(Lo blanco de lo negro del Poder)
(Primera de dos partes)
Carlos Calderón Viedas
Lo que sigue no es una crítica literaria conjunta de los libros de José Saramago (1922-2010), Ensayo sobre la ceguera (1995) y Ensayo sobre la lucidez (2004), aunque en rigor pudiera hacerse debido a que el laureado autor ganador del Nobel de literatura en 1998, crea en ambas novelas un ámbito con temporalidad y espacialidad común, el de su natal Portugal de tiempos recientes. Tampoco se trata de encontrar una lógica que engarce las dos obras, sino más bien el sentido coherente que el autor, presumiblemente, quiso dar a su sorprendente narración.
De Saramago se ha comentado acerca de la ironía literaria con la que aborda algunos temas contemporáneos. Este el caso, asumo, de ahí que me proponga buscar dicho modo de expresión en los dos textos. Si usted gusta, mi texto será como una versión ampliada de las cuartas de forros.
El libro sobre la ceguera versa sobre un mal imprevisto que asuela a la nación peninsular, el cual hace que los pobladores pierdan la vista uno tras otro, provocando funestas consecuencias en sus maneras de vivir individual y colectivamente. El autor prefiere ocultar a sus actores y a los lectores el origen de la calamidad, aunque al final uno termina convencido de que conocer la causa del problema no es tan importante cómo darse cuenta cómo la epidemia apocalíptica iba causando profundos estragos en las personas y en sus modos sociales de vida.
A los pocos días de que una primera persona queda ciega de repente, el resto de los habitantes dejan de ver excepto una mujer, esposa del segundo ciego, un oftalmólogo al que había acudido el primer ciego, lo que bastó para ser contagiado del inexplicable mal hasta que, como en cadena, la epidemia alcanzó a todos. Saramago nunca aclara por qué la mujer del segundo ciego no fue víctima de la ceguera, y aunque pudiera pensarse que la existencia de este caso vidente eran los ojos del autor, me parece más bien que fue un recurso necesario para lograr una fábula aleccionadora.
El personal del Estado de ese atribulado país sufrió iguales consecuencias que la población. Alarmado y temeroso como estaba ante el caos irrefrenable, sólo alcanzó a responder aislando a los infectados -sí se puede decir de esa manera- en reclusorios en donde muy pronto se perdía la normalidad en los hábitos de vida. Ciegos todos los recluidos, sin más ayuda exterior que los alimentos arrojados a las entradas de sus oprobiosos recintos, abandonados a sobrevivir según sus posibilidades limitadas por la ceguera, pronto se convirtieron en seres humanos con condiciones de vida peores que las de los animales. No se diga esto por las formas casi salvajes cómo atendían sus necesidades biológicas más elementales, sino por la degradada condición moral en la que cayeron. Primero pierden el control total de su cuerpo y después quedan vacíos de espíritu.
Saramago pinta cuadros repugnantes sobre la convivencia de estos seres desgraciados, en los que muestra hasta donde la vileza humana puede caer. Sin pretensiones moralinas, me parece,
el texto refleja la diferencia entre una vida execrable y otra moral. El contraste lo posibilita la facultad de la vista. En torno a la mujer vidente se concentra un grupo de ciegos, entre ellos su esposo, que intentan sobrevivir conforme a las reglas acostumbradas en lo que fuera posible, con la ayuda de esa mujer abnegada -fingió ser ciega para acompañar a su marido en la desgracia-. En otros lugares de esta guardería de la infamia -antes manicomio- había solamente ciegos y es aquí en donde el autor se explaya describiendo las cotas más bajas a las que la condición humana puede descender.
La estética de la infamia elaborada por Saramago puede ser calificada favorablemente por los espíritus amantes de la literatura, aunque por otros no tanto o de plano descalificarla totalmente, aquí no me detengo, pero resulta interesante analizar con criterios sociales o psicológicos obras de este tipo, comparando la ficción con, por ejemplo, las conductas de grupos humanos cuando las facultades sensoriales están ausentes. Confirmé un principio que mantengo, vivir humanamente es posible cuando las capacidades naturales de la persona son utilizadas plenamente. No me refiero a la vida de un invidente en una sociedad real, en la que la vista de los demás le posibilita vivir socialmente, sino a la fábula de Saramago que nos deja la enseñanza acerca de la importancia de la vida integral del hombre en cualquier sociedad.
Otra lección de la ceguera biológica se relaciona a lo que Saramago sabe hacer con arte, retar a pensar y a imaginar. Cegar a una sociedad en la que la vista es un medio muy importante de producción y de consumo como antes lo fuera una aparatosa máquina de la era industrial, es una provocación al intelecto. El mundo actual se construye con base en imágenes. Bien lo ha dicho Giovanni Sartori, pasamos de ser sociedades sapientes a sociedades videntes cuyos ciudadanos light apoyan sus actos comunicativos más con la mirada que con otros sentidos y menos todavía haciendo uso del lenguaje lógico y conceptual. La ceguera blanca, puede uno imaginar, por otra parte, es la metáfora óptica de una deslumbrante sociedad del espectáculo pletórica de colores en todas sus combinaciones que al final proyectan un haz de luz blanco. Una ironía trágica.