajar y estudiar.
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Entre las mayores ilusiones de Marco Samuel Verde Álvárez -el Green, le llama su raza del barrio- estaba la de ofrendar una medalla a su papá, el Samy Verde, quien fue boxeador amateur y peleador olímpico en Barcelona 92. Y ofrendársela a la familia completa, por supuesto.

Ya instalado en semifinales, regresaba a la Villa Olímpica cuando tras los cordones de seguridad le agitaron una bandera mexicana. Corrió y se abrazó con hombres y mujeres de su clan, tan emocionados como él. Después del triunfo en la semifinal, alguien le pidió unas palabras. El video llegó a Sinaloa en Línea y corrió por todas las redes. En él, Marco mandó el saludo a Mazatlán y ¡Claro! A la Montuosa.

Otro video se viralizó también, para rendir tributo a su alma mater, la Universidad Autónoma de Sinaloa, a cyos nuevos alumnos el boxeador instaba a hacer el esfuerzo y aprovechar las oportunidades que brinda la institución.
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A finales de los 90 y principios del nuevo siglo, la Montuosa fue base para un movimiento antigrafiti en que participaron los propios protagonistas del fenómeno. El político y activista social Fernando Pucheta logró la participación de esos jóvenes en la limpieza de edificios, teniendo como centro de operaciones el templo de Fátima, en la parte más alta de la colonia, con el apoyo del sacerdote Jesús Aguilar (ya fallecido). En los terrenos que rodean a esta iglesia fue que empezaron ls asentamientos que hoy desbordan más allá de la Loma del Gato.

LA MAGIA DEL BOX
En la Montuosa, como en todo Mazatlán, el deporte de todos era el beisbol. Cualquier chamaco conocía el róster de Los Venados y hasta el line up más exitoso de los últimos años, pero el futbol ya ganaba adeptos, Los clubes tradicionales se abrieron ante el empuje de la televisión, y crearon sus ligas infantiles y juveniles, incluso la categoría “pañalitos”.

El box también estaba en la sangre, pero más como aficionados. Mazatlán tuvo en Joe Conde a una figura de corte internacional en los años 30 y principios de los 40. Conde brilló intensamente en el territorio mexicano, con peleas en la capital y en Estados Unidos ante rivales importantes. Después sólo tuvimos peleadores locales, hasta llegar a Toño Becerra, campeón nacional en cuyo récord está el haber sido el único que venció a Salvador Sánchez, durante una pelea realizada en la Plaza de Toros de la Rafael Buelna.

El modesto gimnasio Agustín Solórzano se convirtió en el segundo hogar de muchos adolescentes, varios de ellos provenientes de la colonia Montuosa, quienes fueron seducidos por ese ambiente y sacaron a relucir sus talentos, quizá moldeado por el ambiente peleonero de su barrio.

Hoy el nombre de gimnasio hace pensar en una especie de boutique con modernos y relucientes aparatos electrónicos que miden ritmos cardiacos, frecuencia de la respiración, masa corporal, ejercicios cardio y todos esos conceptos de la onda fitness.

El Solórzano era un ring, un espacio para golpear el costal y la pera y para ejercicios de piso y no mucho más, todo pobre, más bien precario. Hasta la entrada parecía la de un sitio clandestino en que había que agacharse para cruzar la pequeña puerta de una cortina de metal. Ahí se enroló la raza del Barrio 1 con bravura, en un torneo de guantes de oro al que asistían muchos de sus vecinos, para darles carrilla a la vez que brindarles ánimo.

Fernando Angulo, quien después llegó a pelear en Sudáfrica, Londres, París y otras plazas lejanas, no hallaba durante aquellas noches del Solórzano, si concentrarse en el rival que lo agobiaba o calmar a sus amigos, que le echaban porras al ritmo de cachetona/cachetona/cachetona. No pudo contra la carrilla y al terminar su carrera se dedicó al negocio familiar, una aclientadísima carreta -hoy restaurante- a la que nombraron Tacos El Cachetes, famosa por todo Mazatlán y entre muchos turistas.

Fernando fue clasificado mundial (entre los primeros veinte) y estuvo en una selección nacional, pero decidió regresarse a ayudar a la familia, que necesitaba un auxilio para el papá en la carreta, allá por la Juan Carrasco y Teniente Azueta..

Marco Antonio EL Chino Lizárraga llegó a ser dos veces campeón nacional y cumplió el sueño de todo boxeador venido desde abajo: comprarle casa a su mamá.
La Montuosa se convirtió en un semillero. Platicando en su negocio momentos antes de la semifinal, Fernando recuerda que fue don Carlos Peña quien los encausó. Él tenía dos hijos con facultades y uno de ellos llegó también a ser clasificado internacional, el famoso (Miguel Ángel) Chango Peña. El ejemplo de los triunfadores llevó a varios de sus vecinos, aunque no todos lograron destacar. Ya no eran los tiempos del Púas Olivares o el Mantequilla Nápoles, y los del campeón Julio César Chávez empezaban apenas. Otro vecino, El Cachoras (qepd), hizo su debut en la Cancha Germán Evers, con todo el estilo del Macho Camacho, tanto en el short y los tenis como en el corte de pelo con una mínima trencita acariciándole la nuca. Desafortunadamente perdió y ahí mismo decidió colgar los guantes, para desconsuelo de su papá El Chato Chiquete, que esa noche ofició de anunciador oficial de las peleas y sus resultados en el micrófono local.

on toda esa bola andaba el Samy Verde, sólo que ya la guía la traía don Marcos Hernández, entrenador deportivo de la Universidad Autónoma de Sinaloa, a quien se debe en buena medida el auge del boxeo, como en su tiempo se debió al Loco Becerra o a la familia Zápari. Hoy quien trae el movimiento es Radamés, hijo de Marcos. Si el padre de Radamés hizo peleador olímpico a papá Verde, el hijo del entrenador supo llevar a estas alturas al chamaco Verde, a quien conocían como “el niño” porque desde esa edad andaba en el ámbito..
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Muchas fueron las expresiones de apoyo de estos días olímpicos. Julio Preciado, personaje de la música nacional (primer vocalista en bandas como El Limón y El Recodo), surgido de ese mismo barrio, enalteció los logros de Marco, quien pone en alto el nombre de su colonia, que antes era motejada con la despreciativa deformación de “la mostrosa”.
Hasta el presidente lo mencionó desde la mañanera y por supuesto los noticieros, los periódicos, pero especialmente las redes sociales, donde se volvió trending topic. El campeón+isimo Julio César Chávez le dedicó un video de aliento y el rector depuesto de la UAS, Jesús Madueña Molina, de dejó ver como apoyador.
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Si llegar a una final olímpica es avasallador para cualquiera, librar la pelea en legendario Stade Roland Garros debe ser impresionante. Quizá equivalga proporcionalmente a la primera vez que nuestra paisana Lola Beltrán llenó el Teatro Olympia de París, con un concierto monumental.

Bajo esa impresión se reunieron cientos de vecinos de la Montuosa ante la pantalla gigante que el municipio instaló por la calle de Marco, donde la ilusión se desbordaba si no en apuestas, sí en pronósticos y elogios de quienes se sentían expertos en las cuestiones técnicas del pugilismo.

Finalmente llegó la hora. Las carpas desbordaban gente que se estorbaba, se reclamaba, se alentaba, espertando el milagro del oro. Ni el calor intenso, el bravísimo sol, desalentaron a quienes fueron a darle ánimo a Marco, como si sus gritos entusiasmados pudiesen llegar a Francia. Cada golpe del mazatleco era coreado, cada huida del uzbeko era abucheada, lo mismo que las calificaciones de los jueces que se daban a conocer al final de cada round.

Había aguas fresca gratis y cerveza, esa sí pagada por cada quien, aunque una marca aprovechó para promocionar su marca con botellas gratis, lo mismo que la salsa Pirata, especial para mariscos. Todos sacaban sus celulares para plasmar su propia emoción, el sentimiento de pertenencia que llegó de todos lados a bordo de automóviles de diferentes niveles y categorías, en motocicletas, en bicis, a pie, cargando las sillas y bancos, y por supuesto, las hieleras.

No nos hace falta mucho para hacer alboroto, pero una oportunidad como esta no se puede vivir aislado, por más cómoda que sea nuestra sala de televisión.
Cuando terminó la pelea alguien urgió a los de la banda para que tocaran, pero no quisieron, no tuvieron ánimo, pero la gente se repuso pronto. El éxodo se dio entre porras a Marco, reconocimiento a su desempeño, pronósticos de que “va a ser grande”.
Seguramente lo será.

Por lo pronto hay plata en la Montuosa y “es de todos”.