Los feminicidios exhiben el lado flaco de López Obrador

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FRANCISCO CHIQUETE

Andrés Manuel López Obrador es el político que ha tenido la mayor capacidad para asumir como propios los problemas y demandas de la sociedad. Pero es también el político que más rápidamente ha pintado su raya entre las demandas sociales y la actitud del gobierno, como se ve hoy con los casos de feminicidio.

Durante su largo periodo como líder y candidato opositor, López Obrador estuvo siempre al lado de la gente, sin atender los condicionamientos económicos, procedimentales o históricos, mientras la gente del gobierno se detenía por todas estas consideraciones, amén de la incapacidad y la corrupción.

Pero al llegar a la Presidencia de la República el líder sensible, el aliado incondicional, se convirtió en férreo ejecutor de acciones de gobierno, incluso si éstas afectaban a las personas que decía defender, bajo la justificación de que se trata de afectaciones transitorias.

Así lo vinos con el combate al huachicol. Cerró el suministro de gasolina, y ante las quejas de los consumidores estalló porque los conservadores estaban defendiendo los privilegios que empezaban a perder; en el caso de las medicinas no surtidas, ha culpado a los proveedores, a los exfuncionarios e incluso a funcionarios, sobre todo heredados, cómplices ante sus ojos del viejo régimen de los conservadores, sin importar el dolor de los padres de familia afectados, reos de no haberse quejado en otros tiempos del desabasto que hoy estalla; lo mismo para la violencia.

Hablar de las cifras que su propio gobierno está divulgando en materia de criminalidad es seguirle el juego a la derecha conservadora que no quiere reconocer el profundo combate a las desigualdades que originan esa mala condición de la seguridad; y por supuesto los asesinatos a mujeres: la semana pasada el presidente pidió en su mañanera que ya le pararan al tema de los feminicidios porque le iban a quitar la nota a la rifa del avión

El presidente no ha aprendido a ver con naturalidad las críticas, las demandas de una sociedad angustiada, que lo elevó a la silla presidencial precisamente porque entendía las necesidades de la población y se identificaba más con el sufrimiento de la población que con las razones de estado.

Estos días terribles de casos estremecedores de mujeres y niñas asesinadas por razones de género, el presidente ha mostrado el lado débil de su personalidad política. Atosigado por las manifestaciones y las críticas, emitió un decálogo contra el feminicidio que a leguas se veía improvisado, pero sobre todo, vacío.

Nadie puede estar en contra de uno solo de los diez preceptos emitidos por el mandatario, pero son buenas intenciones, no programas, proyectos de acción, de parte del jefe del gobierno, protocolos, en fin, algo que nos haga pensar en que habrá una respuesta más concreta que la poética condena a ese neoliberalismo que nos provoca la severa degradación y acaba de matar a una niña.