ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
Ésta es una apretada síntesis de Breve Historia del Neoliberalismo, un texto publicado por Fernando Escalante Gonzalbo en la Revista Nexos de Mayo. Este ensayo contiene tres elementos discutibles: 1.- Que en los años 70s fue desmontado el Estado de Bienestar. 2.- La hipótesis de que en esos mismos se incubó la cultura que permitió la transición al neoliberalismo. 3.- Y sobre todo: el autor afirma que la contracultura de esos años, con su prédica por el respeto a la diferencia contra monolito Estatal, contribuyó para que el neoliberalismo se convirtiera una realidad omnipresente en el mundo. Asuntos para discutir, para discutir en serio.
1.- Poco después de la segunda guerra mundial en los países centrales se construye un Estado de bienestar, generoso, eficiente, que permite a la mayoría un nivel de vida que hubiese sido inimaginable unos pocos años antes. El régimen fiscal y el acceso al consumo masivo producen, además, una mayor igualdad material. En resumen, el modelo keynesiano funciona: mercados regulados, fiscalidad progresiva, intervención estatal, contratos colectivos, seguridad social, políticas contracíclicas. Crecen la educación pública, los sistemas de salud pública, se introduce el seguro de desempleo, aumentan los salarios.
2.- En la periferia domina de modo absoluto el desarrollismo, en cualquiera de sus versiones. En esos países se impone la idea de que el Estado se haga cargo de promover el desarrollo, combatir la pobreza. La Unión Soviética de Stalin puso el ejemplo: industrialización acelerada, masiva, que resultaba muy atractivo para los líderes del tercer mundo. Se impulsó el desarrollo mediante una combinación de proteccionismo, empresas públicas, inversión en infraestructura, estímulos fiscales, subsidios al consumo, gasto social. El modelo funciona, también en la periferia: la economía mixta con un poderoso sector público, produce crecimiento, bienestar, estabilidad social,
PERÓ EL EDÉN SE COLAPSÓ ¿POR QUÉ?
3.- La imagen de la década de los 70´s es bastante borrosa. Sobre todo en comparación con la que nos ha quedado de los sesenta: rebeldía juvenil, música de rock, drogas, prohibido prohibir, pidamos lo imposible. En contraste con las dos o tres décadas anteriores de relativa estabilidad social y crecimiento económico, de una rebeldía más o menos festiva, los setenta son años amargos, de inestabilidad, desempleo y crisis económica, años de huelgas, manifestaciones violentas, empobrecimiento masivo, años de terrorismo, de exasperación social, de tensión. La seguridad, el ánimo confiado, optimista, de la posguerra desaparece —y despunta un mundo nuevo.
3.1.- Los setenta son sin duda los años más bajos para Estados Unidos en casi todos los terrenos. Para empezar, en 1971 el gobierno de Nixon decide suspender la paridad del dólar con el oro, que hasta entonces había estado en 35 dólares la onza, y que era el ancla del sistema monetario internacional. El peso de la deuda, el creciente gasto militar, los compromisos financieros que implicó la Guerra Fría, y la masiva emisión de dólares para
pagar por todo ello hacen que sea imposible mantener el tipo de cambio. A partir de entonces todas las monedas entran en flotación, si no se atan al dólar directamente y el conjunto del sistema monetario entra en un periodo de inestabilidad. El dólar sigue siendo la moneda de referencia.
3.2.- Norteamérica pierde su prestigio internacional como líder del mundo libre, pero también su clase gobernante la pierde ante los ciudadanos. En fracaso militar, el costo y las mentiras en torno a la guerra Vietnam En 1975 el ejército de Estados Unidos tiene que reconocer el peor desastre de su historia. A través de las denuncias Daniel Ellsberg –los llamados papeles de Daniel Ellsberg- demuestran que el gobierno federal, Kennedy, Johson y Nixón habían engañado sistemáticamente, a lo largo de una década, a los ciudadanos sobre muertos, el número de tropas y sobre el costo de la guerra. El presidente Nixon, además, había empleado los recursos del Estado para espiar a sus adversarios. El caso provoca finalmente la dimisión del presidente Nixon. Estados unidos experimentará una larga crisis interna y externa.
4.- Europa también vive años de tensión, que se acentúa a partir de la crisis petrolera de 1973. El primer ministro británico, Edward Heath, se ve obligado a declarar el estado de emergencia cuatro veces entre 1970 y 1974: en Gran Bretaña hay un millón de desempleados, una inflación de 14%, y a eso hay que sumar el terrorismo del Ejército Republicano Irlandés. En Italia actúan las Brigadas Rojas, en Alemania la Fracción del Ejército Rojo de Andreas Baader y Ulrike Meinhoff, en España son ETA, el FRAP.
5.- Mientras tanto, en la periferia ha hecho crisis el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, que era una de las piezas clave del desarrollismo. Las circunstancias empeoran con la crisis global de los setenta. En medio de la turbulencia, y a consecuencia de ella también, parece haber un movimiento general hacia la izquierda: están para empezar los triunfos de la guerrilla comunista en Vietnam y Camboya; en África, la lenta, dramática descolonización de Angola y Mozambique termina con la formación de gobiernos de abierta simpatía hacia la Unión Soviética; en América Latina está el gobierno de Salvador Allende en Chile, el ascenso de las guerrillas en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, el terrorismo de Montoneros en Argentina, Tupamaros en Uruguay; en Oriente Medio la década se cierra con el triunfo de la revolución islámica de Irán.
EN MENOS DE 10 AÑOS EL MUNDO CAMBIA POR COMPLETO.
6.- Los movimientos de los setenta alimentaron un recrudecimiento de la Guerra Fría en algunos lugares, un nuevo entendimiento en otros. Algunos cambios fueron más silenciosos: en 1976 moría Mao Tse Tung, en 1978 China adoptaba las primeras medidas de liberalización económica. Y con eso el mundo había cambiado definitivamente, aunque apenas se notase entonces. El episodio decisivo es sin duda la guerra de Yom Kippur, de 1973, a partir de la cual la OPEP decide imponer un embargo a los países que han apoyado a Israel. La medida afecta de inmediato a Holanda, Portugal, Rhodesia, Sudáfrica y, finalmente, al conjunto de los países europeos. El petróleo, que se había mantenido con un precio de alrededor de dos dólares por barril durante los 30años de expansión, salta en menos de dos años a 12 dólares por barril (y subiría más después de la revolución de Irán). La crisis energética provoca una crisis financiera de grandes proporciones. Los bancos comienzan a recibir cantidades ingentes de dinero, petrodólares, que los países productores de crudo no pueden invertir ni colocar en una Europa en crisis. La opción es prestar a los países de la periferia, que están encontrando los límites del modelo de desarrollo.
7.- En ese clima se intenta articular formalmente lo que se llamará, con más entusiasmo que sentido práctico, el Nuevo Orden Económico Internacional. No se tradujo en nada concreto. A la distancia, tiene interés precisamente por su fracaso, porque señala un fin de época. En la idea del Nuevo Orden Económico culmina una breve evolución ideológica, que había comenzado en 1964, con la integración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), producto de la experiencia desarrollista y de las críticas de las teorías de la modernización. La idea básica era muy sencilla: las relaciones económicas entre países son inequitativas, benefician desproporcionadamente a unos en detrimento de los otros.
LA ESQUIZOFRENIA: ¿SÍNDROME DE PETER?
8.- En 1974 la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la resolución 3201, que pide el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional —es la marea alta del poder de la OPEP, y el fin de la guerra de Vietnam. En el bosquejo hay cinco líneas principales. 1.- Procurar una estabilización de los precios de los bienes exportados por los países periféricos. 2.- Imponer un sistema de tarifas preferenciales para los países en desarrollo, en especial los más pobres. 3.- Adoptar mecanismos que favorezcan la transferencia efectiva de tecnología hacia los países en desarrollo. 4.- Renegociar la deuda externa de los países más pobres. 5.- Mejorar los mecanismos de protección comercial para acelerar la industrialización.
9.- No hace falta insistir mucho en ello para que se vea que las ideas, todas, están en las antípodas del programa neoliberal que estaba en ciernes. No fueron vistas nunca con simpatía por los gobiernos de los países centrales, que votaron en contra de todas las resoluciones que se presentaron con ese ánimo, en cualquier foro. Pero era el lenguaje habitual de los organismos multilaterales en los años setenta. Todo eso tuvo un final abrupto en la Cumbre Norte-Sur de Cancún, en 1981. En ese clima de inestabilidad: protestas, huelgas, recesión económica, violencia, terrorismo, transcurren los años setenta. Y se desacredita muy rápidamente el keynesianismo de las tres décadas anteriores.
10.- Todo se volvió complicado, dudoso, cuando comenzó a agravarse la crisis en los setenta. No era posible ya mantener el empleo, ni la red de protección. No había dinero bastante y no funcionaban las medidas que se habían usado durante tanto tiempo. La administración de la demanda agregada mediante la expansión monetaria empezó a resultar contraproducente: se producía inflación, bajaban los salarios reales, se devaluaba la moneda y se entraba en una espiral de aumento de precios y salarios, y la economía seguía estancada de todos modos. Sencillamente, el modelo dejó de funcionar. La reacción no fue producto de una elaboración conceptual, eso vendría después, sino del pragmatismo más pedestre: había que hacer algo.
LO OBVIO Y LO DISCUTIBLE.
11.- Su punto de partida fue la crítica de las políticas keynesianas. Ofrecía un horizonte radicalmente distinto: un programa económico completo, precedido de una crítica incisiva del orden institucional, de las inercias y de las consecuencias impensadas del Estado de bienestar, que adjuntaba una explicación general de la crisis que parecía cuadrar bien con los hechos. Pero además había una afinidad del neoliberalismo con el ánimo radical, contestatario, de los setenta, que lo va a hacer particularmente atractivo.
12.- La crítica del Estado y de la burocracia es posiblemente el motivo cultural característico de la década de los setenta. En ella coinciden movimientos de tradiciones muy diferentes. No es una novedad en la derecha empresarial, que siempre ha tenido una actitud muy crítica hacia los impuestos, la regulación, la intervención del Estado en la economía; el marasmo de los setenta sólo añade peso, urgencia, también acritud al viejo sistema. Y el neoliberalismo articula esa crítica, vieja de muchas décadas, en un programa intelectualmente coherente, que se resume en la defensa del mercado.
13.- La novedad es que coincidan en esa denuncia del Estado, de las burocracias, de la regulación y en defensa de la libertad, algunos de los movimientos contestatarios de los años anteriores. La intención es distinta, desde luego. El propósito es distinto. Pero la coincidencia es indudable: el Estado es el gran enemigo. En los países centrales: en Francia, Reino Unido, Estados Unidos, los movimientos juveniles de protesta de los años sesenta tienen una poderosa deriva individualista. Sobre todo estas críticas fueron expresión de la inconformidad de una nueva generación con estudios universitarios, con acceso a un mundo de consumo inimaginable para sus padres, con infinitas posibilidades —y demasiadas reglas—. En defensa de la libertad los jóvenes de los sesenta se encuentran con que el enemigo más visible es el Estado, la administración, que se manifiesta concretamente como autoridad universitaria: son los maestros, la disciplina del salón de clases. Y a continuación la policía, las leyes en general. No es extraño.
14.- En Estados Unidos ese radicalismo vagamente anarquista entronca con una tradición libertaria, a la que pertenecen figuras más o menos extravagantes, como Alfred Jay Nock o Frank Chodorow, incluso Murray Rothbard, y más tarde Alfred Nozick. En el resto del mundo es un estilo que encuentra resonancias en la Internacional Situacionista, de Guy Debord, por ejemplo. La última pieza, la que faltaba para que la crítica del “Establishment” fuese básicamente crítica del Estado, sin salvedades, era el descrédito definitivo de la Unión Soviética y del proyecto socialista. pero la guerra cultural estaba perdida desde los 70s. De hecho, se puede fechar con exactitud: con la publicación de Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, en 1973. Para toda una generación de universitarios, académicos, intelectuales europeos, y muy especialmente franceses, el libro fue decisivo. Nadie podría en adelante defender de buena fe a la URSS sin hacer toda clase de salvedades —que hacían que la defensa fuese irrelevante.
15.- Ese radicalismo ambiguo que dejan como herencia los años sesenta, junto con el auge del neoliberalismo, contribuye a configurar lo que se podría llamar el “molde cultural” de Occidente en las décadas siguientes. Las afinidades no son triviales. La traza básica de ese molde cultural en los países centrales deriva de dos tendencias mayores. 1.-resultado del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, resultado del feminismo también, es un movimiento hacia una mayor igualdad formal, jurídicamente protegida, contra cualquier forma de discriminación por motivos de género, de origen étnico, religión. 2. Un entusiasmo meritocrático de los nuevos universitarios, y del progreso del programa neoliberal, es una justificación abierta, explícita, de las desigualdades, en sociedades en que comienza de nuevo a concentrarse el ingreso. El resultado de ambas cosas en conjunto es un renovado, exacerbado individualismo. Y un nuevo eje para el consenso ideológico, en la oposición entre la igualdad de oportunidades, por la derecha, y el derecho a la diferencia, por la izquierda.
15.- En su momento, la denuncia contra le Estado en los países Centrales resulta verosímil. El Estado de bienestar es el orden establecido, indudablemente. Y favorece a sindicatos, funcionarios, políticos. No hace falta mucho para que parezca que frente a ellos están sencillamente los individuos, cuya vida está permanentemente acotada, regulada, vigilada. Pero lo interesante es que va a conservar ese aire juvenil y contestatario en las décadas siguientes. La explicación no tiene mucho misterio: en la medida en que no desaparece, y no va a desaparecer el Estado, ni los impuestos, ni los sindicatos ni la regulación de la economía, ni los servicios públicos, siempre será posible situarse en la oposición y denunciar a los parásitos, exigir menos impuestos, menos leyes, menos burócratas, menos gasto.
¿LA GESTA LIBERTARIA DESPEJA EL CAMINO AL NEOLIBERALISMO?
16.- Los cambios empiezan en esos años. En Estados Unidos hubo un primer, temprano intento fallido de establecer un límite constitucional para el gasto público, mediante la Proposición Uno, de California, bajo el gobierno de Ronald Reagan. En los años siguientes avanza, y cada vez más de prisa, la desregulación de los mercados de energía, teléfonos, aviación, del servicio postal, las tasas de interés de tarjetas de crédito. El punto de inflexión es 1979. El presidente James Carter pide a Paul Volcker, de la Reserva Federal, medidas extraordinarias para el control de la inflación. Volcker decide un drástico aumento de las tasas de interés —lo que se conoce como el “shock Volcker”—. Desde luego, se frenó el crecimiento de la inflación, también se invirtió la relación entre acreedores y deudores, en todo el mundo. En años de bajo interés nominal y alta inflación, como fueron los setenta, la tasa de interés real había llegado con frecuencia a ser negativa. Altas tasas de interés con baja inflación, en cambio, significan mayor ganancia para los acreedores. El aumento fue súbito: al 2%, luego al 7%, al 9%, hasta llegar cerca del 20% real en 1981.
17.- La consecuencia de mayor alcance fue el impacto del shock sobre la deuda de los países periféricos, que había aumentado entre otras cosas por el agotamiento del modelo de industrialización y la urgencia de la banca por colocar los petrodólares. El resultado fue la crisis global de la deuda, anunciada dramáticamente por el caso mexicano. Es una historia conocida. En los años siguientes el Banco Mundial y el FMI participan en la renegociación de la deuda de la mayoría de los países del sur. En todos los casos la ayuda estaba condicionada a la adopción de lo que se llamaron Programas de Ajuste Estructural, que básicamente imponían el programa neoliberal: disminución del gasto público, reducción del déficit, control de la inflación, privatización de activos públicos, apertura comercial.
18.- Una vez que el neoliberalismo sentó sus reales, las manifestaciones varían de un país a otro, pero es claro que en todas partes se ha agotado el pacto social de la posguerra, que sostenía al Estado de bienestar, también el ánimo optimista de la descolonización. A partir de entonces se busca un nuevo modelo económico: se desconfía cada vez más de los sindicatos, de los políticos, de los servicios públicos; se normaliza el movimiento de dinero hacia los paraísos fiscales, comienza una desindustrialización general de Europa, y un descenso sostenido de los salarios promedio, cuyo máximo histórico se alcanza en casi todas partes en algún momento de los primeros setenta, y comienza un nuevo ciclo de concentración del ingreso, un incremento de la desigualdad.
19.- Es imposible saber con seguridad por qué se impuso finalmente el modelo neoliberal, pero no faltan razones para explicarlo. Anoto unas cuantas, al hilo de la interpretación de David Marquand. En primer lugar, ofrecía una respuesta simple, clara, inequívoca, para todos los grandes problemas, que contrastaba con la confusión y la oscuridad de las explicaciones vigentes, y ofrecía además una explicación concreta y muy verosímil de los fracasos de los años sesenta y setenta. En segundo lugar, su veta populista resultaba especialmente atractiva en tiempos de crisis: contra la política, contra las negociaciones opacas, contra los intereses creados de corporaciones, profesiones, sindicatos, proponía la simplicidad cristalina del contrato, el mercado, la “soberanía” de los consumidores.
20.- Por último, y no es poca cosa, el neoliberalismo tiene afinidades obvias con el nuevo “privatismo” de la época, derivado por una parte del individualismo de los sesenta, con su énfasis en la autenticidad, en la expresión individual y, por otra, de los nuevos patrones de consumo y de la importancia del consumo para la definición de la identidad. La operación es muy sencilla, consiste en identificar en bloque la crisis con el Estado de bienestar, y con algo que se llama keynesianismo. Por supuesto, las políticas que se ensayaron en esos años fracasaron en el intento de reactivar la economía, reducir el desempleo y, por supuesto, la interpretación mecánica del nexo de la curva de Phillips quedó completamente desacreditada. Lo interesante es el salto lógico, a partir de ahí. Lo interesante es que el juicio se extiende al conjunto de las ideas de Keynes, y a otras similares, a la idea misma del Estado de bienestar (como indicio, en las universidades prácticamente desaparece la macroeconomía de tradición keynesiana y la versión neoclásica de la microeconomía acaba por identificarse con la disciplina misma).
21.- En todas partes la crisis queda como advertencia de lo que no debe suceder de nuevo, de las políticas que no se deben repetir, porque tienen consecuencias catastróficas. En México suele resumirse la idea con la expresión “la docena trágica”, que comprende los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo (1970-1982), los últimos intentos del nacionalismo revolucionario. Sucede algo parecido en todo el mundo. No sólo las medidas keynesianas en sentido estricto, sino cualquier intento de política anticíclica, de ampliación de la demanda agregada, de generación de empleo, resulta inmediatamente sospechosa. La respuesta, en automático, es que eso “ya se probó”, y que ya se demostró que no funciona. A partir de entonces cualquier propuesta de política siquiera mínimamente heterodoxa significa volver al pasado.
22.-Imagino que el carácter ideológico de la interpretación no es difícil de ver. No sólo porque sea una explicación injusta, abusivamente reduccionista, tanto del keynesianismo como de la crisis. Sino sobre todo por el supuesto implícito de que nada ha cambiado fundamentalmente de entonces a ahora, porque el mercado es siempre la misma entidad, de funcionamiento inalterable. Bien: es claro que no. De hecho, ante el apremio de la crisis de 2008 los gobiernos más liberales recurrieron a políticas contracíclicas que no produjeron ninguna catástrofe. Pero esa historia es para contarla más adelante.