ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
En la visión que aquí brindo de Nietzsche, se desatacan dos de los aspectos que me siguen pareciendo fundamentales
en cualquier consideración atinada de su obra: su condición de heredero y radicalizador crítico de la
ilustración –pero en modo alguno anti-ilustrado- y su hincapié indomable en el goce afirmativo
y en la afirmación del goce. Estas dos son las claves de mi idea de Nietzsche, de la que
tuve a los veinte años y de la que tengo ahora, de la que a lo largo
de todo este tiempo ha tonificado mi vida intelectual como
la de tantos otros más dignos de él que yo.
IDEA DE NIETZSCHE
FERNANDO SAVATER
Nietzsche afirmó que los humanos no son seres que sólo preguntan interminablemente, sino aquellos que crean valor y con él dan sentido a la naturaleza, a la vida social y al mismo pensamiento que piensa sobre sí mismo. Este proceso de significar es azaroso, como es igualmente aleatorio el devenir. En efecto, en este proceso conocer y nombrar, el hombre no descubre algún guión predeterminado escrito en alguna Historia más allá de nuestra historia u una receta oculta en los misterios de un trasmundo que está más allá de nuestro mundo. Toda voluntad de valor, diría Nietzsche, es humana, demasiado humana.
Por este supuesto, tomado de Heráclito, no es extraña su afirmación de que el pensamiento conceptual no es un buen recurso para expresar la realidad. De ahí que su filosofía del Martillo se revele contra el monstruo más fríos de los monstruos fríos, el Estado. Contra el triste saber conceptual. Contra lo cotidiano. Contra lo real inaceptable. Contra el trabajo y la división del trabajo y la producción de cosas y, sobre todo, contra la moral y las convenciones sociales. Aquí Nietzsche niega a Hegel, Marx, Comte y a los determinismos provenientes de la religión Cristiana.
Nietzsche afirma, por tanto, el carácter irracional del mundo: la lógica, la razón son invenciones humanas, las cosas no se someten a regularidad alguna, el mundo es una totalidad de realidades cambiantes, esencialmente distintas unas a otras, y acogen en su interior la contradicción. La metafísica tradicional pudo defender su punto de vista porque creyó en la existencia de un mundo verdadero, que era un mundo más bonito que el nuestro, como dijera José Alfredo. Si negamos la existencia de ese mundo de ficción, como propone Nietzsche, parece inevitable declarar la irracionalidad de lo existente
LA CRÍTICA DE NIEZSCHE.
Según Nietzsche la civilización Occidental está asentada sobre la metafísica socrático-platónica y por su engendro popular: el cristianismo y por la moral que éste engendra. Si algo caracteriza a esta tradición es que ha trastocado la vida, es hostil a ella, la odia. La crítica a la metafísica tradicional –Platón/Sócrates- es porque tienen como fundamento un error: considerar que
los valores de las cosas no están en la vida o en el mundo; sino en el mundo ultraterreno de las esencias.
La crítica al cristianismo, el otro gran pilar de la civilización Occidental, es la afirmación de la existencia de Dios. Nietzsche piensa que el concepto de Dios ha sido hasta ahora la objeción mayor contra la existencia. Con Dios se declara la guerra a la vida, a la naturaleza y a la voluntad de vivir. Dios es la fórmula de toda calumnia contra este mundo y de toda mentira respecto al más allá.
De ahí este filósofo considere que el fruto más granado de la metafísica socrático-platónica y del cristianismo, es que se haya conformado la moral de los esclavos. La moral de los esclavos es la moral del rebaño: negadora de la vida. Hay que transmutar la moral y los valores que defiende el cristianismo, nos dice, para que nazca un nuevo tipo de hombre. Hace falta ir más allá del bien y del mal. Crear unos nuevos valores y una nueva moral en la que la vida sea el valor fundamental.
QUÉ ES LA VIDA PARA NIETZSCHE.
El mundo no es racional sino caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte; la razón no tiene la última palabra, puesto que siempre está al servicio de otras instancias más básicas como los instintos o las emociones. Las distintas formas que toman las fuerzas de la vida no tienen finalidad, Esta fuerza impersonal es en realidad se un cúmulo de fuerzas (deseos instintos, pulsiones, inclinaciones, que se enfrentan unas a otras) que buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí, enfrentándose y aniquilándose.
En tal sentido en cristianismo mutiló al ser humano porque le “arrancó” su parte más creativa La conducta es un juego dialéctico entre dos impulsos. La vida es luz, claridad y armonía. Simbolizaba también la norma, la serenidad, el equilibrio, la moderación, la medida, la perfección, lo coherente, lo proporcionado; pero junto a la perfección es también confusión, caos, noche, riesgo, lo oscuro, lo que callamos, lo pasional. A la primera “mitad” la representa Apolo; a la segunda Dionisio; ambos dioses de la antigua Grecia que Nietzsche tomó como modelos para representar las fuerzas que constituyen al hombre.
Nietzsche critica que se le dé más importancia a lo Apolíneo que a lo Dionisiaco, ya que considera que es lo dionisiaco es el camino para alcanzar lo segundo. Para nuestro filósofo el comienzo de la tragedia griega está marcado por lo dionisíaco: el espectador es parte activa de la representación, un personaje más, que neutraliza su conciencia para convertirse en otro. Es ahí donde se produciría, por ejemplo, la catarsis. La tragedia, desde este punto de vista, sería el arte total en el que el individuo deja de serlo, se funde en lo común, y se entrega a los valores dionisíacos. Por ello Nietzsche afirma de Manera contundente: “Sólo como fenómeno estético aparecen justificados la existencia y el mundo”.
OCTAVIO PAZ ENMIENDA LA PLANA A NIETZSCHE.
Nathan Gardels, pregunta a Paz: ¿En qué sentido esta poética del momento guarda realmente alguna diferencia con la idea de Nietzsche: “El arte, y nada más que el arte” en ausencia de un significado trascendente? La Respuesta del Premio Nobel de literatura n puede ser más
interesante: “Nietzsche resultaba atractivo en cuanto a su creencia de que “el arte desea la vida”. Él quería bailar en el abismo. Pero también tenía una trágica visión de la humanidad sin posible redención.
Sigue Paz: “Lo que necesitamos construir ahora no es sólo una estética y una poética del momento convergente, sino una ética y una política que deriven de esta percepción del tiempo y la realidad. En una nueva civilización así, el presente no se vería sacrificado en aras del futuro o de la eternidad. Tampoco se viviría en la negación de la muerte, como ocurre en las sociedades consumistas.
Más bien viviríamos en la libertad plena de nuestra diversidad y sensualidad en el conocimiento indudable de la muerte, continúa Paz. Los fundamentos éticos de la nueva civilización exaltarían esta libertad y creatividad sin ilusión; se buscaría preservar la pluralidad del presente, la pluralidad de los diferentes tiempos y la presencia del “otro”. Su política sería un diálogo de culturas”.
Su relativismo nos ayudó a descubrir diferentes culturas y distintas moralidades. Nos ayudó a descubrir que tanto ateos como budistas como cristianos pueden ser santos. Cada cultura tiene una validez por sí misma. (…) Es por ello que tratamos de descubrir el hilo unificador entre nuestra extraordinaria diversidad. En ausencia de una perspectiva general de la humanidad, y de una ética universal, ¿sobre qué base afirmamos que uno es moralmente superior a otro?”