Carlos Calderón Viedas
La semana anterior asistí a una conferencia dictada por Francisco Labastida Ochoa sobre el tema de la reforma energética, el acto fue convocado por el PRI y se realizó, con lleno total, en uno de los salones de céntrico hotel de Culiacán. Mi interés por escuchar hablar al ex gobernador de Sinaloa, obedeció a que es bien sabida su experiencia en el ramo pero además porque tiempo atrás había estado atento a una mesa de radio en MVS, conducida por Carmen Aristegui, en la que el senador Manuel Bartlett Díaz (PT), el diputado Juan Bueno Tenorio (PAN) y el propio Labastida Ochoa discutían sobre el tema cada semana. Por esos días aún no se aprobaba en el Congreso de la Unión los cambios constitucionales que dieron a la reforma el curso legal que ahora tiene.
La mesa de discusión tuvo buen nivel de tal suerte que el auditorio podía beneficiarse con los conceptos, cifras y argumentos que los tres políticos vertían a favor de sus respectivas causas. Quedó bastante claro, para mí, que las posiciones de Bueno y Labastida eran más coincidentes que divergentes y claramente opuestas a las que Bartlett mantenía, quien se oponía tajantemente a que la industria energética del país fuera privatizada como todo indica así será en adelante.
La disertación de Labastida siguió un orden, digamos académico: la importancia del recurso energético hoy y en el futuro en donde está en puerta una nueva revolución energética, la posición estratégica de México en el plano mundial si se sabe aprovechar el recurso potencial con que cuenta, el estado crítico y deficitario de las industrias mexicanas del petróleo y energía eléctrica, que incluye el rezago tecnológico con que operan, los cambios previsibles en el mercado mundial que pueden perjudicar al país si no se encaran los cambios estructurales necesarios para no quedar fuera de los mercados. La necesidad social enorme y creciente que hay en el país, por lo que se requiere revitalizar las actividades productivas de los recursos del subsuelo para desparramar los beneficios entre la población más pobre. Ante la problemática, dijo el expositor, Enrique Peña Nieto decidió llevar a cabo la reforma energética, sin duda, una valiente iniciativa tomada por el presidente sin importar los costos en popularidad e imagen, añadió finalmente.
Rodeado de la atención del público, en su mayoría priista, Labastida Ochoa, puntualizó que es mentira que PEMEX y la CFE vayan a ser privatizados. Negó que la renta petrolera vaya a ser entregada a los inversionistas privados, nacionales o extranjeros. Y fue preciso al aclarar que los permisos de exploración y explotación del petróleo deben ser regulados estrictamente. Momento cuando señala que con la Ronda Cero México puede beneficiarse.
Evidentemente que más allá de los cambios realizados en los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución, con los que ahora se permite la participación privada en la exploración y extracción de petróleo, la cuantificación definitiva del beneficio, no le llamemos renta, que
los particulares obtengan con sus negocios en la industria energética, tampoco digamos ya que es de México, dependerá de las leyes secundarias que regulen esta actividad productiva.
Se ha vuelto común escuchar en el ambiente legislativo que el diablo está en los detalles, y sí, en efecto, en las dos cámaras se puede oler el azufre que dejan ciertos demonios con apellidos ilustres -Aspe Armella, Reyes Heroles, Lajous Vargas, Gil Díaz y otros- ocupados en cabildear los intereses del gran capital extranjero o nacional al que sirven. No parece que estos intereses, estrictamente privados, se desavengan con los intereses, estrictamente políticos, del actual régimen. Eso se ve claro como si fuera una final de futbol, el juego de ida lo perdió México con las reformas constitucionales, en el de vuelta, con las leyes secundarias, seguramente no se remontará el marcador por la sencilla razón de que el árbitro, el Estado, está a favor del equipo contrario, las grandes petroleras internacionales.
A final de cuentas, a pesar de que el petróleo y su renta sigan siendo, en teoría, de los mexicanos, los que saldrán beneficiados con la reforma insignia del sexenio de Peña Nieto, serán empresas muy poderosas pertenezcan a nacionales o no.