LA MIGRACIÓN CHINA EN MAZATLÁN

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Enrique Vega Ayala

Cronista oficial de Mazatlán

 

En Mazatlán, una ciudad formada por migrantes de diversas nacionalidades no podía faltar la presencia de chinos, prácticamente desde el origen mismo de la formación del poblado en el puerto. Una de las razones que quizás explique el hecho fue la preeminencia que tuvieron ciudadanos de origen filipino, de apellidos Machado, Medrano y León, entre otros, en la consolidación comercial del naciente pueblo porteño.   A mediados del siglo XIX estaban censados 20 chinos, dedicados casi todos a la profesión de cocineros, sirviendo en las principales casas de la ciudad.

 

En 1874 solo se anotaron ocho personas de origen chino registradas como residentes, de los 173 extranjeros debidamente acreditados. Probablemente, algunos de los súbditos chinos iniciales ya hubiesen muerto para entonces y sus descendientes hayan quedado ya reconocidos como mexicanos; pero, por la alta movilidad de la población de extranjeros, no es descartable que se hubiesen ido a otro lugar. Otra posible explicación de esa baja pudiera ser la de la adquisición de la nacionalidad mexicana de buena parte de aquellos que decidieron quedarse en estas marismas. Veinte años más tarde,

 

Durante el siglo XIX, el flujo de chinos hacia estas playas nunca se detuvo, prueba de ello es que veintitrés años más tarde (1897), en la ciudad funcionaban dos fondas, ubicadas ambas por la calle Puerto Viejo (hoy Cinco de Mayo), y por lo menos un “tendajón” propiedad de ciudadanos que conservaban esa nacionalidad asiática. Para entonces catorce personas estaban registradas como súbditos chinos: uno de ellos dedicado a la confección de camisas; dos eran cocineros; uno, comerciante; y, el resto, aparecen como jornaleros.

 

Poco después debe haberse incrementado la corriente de migrantes orientales hacia México, cuando el gobierno de los EE. UU. decretó la suspensión de la inmigración china, mediante la llamada Acta de Exclusión de 1882 y se inició la expulsión de los laborioso “coolí” del territorio norteamericano.

 

En 1899, mediante el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado en Washinton, entre México y China, se formalizó la entrada a nuestro país de una gran cantidad de súbditos del imperio de la gran muralla. El gobierno porfirista pretendía paliar con ellos la escasez de mano de obra para la construcción de los ferrocarriles y la explotación de las minas en el noroeste del país.

 

De ahí que no es extraño que para principios del siglo XX fuese muy numerosa la colonia china en Mazatlán. Por razones culturales, la unidad de esos colonos tendía a expresarse en su concentración en espacios habitacionales colindantes. De ahí que la memoria colectiva los ubique en el área de Urías y en lo que hoy es la colonia Reforma, bajo el rubro de “las granjas de los chinos”. Sin embargo, sus negocios y sus viviendas estaban distribuidos por toda la ciudad. Las actividades principales a las que se dedicaban eran la siembra y comercialización de legumbres y al comercio en pequeño.

 

Los mecanismos de apoyo mutuo que desarrollaron con éxito, les permitía incrementar con cierta rapidez su calidad de vida. El rápido ascenso económico que registraban los migrantes de esa nacionalidad, era visto con admiración al principio por la sociedad local; sin embargo, en poco tiempo se convirtió en recelo que alimentó un penoso episodio de xenofobia en nuestra historia.

 

Desde finales del siglo XIX y hasta bien entrada la década de los treinta del siglo XX, se vivió una feroz campaña anti china, que abarcó todo el occidente del país. En Mazatlán tuvo expresiones virulentas, sobre todo en los años veinte.

 

A principios de los años veinte del siglo pasado, lo que habían sido expresiones aisladas entre algunos comerciantes en pequeño, tras la formación de un llamado Comité Anti chino de Sinaloa, dieron paso a una campaña orquestada y muy beligerante. Este grupo publicó un extenso manifiesto justificando su surgimiento a la luz pública y exponiendo “sus razones” para realizar una “campaña comercial y anticolonización de los ciudadanos de raza china”. Entre otras cosas aducen en su texto que la fuerza adquirida por los comerciantes chinos sea tanta que se desequilibran las finanzas sin sus aportaciones; así mismo, señalan que los chinos ejercen un control férreo sobre el mercado de comestibles y legumbres; los acusan de “sacar las uñas”, de hacer de las suyas vendiendo al precio que les da la gana, de actuar coludidos para hacer quebrar a sus competidores mexicanos “dueños de pequeñas tiendas de abarrotes”.

 

Llama la atención que la campaña antichina no incluía expresamente ninguna alusión a participación alguna de los chinos en tráfico de estupefacientes. Evidentemente se trata de una época en la que el narcotráfico no tenía la connotación que hoy le damos. Sin embargo, es muy probable que de los chismes promovidos por la campaña esa haya surgido la versión de que los chinos inventaron el narcotráfico en la región. Es cierto que en Mazatlán había en esos tiempos algunos “clubes” administrados por chinos, donde se consumía opio; pero, de ser negocios tolerados durante un largo periodo, años más tarde empezaron a ser clausurados. Aunque la censura social los persiguió casi todo el tiempo en que funcionaron en la localidad. Así pues, por la participación de algunos de sus miembros en un giro que, además, era parte de la cultura oriental, la perversidad de la campaña anti china dejó, para la historia, el mito de la culpa en la implantación del narco en Sinaloa “a los chinos”.

 

Debido al racismo de que fueron víctimas, una parte de los colonos y las familias que iban formando tuvieron que marcharse; pero, otros a través de procedimientos legales de naturalización resistieron los embates de la campaña anti china y se quedaron. Eso sí, la recepción de migrantes de esa nacionalidad se redujo drásticamente, desde esas épocas.

 

Finalmente puede establecerse el año de 1962 como el de la reconciliación de los mazatlecos con los chinos. Puede atribuirse ese reencuentro popular a la elección de Isela Wong como reina del Carnaval y al admirado paso de la comparsa del Dragón Chino durante los desfiles de carnaval ese año. Por lo demás, el legado de los chinos en Mazatlán persiste. Restaurantes chinos como El Pekín, El Oriental y El Janito forma parte del imaginario colectivo de varias generaciones de porteños, lo mismo que algunos otros negocios ligados a apellidos de ese origen oriental.