Estudiantes: contra el miedo y el autoritarismo

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Miguel Ángel Ramírez Jardines

“Si los matan es porque también andan metidos en eso…” ha dicho una señora hace año y medio en los pasillos de Liverpool. Tres semanas después le levantaron a un hijo que acababa de entrar a estudiar la carrera. Buen muchacho, deportista y estudioso. Desde entonces ha vivido un infierno. Las autoridades policíacas le han dicho “déjelo asi, mejor ni le busque”, lo que más que un consejo, parece una amenaza.

Desafortunadamente así piensa mucha gente; gente que prefiere no ver para “vivir mejor”, que evade la situación tan difícil de violencia que padece la sociedad para “no estresarse ni enfermarse”, la que cree que es mejor no decir nada para que no la toquen, la que sigue mintiéndose al pensar que “nada teme el que nada debe” y que a ella no le va a pasar nada porque no se mete con nadie. No obstante, son muchos los ejemplos de que los que piensan así han sufrido ya algún tipo de atentado contra ellos o sus familiares. ¿Pensar así será una manera de “autoprotegerse” contra las amenazas que realmente existen en todos los ámbitos de la sociedad? ¿Será un mecanismo de defensa para evitar la angustia y la parálisis vital que provoca la violencia asesina y el autoritarismo político reinantes en nuestro país?

El miedo al autoritarismo y a la violencia ha ido creciendo. La soberbia de muchos miembros de la clase política, la clase empresarial y de las mafias asesinas se ha potencializado por sus pactos y contubernios. El poderío creciente de las bandas de delincuentes no hubiera sido posible sin las facilidades y la protección que les han brindado muchas de las autoridades corruptas del gobierno y sus cuerpos policíacos o del ejército en todo el país. Lo que ha sucedido en Guerrero no es más que un ejemplo representativo de lo que pasa en todas las regiones y niveles de gobierno. Se han instituido vínculos de apoyo y ayuda mutua entre políticos, empresarios y mafiosos. Ya no se sabe quién es quién. Pareciera que tienen mandos conjuntos, los políticos se subordinan a las mafias o las mafias acatan órdenes para actuar de una u otra forma en las distintas plazas. A veces mandan y a veces obedecen. ¿Cómo no tener miedo de los que imponen su ley y los que mandan en este país?

Claro que tenemos miedo. Va en juego nuestra vida y las de nuestros familiares y allegados. El asesinato de periodistas y de líderes sociales, así como el de los estudiantes de Ayotsinapa, son solo los ejemplos más inmediatos en los que han participado funcionarios y miembros de grupos delictivos. El autoritarismo de Estado que violenta las libertades y los derechos humanos, se apoya en el control mediático para extender el miedo y la pasividad. La violencia de las mafias por otro lado abarca a sus contrincantes al igual que a ciudadanos inocentes. Por eso nos sentimos indefensos e impotentes. ¿A quién podemos recurrir? Cada vez se cierran más los márgenes de libertad. Los gobiernos municipales, estatales y el nacional, y ahora nuevamente los gobiernos de las universidades e instituciones de educación superior (caso del Poli, Escuelas Normales, la UAS y la UPES -a nivel local-, etc.) y autoridades de distinto nivel y ámbito, se descubren como verdaderas instancias imposicionistas y retrógradas. El diálogo democrático se lo pasan de lado, el reconocimiento como interlocutores de los que tienen enfrente no les importa, ellos se creen absolutos e intocables. Casi como los antaño dueños de vidas y haciendas.

El país completo se enfrenta a verdaderos delincuentes (aunque anden pulcramente vestidos y utilicen un lenguaje refinado), no solo por la corrupción y la impunidad en la que se solazan, sino por haberse convertido ya en mancuerna del poder de los envenenadores de jóvenes: los narcos, y todas sus derivaciones y afines: talamontes, tratantes de personas, pederastas, secuestradores, organizadores y controladores de los ratas pequeños, saqueadores de gasolina, bandas de sicarios que han perdido casi todos sus rasgos de humanidad, etc. El miedo es parte del paisaje cotidiano de nuestra nación.

No sabemos quiénes son los buenos y quiénes los malos cuando se habla de políticos, gobiernos y mafias asesinas. En el caso de Iguala, Guerrero está más que claro que son exactamente lo mismo. Por eso el sentimiento de impotencia y de miedo. No tenemos seguridad. Vivimos en la zozobra. Por eso mismo muchos se evaden, prefieren la vida rosita de las telenovelas y la política del avestruz. El miedo los paraliza y prefieren evadirse.

Pero como todo, las cosas cambian . Siempre existen formas de resistir el ejercicio del poder, más cuando es burdo y abusivo. Y cuando esto sucede, la memoria profunda de la gente sale a flote, se clarifica y hace que se unan las personas y organicen los movimientos. Desde ahí pueden expresar con voz en cuello los agravios de que han sido objeto sacándolos del cajón de los olvidos. Cuando sucede algo tan terrible como el asesinato y el secuestro de jóvenes estudiantes, los fusilamientos a manos de soldados, la desaparición y muerte de líderes y periodistas, la conciencia de solidaridad sale adelante. Son detonantes del descontento contenido, de la rabia reprimida. Muchos se identifican con las víctimas, se ven reflejados ahí. Y así, los desprotegidos se protegen, los marginados salen de su condición de excluidos, los agravios que habían quedado guardados afloran y la gente se une contra la mancuerna del narco y la política.

El movimiento estudiantil que se expande por todas partes exigiendo la presentación de los normalistas desaparecidos y el castigo a los asesinos materiales e intelectuales encierra una doble significación: romper el cerco del miedo que se ha implantado en todo el país y enfrentar de poder a poder el autoritarismo oficial y la violencia asesina de los grupos del crimen mafioso.

Hay solidaridad con los normalistas guerrerenses pero al mismo tiempo los estudiantes desafían a los poderes locales, por ejemplo en la UAS y en la UPES. Igual que en la UNAM, la UAM, el ITAM, La Ibero y otras 90 universidades del país y el extranjero. El movimiento de solidaridad con los normalistas y sus familiares ha unido a estudiantes con uniformes de todos los colores. La Escuela Normal de Sinaloa, la Escuela de Danza del Municipio de Mazatlán, son dos ejemplos de ello. También las marchas han ido creciendo en número de participantes. La multitudinaria marcha de Culiacán y El Movimiento UPES de Mazatlán, Rosario, Escuinapa y Coyotitán son también una muestra de ello. Ya sin miedo, los estudiantes desafían a sus autoridades: los uaseños harán un mitin frente al edificio central de la UAS, el Movimiento UPES se movilizará hacia el Congreso del Estado.

Por lo pronto el gobernador de Guerrero ya cayó y el PRD ha quemado sus pocas reservas morales que tenía. Empero, el gobierno de Peña Nieto ha sido el más lastimado por su actitud engañosa y desprovista de eficacia y veracidad ante los acontecimientos, lo que ha hecho que su imagen de gobierno incapaz y represor, rápidamente se extienda por el mundo entero. Su desgaste ha sido mayúsculo

No cabe duda que cuando la gente se une, las exigencias se traducen en cambios. Se están deteniendo a varias cabezas conocidas del narco, pero los hilos de relación entre políticos-gobierno-narcos, se ha fortalecido, lo que por lo demás ha dejado claro que la lucha se hace más difícil pero la conciencia se hace más clara. Las redes sociales y los movimientos masivos de la juventud ha puesto al descubierto una vez más que las cosas deben cambiar en el país. La voz internacional está diciendo junto a las voces dentro de nuestro país: ¡¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!! El miedo ya no es frontera.