Del barrio de las calaveras, a loscolumbarios en templos católicos:
propone el cronista museo en el #2
FRANCISCO CHIQUETE
Los panteones guardan la memoria de cada pueblo. Más allá del acto religioso o sanitario de la inhumación de los cuerpos, en cada panteón hay trozos de la historia que permanecen no sólo en los corazones de los deudos, sino en la memoria de las sociedades.
El cronista de la ciudad, Enrique Vega Ayala, recuerda que en Mazatlán los muertos fueron enterrados primero en cualquier parte, por la falta de panteones oficiales. El lugar más concentrado para estos menesteres es una ladera del Cerro de Casamata, que décadas más tarde fue conocido como “el barrio de las calaveras”, porque al excavar para construir sus viviendas, la gente encontraba antiguos restos humanos.
Luego vino el panteón número uno, que con el tiempo dejó su lugar a la actual Plazuela Ángel Flores. Se le conocía como “panteón de los protestantes” porque ahí, “en tierra sin consagrar”, se inhumaba a los extranjeros, que profesaban religiones distintas a la católica.
El panteón número dos se llama “Ángel Peralta” porque ahí fue enterrada la diva del bel canto que en 1883 vino a morir, contagiada de la peste amarilla, que llegó al puerto en el barco que trajo a la famosa soprano. La peste amarilla trajo una gran mortandad, lo que hizo necesario que el panteón se expandiera de manera impensada.
Con el tiempo vinieron por el cuerpo de Ángela Peralta y se lo llevaron a la entonces Rotonda de los Hombres Ilustres, de la Ciudad de México. El panteón además fue recortado. El área donde estaban las tumbas comunes, que se abrieron para recibir a las víctimas de la peste, fue vendida. Llegaba de la esquina de Gutiérrez Nájera y Gabriel Leyva, hasta la barda de la Escuela Náutica.
Permanecen en el espacio sobreviviente, tumbas de familias que fueron ilustres y poderosas, como los Redo, los Echeguren y los Haas. Hay además muestras del arte funerario más exquisito: desde copias de la piedad en Mármol italiano, hasta símiles de pequeños templos obra de la arquitectura más exquisita.
Desgraciadamente el abandono ha permitido que las tumbas sean víctimas del vandalismo. Escudos de armas europeos fundidos en bronce desaparecieron, lo mismo que el bellísimo ángel que una cantante cubana mandó traer para que adornara la tumba de Ángela Peralta, que carecía de cualquier distintivo.
El cronista Vega Ayala propone que el panteón sea declarado museo de sitio parta que se le proteja y se convierta en un atractivo turístico como los que se tienen en diversas partes del mundo.
El panteón número tres empezó a funcionar en 1909 y guarda los restos de personajes importantes y variados, como dos carnavaleros de prosapia: el gobernador Rodolfo T. Loaiza, asesinado el domingo de carnaval de 1944, y el recientemente fallecido Rigo Lewis, constructor de carrozas carnavaleras.
El panteón fue escenario de escaramuzas militares durante la revolución. Desde sus portales arrancaban los ataques de las tropas constitucionalistas. Adentro hay modestos héroes de la segunda guerra mundial, como un piloto aviador que participó en la conflagración y por razones personales vino a morir a Mazatlán.
Por los años ochenta, el Panteón Jardín, primer cementerio privado, pasó q convertirse en propiedad municipal. Aunque vendió lotes a familias adineradas, problemas fiscales deshicieron a la empresa y acabó como sitio de reposo para el ´populacho, cuyos difuntos “conviven” con los de “la alta”.
Simultáneamente con esa municipalización apareció el desarrollo Renacimiento, que por la vía privada modernizó el negocio de la muerte, eliminando las esculturas religiosas, la arquitectura, para adoptar el estilo protestante, que con pequeños detalles ha sido burlada o adaptada por los deudos, quienes introducen una pequeña virgen, un mínimo crucifijo, el santo de la devoción particular, y otras expresiones.
La última moda de la moridera es la cremación mediante sistemas relativamente modernos, y la colocación de cenizas en columbarios construidos en panteones privados o en muros de templo católicos. Poco misterio, ambiente menos tenebroso, pero siempre impresionante, como impone el ritual de la muerte.