“La Primera Guerra Mundial aún nos persigue, en parte por la inmensa escala de la matanza y porque todavía no nos hemos puesto de acuerdo por qué tuvo lugar: ¿La provocaron las arrogantes ambiciones de algunos de los hombres que detentaban el poder entonces? ¿O reside la explicación, más bien, en la competición entre ideologías? ¿Las rivalidades nacionales? ¿O en el puro impulso del militarismo? ¿O la Guerra no hubiera ocurrido si un acontecimiento azaroso en el Imperio Austrohúngaro no hubiera prendido la mecha? ¿Qué hizo inevitable la conflagración?”Pero este recuento de daños y las interrogaciones sin respuesta que se hace la autora, le sirven también para trazar un paralelo con los conflictos bélicos que hoy ocurren en el mundo y que tienen una extraña similitud con los elementos que desencadenaron aquella conflagración. “La historia, dijo Mark Twain, nunca se repite, pero rima”. Margatet McMillan. Las Rimas de la Historia. Letras Libres. Julio de 2014.
1914-2014: LAS RIMAS DE LA HISTORIA.
Aunque la Era inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial, con su iluminación de farolas de gas y sus carruajes tirados por caballos nos parece muy lejana y pintoresca, es similar en muchos sentidos –con frecuencia de una manera inquietante– a la nuestra, como revela una mirada bajo la superficie. Las décadas que llevaron a 1914 fueron, como las de nuestro tiempo, un periodo de grandes cambios y trastornos que quienes los vivieron consideraron inéditos en velocidad y escalai.
La globalización actual ha remodelado el mundo y está provocando que aumenten rivalidades y los miedos entre las naciones. Este fenómeno fue también una característica de aquella Era: el mundo fue interconectado a través del transporte, los ferrocarriles, los barcos de vapor, y por nuevos medios de comunicación, incluidos el teléfono, el telégrafo y la radio. Entonces, como ahora, se estaba produciendo una inmensa expansión del comercio y la inversión globales. Y entonces como ahora nuevas oleadas de inmigrantes llegaban a países extranjeros: indios en el Caribe y África, japoneses y chinos en Norteamérica y millones de europeos en el Nuevo Mundo y las antípodas.
La globalización también puede tener el efecto paradójico al alentar un intenso localismo y nativismo, al atemorizar a la gente para que se refugie en la comodidad de pequeños grupos de mentalidad parecida. La globalización también hace posible la generalizada transmisión de ideologías radicales y la reunión de fanáticos que no se detendrán ante nada en su búsqueda de la “sociedad perfecta”. En el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, anarquistas y socialistas revolucionarios en toda Europa y América del Norte leían las mismas obras y tenían el mismo objetivo: derrocar el orden social existenteii
LOS CONFLICTOS ACTUALES
Es tentador comparar las relaciones actuales entre los Estados de Estados Unidos y China con las que mantenían Alemania e Inglaterra hace un siglo. El extraordinario crecimiento en el comercio y la inversión entre China y Estados Unidos desde los años ochenta no ha servido para apaciguar suspicacias mutuas. A medida que la inversión china en Estados Unidos aumenta, especialmente en sectores sensibles como la electrónica y la biotecnología, también crece en la sociedad la sospecha de que los chinos están adquiriendo información para colocarse en posición de amenazar la seguridad estadounidense. Por su parte, los chinos se quejan de que Estados Unidos les trata como una potencia de segunda y, mientras objetan el continuado apoyo estadounidense a
Taiwán, mientras ellos parecen apoyan a Corea del Norte, a pesar de las provocaciones de este Estado rebelde. Por supuesto en esta “guerra fría” ambas potencias aumentan los gastos militares.
Estamos siendo testigos, en efecto, en la misma medida que en el mundo de 1914, de cambios en la estructura de poder internacional. Poderes emergentes retan a los establecidos. Si las rivalidades nacionales condujeron a suspicacias mutuas entre Gran Bretaña y la ascendente Alemania antes de 1914, lo mismo está sucediendo ahora entre Estados Unidos y China, y también tiene China conflictos con Japón y potencialmente Vietnam y Malasia. El Wall Street Journal, ha publicado informaciones acreditadas de que el Pentágono está preparando planes de guerra contra China.
Pero junto a la guerra “contenida” entre China y EEUU, después de que hiciera implosión del Socialismo Real, Rusia ha vuelto por sus fueros, con un Putin al frente que es un ultranacionalista, que es más artero y más obstinado que el dedichado zar Nicolás. Rusia le juega las contras a los norteamericanos en Irán y SIría, e incluso en América Latina, y recientemente en Crimea y Ucrania. Y peor aún hace coalición con China para oponerse a las resoluciones del Consejo de Seguntidad de las nacionales Unidas.
Y en este teatro espectral el liderazgo el país de las barras y las estrellas se haya dividido y a veces paralizado por la ríspida disputa entre democrátas y republicanos; en tanto que en China comanda una dictadura de partido que dicta sus políticas intenrior y exterior sin ningún contrapeso. Y Rusia, siempre Rusia, posee una democrácia díscola que acaudilla un sujeto empeñado en reconstruir el Imperio, aunque ese sueño le sirva fundamentalmnete para ganar legitimidad en sus fronteras.
LAS TENTACIONES DEL ESTADO CLIENTE
La enemistad entre potencias menores puede tener consecuencias inesperadas y de amplio alcance cuando las grandes potencias eligen bandos para promover sus propios intereses. Aunque la historia no se repite de forma precisa, el Oriente Medio de la actualidad presenta un preocupante parecido con los Balcanes de poco antes de la Primera Guerra Mundial. Una mezcla similar de nacionalismos tóxicos amenazan con arrastrar a una guerra a Estados Unidos, China, Rusia, Turquía e Irán, si intentan proteger sus intereses en las fronteras de sus clientes.
Antes de la primera guerra mundial, Serbia financió y armó a los serbios que vivían en el imperio austrohúngaro, mientras que Rusia y la monarquía dual agitaban a los pueblos que vivían al otro lado de la frontera. Y todos sabemos que Hitler usó la existencia de minorías alemanas en Polonia y Checoslovaquia para desmembrar a esos países. En la actualidad Arabia Saudí apoya a los suníes, mientras que Irán se ha convertido en protector de los chiíes y financia movimientos radicales como Hezbolá. Pero tanto Saudí Arabia como Irán son Estados “satélites” que oscilan o han oscilado irregularmente, hoy como ayer, en el sistema orbital de las grandes superpotencias
A menudo las grandes potencias afrontan el dilema que su apoyo a potencias más pequeñas anime a sus clientes a ser temerarios. Y con frecuencia los clientes escapan a los hilos con los que sus patrocinadores pretendían atarlos. Estados Unidos ha dado enormes cantidades de dinero y equipamiento a Israel y Pakistán, como ha hecho China con Corea del Norte, pero eso no ha concitado la lealtad de sus díscolos hermanos menores, que siempre rompen el cerco de sus big broders y los arrastran a poner en predicamento la estabilidad del mundo. Las incursiones de las grandes potencias obedecen, sobre todo, a no mostrarse débil en el panorama mundial o lo hacen por cuestiones de honor, como lo ha dicho el Secretario de Estado Norteamericano, John Kerry, cuando habla de la credibilidad y el prestigio de su país en el mundo.
EL ÚLTIMO FRENO Y OTROS ESPEJISMOS
La carrera armamentística anterior a la guerra era en realidad algo bueno, le dijo el diplomático inglés sir Francis Bertie al rey Jorge V: “La mejor garantía de la paz entre las grandes potencias es que se tengan miedo unas a otras. Sin embargo, se equivocó porque demasiados de quienes dirigían los ejércitos europeos estaban muy dispuestos a ir a la guerra, por múltiples razones”. Afirma McMillán: “En la Guerra Fría, por ejemplo, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética poseían casi todas las armas nucleares del mundo, la amenaza de destrucción mutua asegurada una paz que siempre tuvo el ‘alma en vilo’. Si los dos países hubieran emprendido una guerra total, el Armagedón termonuclear no habría dejado ganadores en ningún lugar del globo, sólo perdedores. ¿Podemos asumir que la disuasión seguiría funcionando en el mundo de hoy?”
“Hemos entrado en una era nueva potencialmente peligrosa. Hay nueve países con arsenales nucleares, entre los que se encuentran Pakistán, un Estado díscolo si no fallido, y Corea del Norte, tan imprudente como represivo. Si Irán consigue la bomba, es probable que muchos otros Estados –entre los que se encuentra quizá Japón– ejerzan sus propias opciones nucleares. Eso crearía un mundo muy peligroso, lo que podría llevar a la recreación del tipo de polvorín que explotó en los Balcanes hace cien años, sólo que ahora con hongos nucleares”. Pero, aunque todos los países estuvieran de acuerdo en que la bomba nuclear es absurda, las guerras donde se emplean armas convencionales presentan inconvenientes y peligros. Como el mundo de 1914, estamos viviendo cambios en la naturaleza de la guerra, cuyo significado sólo ahora empezamos a entender.
Y hoy, en realidad, no parece ya que existan las guerras fáciles, a pesar de sus operaciones quirúrgicas delimitadas a través de la precisión cibernética: Irak y Afganistán son los referentes más cercanos. Pero además esas guerra “geolocalizadas”, pueden complicarse: por ejemplo guerras asimétricas entre fuerzas bien armadas y organizadas por un lado e insurgencias de bajo nivel por el otro, que pueden extenderse por una región, un continente e incluso por todo el globo, y donde no hay un enemigo sino una cambiante coalición de señores de la guerra locales, combatientes religiosos y otros grupos interesados. Pensemos en Afganistán o Siria, donde los actores locales e internacionales se mezclan y es difícil definir lo que constituye una victoria. Ante estas dificultades no sería algo azaroso que algún loco en algún del mundo hiciera explorar sus bombas y….
LA CONFIANZA EN LA PAZ.
Expresa McMillan: “Nos hemos acostumbrado a la paz. La comunidad internacional en conjunto ha creado instituciones dedicadas a desactivar los conflictos. El Concierto Europeo, esa colección de grandes potencias, mantuvo la paz durante buena parte del siglo después de 1815; pero al final las grandes potencias dejaron de creer en la idea de una acción concertada para evitar los conflictos; y el orden mundial empezó a desmoronarse. En 1908, cuando el Imperio austrohúngaro indignó a Serbia al anexionar Bosnia, donde aproximadamente el 44% de la población era serbia, Alemania obligó a Rusia, protectora de Serbia, a dar un paso atrás. En 1911 Italia desafió un acuerdo tácito entre las potencias sobre el mantenimiento de la integridad del Imperio otomano y tomó Trípoli y la Cirenaica; las potencias emitieron ruidos de desaprobación pero no hicieron nada. En las guerras de los Balcanes de 1912 y 1913 las potencias consiguieron imponer una suerte de acuerdo, pero, con creciente frecuencia, se encontraban en posiciones enfrentadas. Cuando se produjo la crisis de 1914, el káiser y sus ministros recibieron con desdén las propuestas británicas favorables a que las grandes potencias trabajasen juntas para alcanzar una solución pacífica”.
¿Estamos viendo hoy un debilitamiento similar del orden internacional? La Organización de las Naciones Unidas, que se podría considerar el sucesor del Concierto Europeo, han intervenido a veces con éxito para mantener la paz, o para restituirla tras el comienzo de una guerra. Pero, en el Consejo de Seguridad actual, Rusia y China votan habitualmente contra las intervenciones de las
Naciones Unidas, que ven como una tapadera para promover intereses Occidentales. En el caso de Siria, hasta ahora Asad ha podido desafiar la opinión internacional y matar a su propio pueblo porque tiene a los rusos y a los iraníes de su lado. El presidente Vladimir Putin y su ministro de Exteriores rechazaron como “absurdas” las acusaciones que decían que Asad había usado gas venenoso.
Contrastemos el comportamiento de los hombres que ocupaban el poder en 1914 con el de John F. Kennedy casi cinco decenios después, durante las crisis de los misiles en Cuba. Prácticamente todo el liderazgo militar y buena parte de los civiles de la administración urgían al presidente de Estados Unidos, a enfrentarse de forma vigorosa con la Unión Soviética, hasta el punto de invadir Cuba. Kennedy les plantó la cara: decidió negociar con Moscú y al final preservó la paz. Quizá fuera una suerte que acabara de leer Los cañones de agosto de Barbara Tuchman y fuera consciente de las maneras en que los países podían equivocarse y acabar en guerra. En la actualidad, el presidente de Estados Unidos se enfrenta a un grupo de políticos chinos que, como los de Alemania hace un siglo, están profundamente preocupados porque se tome en serio a su país; además presidiendo un país tan dividido internamente que carece de la voluntad o la capacidad de desempeñar un papel activo y constructivo en el mundo.
ESTADOS UNIDOS COMO INGLATERRA
Para Gran Bretaña, que tuvo un papel de liderazgo internacional durante el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, al final las exigencias resultaron demasiado grandes y los costos demasiado altos. Después de la Segunda Guerra Mundial, los británicos ya no deseaban mantener ese papel y la economía británica tampoco era capaz de sostenerlo. Hasta ahora Estados Unidos ha estado dispuesto a actuar como garante de la estabilidad internacional, pero quizá no quiera –o no pueda– hacerlo de forma indefinida. Hace más de un siglo, en la época en que el país estaba firmemente implicado en su ascenso al estatus de potencia mundial y en el proceso de traducir su enorme y creciente fortaleza económica en importancia militar y relevancia internacional, empezó a asumir el liderazgo.
Aunque eran dos hombres muy diferentes, Teddy Roosevelt y Woodrow Wilson pensaban que tenían una obligación moral con respecto al mundo. “Nos hemos convertido en una gran nación –dijo Roosevelt– y debemos comportarnos como corresponde a un pueblo con esas responsabilidades. Desde entonces, ha habido momentos en que los sentimientos aislacionistas han amenazado ese compromiso, como antes de la segunda guerra mundial. Tras el colapso de la Unión Soviética y su imperio a finales de la década de 1980, y quizá de forma irreflexiva, Estados Unidos siguió actuando como la potencia hegemónica mundial, asumiendo responsabilidades que iban desde estabilizar la economía internacional hasta garantizar la seguridad”. Margaret McMillán. 1914/2014. Las Rimas de la Historia).
Hoy, sin embargo, aunque Estados Unidos sigue siendo el país más poderoso del mundo, no es tan poderoso como lo fue. Ha sufrido reveses militares en Iraq y Afganistán, y ha tenido dificultades para encontrar aliados que lo avalen, como demuestra la crisis actual en Siria. Conscientes, de manera incómoda, de que tienen pocos amigos fiables y muchos enemigos potenciales, los estadounidenses piensan en un regreso a una política más aislacionista. ¿Estados Unidos se acerca al final de su tiempo, como hizo antes el Reino Unido? Si retrocede, aunque sea parcialmente, con respecto a su papel global, ¿qué potencias dominarán el orden internacional y qué significará eso para el futuro de la paz en el mundo?
SE BUSCA UN NUEVO POLICÍA EN EL MUNDO.
Es difícil adivinar qué puede ocurrir a continuación. Rusia puede soñar con su pasado soviético, cuando era una superpotencia, pero con una economía caótica y una población
decreciente, sus ambiciones superan con mucho a sus capacidades. China es una potencia en ascenso, pero es probable que sus preocupaciones se concentren en Asia. Más adelante se dedicará, como ya hace en la actualidad, a asegurar los recursos que necesita para su economía, y acaso será reacia a intervenir en conflictos lejanos donde se juegue poco. La Unión Europea habla de un papel mundial, pero hasta ahora se ha mostrado poco inclinada a desarrollar sus recursos militares, y sus divisiones internas hacen cada vez más difícil que alcance un acuerdo en política exterior, además en sus fronteras crecen los extremismos de derecha e izquierda, que aprovechan los intersticios de la democracia para llegar al poder y destrozarla.
Los países del grupo de los BRICS –Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica– están más unidos en la teoría que en la realidad. La esperanza de que exista una coalición de democracias, de Asia a América, dispuestas a intervenir en nombre del humanitarismo o la estabilidad internacional, me recuerda la vieja historia de los ratones y el gato: ¿Quién le pondrá el cascabel? En cuanto a la opinión pública, la ciudadanía de los países, preocupada por los asuntos domésticos, está cada vez menos dispuesta a participar en aventuras en el exterior.
Quizá sea necesario un momento de verdadero peligro para que las potencias importantes de este nuevo orden mundial se unan en coaliciones capaces y dispuestas a actuar. La acción, si se produce, puede ser mínima y puede llegar demasiado tarde, y el precio que paguemos por esa demora puede ser alto. En vez de ir tirando de una crisis a otra, es el momento de reflexionar sobre las terribles lecciones de hace un siglo, con la esperanza de que nuestros líderes, con nuestro estímulo, piensen en cómo pueden trabajar juntos para construir un orden internacional estable. ~
elioedgardo11@hotmail.com
i En esa época el uso de electricidad para iluminar las calles y las casas se había extendido; Einstein estaba desarrollando su teoría general de la relatividad; nuevas idea radicales como el psicoanálisis empezaban a ganar aceptación, y se afianzaban las raíces de ideologías depredadoras como el fascismo y el comunismo soviético.
ii Tomados en su conjunto, todos estos cambios eran ampliamente considerados, hoy como ayer, especialmente en Europa y América, una clara prueba del progreso de la humanidad. Y sugerían a muchos que al menos los europeos estaban suficientemente interconectados y eran demasiado civilizados para recurrir a la guerra como sistema para solventar disputas. Además todas estas transformaciones estaban amparadas por leyes internacionales que, en ambos casos, habían surgido como valladares de protección contra los conflictos mundiales.