45 AÑOS EN EL PERIODISMO

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Un sitio privilegiado para atestiguar el desarrollo denuestra sociedad

FRANCISCO CHIQUETE

Cuarenta y cinco años. Un suspiro.

El 31de Mayo de 1974 -viernes- por la tarde, llegué hasta la baranda de madera que limitaba la entrada a oficinas e instalaciones de El Correo de la Tarde, intenté inscribirme en los Cursillos gratuitos de periodismo que se ofrecían en las páginas del periódico. -No, me dijeron. Vuelva el lunes directamente a las clases.

Ese tres de junio conocimos los fundamentos del curso. Abraham García Ibarra nos dirigió un impresionante discurso sobre los valores del periodismo y su imprescindible enfoque a los intereses de la sociedad, mientras Francisco Lizárraga Ochoa nos centraba sobre las reglas elementales del oficio y de la ética periodística.

El curso fue apasionante y las prácticas todavía más. Con Paquita Castañeda recorrimos todas las fuentes formales, especialmente las sindicales; con Luis Alfredo Romero nos metimos a una asamblea de colonos invasores “radicales” (militaban en el PPS, única opción legal de izquierda); con Marcos Luna Chavira conocimos las vicisitudes del trabajo obrero real, el de los albañiles. El Gato Quintero nos dio a conocer la vida de la militancia izquierdista, incluyendo la que exigía clandestinidad. Jorge González Cardoso tenía antecedentes en el gremio, pues su padre era corresponsal de la famosa revista Alarma.

Todo era nuevo para mis 17 años de edad, todo era fantástico. El reportero del periódico, Wilfrido Elenes, tenía bastante experiencia, era bueno con las fotos y lo deschavetaban las armas. Don Ramón Hernández Barrios se incorporó al grupo de aprendices, aunque ya combinaba la reporteada con la venta de publicidad. Lo mismo hizo Venancio Sánchez Ávalos, jefe del taller, linotipista y verdadero experto en gramática.

El Correo de la Tarde era el decano de la prensa nacional, pero sus glorias estaban muy disminuidas. Abraham lo compró emprendiendo una romántica aventura.

Por su redacción pasaron grandes personajes y grandes causas populares, como la lucha por la gubernatura que dio José Ferrel contra la imposición del porfirista Diego Redo. Por ahí pasó en la militancia ferrelista Rafael Buelna, antes de convertirse en el general más joven de la revolución; Heriberto Frías, que lo dirigió después de las campañas militares de Chihuahua, donde escribió Tomochic. Por supuesto, la familia Valadés, que dio al periódico una grandiosidad que aún se le recuerda.

Cuando llegué, los héroes eran más cotidianos. José Ramos Quintero, un colaborador muy cercano, trataba de mantener viva la llama del Vallejazo ferrocarrilero y su colega Manuel Cañedo, el general, traía de contrabando las modestas cargas de papel extendido en la cabina de los trenes que conducía entre Tepic y Mazatlán.

Manuel Burgueño Orduño dejó la contabilidad por el periodismo y más tarde Rafael Franco Zazueta aportó su espíritu irónico y su rigor con la escritura y con el manejo de datos. También estuvo Sergio Cevallos Huerta.

El correo de la Tarde tuvo muchas pequeñas victorias como vivió severas agresiones.

La primera represalia contra la libre expresión de las ideas que conocí de primera mano no fue tan glamorosa. Nuestro voceador principal era Alfonso Vázquez, El barbitas, cuya estentórea voz llevaba a todas las colonias los acontecimientos narrados.

Una tarde, ya al cierre de las oficinas llegó el aviso-advertencia: al barbitas le estaba pegando una recia la policía porque se fue a la casa del alcalde a vocear la nota que iba en la edición. Lo detuvieron después de golpearlo y le cobraron multa para soltarlo.

Una vez libre fue a buscar a Abraham para pedirle que en el siguiente número le volviera a dar duro al presidente, para que viera que no lo habían atemorizado.

Por supuesto que eso no fue todo. El propio Abraham debió sacar su pistola para repeler un ataque a balazos en las afueras del periódico. Se refugió en las salientes de la fachada porque alguien del taller fue y cerró la puerta para evitar que se metieran a por los demás.

El Correo ya había perdido la carrera de la era industrial. Su equipo de imprenta era tan viejo, que las páginas se podían armar letra por letra para su impresión directa, y la prensa, procedente de la última década del Siglo XIX, se podía usar sin electricidad, con los trabajadores girando el mecanismo a pulmón. Fue así fue que salieron los números en que dimos cuenta de los destrozos causados por el ciclón Olivia, que dejó a la ciudad sin energía eléctrica por varios días, incluyendo en ellos otro alarde de técnica antigua: los fotograbados que elaboraba don Octavio Lango sin concurso del fluido eléctrico. Había linotipos y una que otra modernidad, pero todas eran muy relativas.

Hasta el mobiliario era antiguo. Las máquinas de escribir eran tan viejas, que siempre tuve la idea de que al menos en una de ellas habían escrito Buelna y Heriberto Frías.

Pero había un calor, un fervor evidente por el oficio periodístico, que se notaba en la calle.

Un día llegaron los legendarios dos Vicentes -Silva y Moreno- a pedir ayuda para su lucha dentro del sindicato de albañiles. Pretendían que se les imprimiese ahí su órgano de divulgación, El Martillo. Llenaban de cabo a rabo hojas tamaño oficio con teorías sindicales, explicaciones de la lucha de clases e invectivas contra los patrones. Eso era trabajo de mimeógrafo más que de imprenta, pero no se fueron con las manos vacías. De las extenuadas arcas de El Correo salieron varios cientos de hojas blancas y esténciles para garantizar varios números, además de la asesoría en las teorías a divulgar.

En poco tiempo nuestras oficinas eran centro de peregrinación para todo tipo de movimientos sociales, cuyo desarrollo divulgábamos hasta que se desintegraban, los cooptaban, y a veces -muy pocas- hasta ganaban.

Después viví la fugaz experiencia de La Voz de Mazatlán, donde las penurias económicas nos llevaron a ser casi el único diario con una redacción de dos personas: el director, Rafael Franco, y el jefe de redacción, yo, que también era reportero, armaba las ediciones y cubría deportes. La Voz fue un periódico que nació con ambiciones, pero los dueños, adinerados de Culiacán, no tenían ni vocación ni interés en entrarle de lleno. Parecía imposible romper la hegemonía de El Sol del Pacífico, que por esas fechas transitaba de la Organización Periodística García Valseca- a la Organización Editorial Mexicana.

Lo imposible se consiguió apenas un año después.

Invitado por Raúl Rico González, me fui a Sinaloa Opina, un periódico creado un año antes por el más importante cronista deportivo que ha dado nuestra entidad, don Rafael Reyes Nájera, Kid Alto. El dueño, Guillermo Puente Coutiño, vio potencial para su proyecto político, y lo transformó en todos sentidos.

Un equipo joven y enjundioso conquistó paso a paso un mercado que parecía escriturado a El Sol.

Raúl Rico en la gerencia, César Schmidt en la dirección, Alfredo Arnold como jefe de redacción, Abraham García Ibarra, Fernando Zepeda, Mario Martini, Martha Alicia González -ahí nació su personaje de Malicia-, Tomás Galindo, Raúl Villalpando, Lupita López, Víctor García Dávila, Luis Alonso Enamorado, Salomón Fájer, Javier Rivas, Carlos Careaga, Octavio Osuna, los grandes maestros de la lente Héctor Müller y el también entrañable Rutilo Jaime Álvarez, Edgar Rafael Arellano Ontiveros, Hugo David Hernández Sandes, don Heberto Bernal Laveaga.

Un grupo de jovencitas recién egresadas de la Escuela de Enseñanzas Especiales que se convirtió en él alma del equipo: Chuyita Cuevas, Natalia Medina, Aída Ochoa, Yolanda Rodríguez Cázares, Angélica Torres, Paty Sánchez, Clara Ramírez y algunas más.

En agosto nació Nuevo Diario-Sinaloa Opina que en un mes ya era sólo Nuevo Diario. Para diciembre éramos el periódico líder en todos los aspectos, incluyendo la publicidad nacional. Pero también fuimos perdiendo elementos. A esas alturas Raúl Rico ya no estaba en la gerencia y César Schmidt estaba dejando la dirección. Al año siguiente vendría la debacle política del dueño y del propio periódico.

Son 45 años de experiencias acumuladas, de vivencias intensas, de tener gracias al oficio periodístico, un lugar de primera fila en el desenvolvimiento del país, del estado y por supuesto, de Mazatlán.